viernes, 31 de julio de 2009

Maribel / 23

Aquello sí que significó un cambio de vida y todo se empapó de la niña, la morfología de la casa, los olores, las costumbres, todo. Cada tres horas el pecho, cada dos por tres lavar los pañales, cada cuatro días ir al pediatra, las vacunas, el peso, todo. Era un sinvivir, pero qué gusto le daba ver a su niña dormida, tranquila y con la sensación de que estaba limpia y sana. A pesar de los miedos, a pesar de que no vino con un libro de instrucciones, a pesar de todo, valía la pena trabajar como nunca había trabajado cuando la recompensa era tan grande, había firmado un pacto de sangre con aquella niña que sólo se extinguiría cuando Maribel muriera y que en el mejor de los casos, en circunstancias óptimas, aquella niña se iría con el primero que encontrara y abandonaría a su madre, exactamente igual que ella había hecho, como generaciones y generaciones habían hecho desde que el mundo es mundo.

Joaquín estaba un poco abandonado según le parecía a Maribel. Se iba a las nueve a trabajar, volvía a comer, comía a veces solo, porque Maribel tenía que atender a la niña y apenas le daba el tiempo para servirle los platos y hacerle el café, se iba de nuevo a trabajar y volvía a las nueve posiblemente desde el bar donde tenía unos amigos con los que charlaba y a veces jugaba a las cartas. Ya en casa veía a la niña, rara vez la cogía en brazos y después de cenar, mientras Maribel bañaba a la pequeña, oía en la radio el parte y los deportes. Hacían poco el amor porque la noche no la perdonaba la niña y él tenía que madrugar para irse a trabajar, poco tiempo para el placer y mucho trabajo, pobre Joaquín pensaba Maribel.

Pero aunque les daba poco tiempo, alguna noche perdida, entre toma y toma, Joaquín se desahogaba mientras Maribel pensaba que no le iba a quedar apenas tiempo de dormir, pero era bueno, sabía que era bueno y sin darse cuenta, sin apenas haberlo pensado, se volvió a quedar embarazada para sorpresa de Joaquín, de su madre, de su suegra y de ella misma. Al principio le daba hasta miedo decírselo a Joaquín, pero después entendió que él quería un niño, que no sólo no le importaría, sino que le gustaría saberlo y así fue, tras la sorpresa le vino el agobio, si apenas podía con la pequeña, con la casa, con su marido, con todo, ¿cómo lo haría con dos?, pero mejor era no pensar en aquello y tampoco tenía tiempo para poder pensarlo, así que tras la tristeza y la alegría, llegó el olvido y el tirar para adelante, porque poco o nada se podía hacer, la niña era muy buena, pero todo se añadía, todo se juntaba, todo se anudaba.


En el segundo parto todo fue sobre ruedas, su madre se quedó con la niña, no hubo falsas alarmas, ni siquiera la misma comadrona que la vez anterior y todo fue más natural y más conocido. Fue otra niña, a Joaquín le puso cara de pedir perdón y Joaquín puso cara de otra vez lo mismo, pero así era, la niña estaba bien, tenía mucho pelo y lloraba mucho más que su hermana, pero todo había salido bien y sobre todo, Maribel controlaba la situación, sabía lo que iba a pasar, aunque no sabía cómo organizarse con dos, pero Dios proveerá pensaba, todo tiene solución, todo se irá arreglando poco a poco.

Su madre se había quedado unos días con la niña, su suegra se quedó a dormir con ella en la clínica y cuando salieron de allí a Joaquín se le veía aparentemente ajeno al enfado o a la alegría, como absorto en sus cosas, en esa situación que solía estar y que era casi imposible interpretar en un sentido o en otro.

Prácticamente le servía todo lo que tenía de la mayor y sólo había que hacer pequeños cambios, poniendo a la mayor en su camita en su habitación y que la pequeña ocupara el sitio de la mayor en el dormitorio del matrimonio.

La nueva normalidad enseguida se implantó y salvo que el trabajo prácticamente se había duplicado para Maribel, nada había cambiado de todo lo demás, Joaquín seguía con su rutina, las abuelas con las visitas, el fútbol los domingos, y seguía oliendo a leche agria y polvos de talco en aquella casa.

© 2009 jjb


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