viernes, 21 de agosto de 2009

Volvere

Después de casi un año sin descanso, trabajando duramente sin pausas día y noche, prácticamente esclavizado, me voy a tomar un pequeño respiro, unas vacaciones, un pequeño paréntesis, nada.

Como he trabajado en tales condiciones inhumanas, he escrito mucho y te dejo aquí enlaces para que si vienes por primera vez lo leas y si ya has venido lo releas.
No tardo nada en volver, el 21 de Septiembre estaré esclavizado de nuevo aquí.




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jueves, 20 de agosto de 2009

Maribel / y 37

En los periódicos salió la noticia: la víctima número ochenta y nueve en lo que va de año, un 15,08% menos que el año pasado en las mismas fechas, un número. En las radios y en las televisiones ya no hacían debates porque era un tema casi cotidiano.

En el tanatorio las visitas de las vecinas, de la familia de Maribel, de amigos y allegados eran constantes, las hijas de un luto riguroso que parecía ya preparado atendían como podían a todos escuchando sus comentarios, evitando hablar del cómo y hablando casi siempre de lo muy buena mujer que era. Entre los que allí estaban, después de dar el pésame a las hijas, los comentarios iban desde el ya lo sabía yo al casi mayoritario de parece mentira, si parecía un hombre serio y formal, tan correcto siempre, ¿quién hubiera podido imaginarlo?, pues parece ser que fue con un cuchillo, ella estaba en tratamiento siquiátrico y muchas cosas más que concordaban poco o nada con la realidad.

Fuera de la sala cinco del tanatorio donde estaban los restos de Maribel, en el pasillo con bancos que daba un poco de respiro a los que estaban en aquellas salas con el cadáver expuesto, que permitía a unos tomar aire y a otros fumar, sentada, con casi cien años aunque nadie sabía realmente su edad, enjugándose las lágrimas con un minúsculo pañuelo blanco de hilo, estaba doña María, que había sobrevivido a todos sus coetáneos, a su edad y a la lógica y que allí, menuda y reseca, arrugada y aún más pequeña, seguía impartiendo lecciones de sentido común en pequeñas píldoras que parecían inconsecuentes. Apenas veía, apenas oía y posiblemente tuviera más achaques de los que parecía tener pero que nadie conocía porque, según ella, tenía la buena costumbre de no oír nunca al médico.

Doña María había agotado hacía muchos años sus lágrimas, ya no se alteraba por un óbito fuera de quien fuera, pero quería a Maribel como a una hija y había sentido su muerte de una manera muy próxima, muy directa. Se le acercaban las vecinas y le decían las frases hechas, los tópicos que se repetían, las mismas cosas y ella decía, nunca la advertí de nada, pero ella fue una buena madre, una buena esposa, una buena hija y una buena mujer y solo cometió un error, le dio una segunda oportunidad a su verdugo y si falla en la primera y le das otra oportunidad no falla. Era un canalla, quería llevársela por delante y lo ha conseguido. Un hombre que pega a su mujer no es hombre y lo malo es que las mujeres les hacen caso y les respetan, ¿quién puede hacer daño a quien quiere?,

Las palabras de doña María hacían pensar a unos y a otros, ¿por qué había muerto Maribel?, todos hacían conjeturas, pero allí, con Maribel de cuerpo presente, con los llantos y desgarros, doña María había puesto la mano en el fuego, este asesino había matado una ilusión, un proyecto de vida, una esperanza, pero sobre todo había matado a una mujer enamorada de un hombre que no existía, que no le respetaba, que jamás entendió que su mujer no era un animal de su cuadra, una posesión más, que al final Maribel, con el pecado original del respeto al marido, le dio a Joaquín la oportunidad que él jamás le dio a ella. Maribel quiso a sus hijas y a su marido y no supo entender que su marido no era su compañero, que quien te quiere no te pega, que quien te hace daño no debe estar a tu lado.

El coche fúnebre empezó su periplo hacia el cementerio, seguido de una caravana de coches que llevaban a los que le acompañaban en su último viaje. Llegó al cementerio y después de una oración en la capilla salieron hacia el sitio que ella y Joaquín habían comprado en aquel camposanto. Cuando pidieron permiso los operarios y empezaron con sus palas a echar tierra sobre el ataúd y se desataron las lágrimas y las flores cayeron sobre la tierra, alguien, desde la distancia, lejos de aquel grupo humano encogido por la pena, con sensaciones dispares, con la mayor de las penas, con la más dura de las soledades, se preguntaba por qué no le habían invitado a aquel entierro.

P.S.
No debes permitir que nadie te pegue, ni una sola vez, la segunda vez quizás sea demasiado tarde, pide ayuda, no estás sola.
En España llama al 016, pero por favor, recuérdalo, quien te pega no te puede querer. Yo sólo escribo cuentos y no imparto doctrina, pero mira esto, quizás así podamos ayudar juntos a quien lo necesite, pincha aquí

© 2009 jjb


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miércoles, 19 de agosto de 2009

Maribel / 36

Fue despiadado, quería terminar lo que ya había empezado, sólo veía cuerpo para pegar, para hacer daño en los sitios donde más le doliera. Tenía ganas, tenía muchas ganas y no paraba. Maribel seguía diciendo Joaquín por favor, Joaquín por favor, pero cada vez con un tono más débil. No había perdón, él seguía su orgía de violencia y daño, él seguía reivindicando su derecho a hacer lo que quisiera con aquel ser que le pertenecía y no paraba, no paraba de darle puñetazos, patadas, cabezazos, empujones. Todo valía, nada era suficiente, nada podía hacerle parar, nada podía acabar con su ansia inmensa de reivindicar su derecho a castigar a lo suyo.

Los ruidos eran enormes, la voz de su madre se había apagado. Intentaron abrir la puerta pero estaba cerrada, querían entrar a toda costa, pero no podían con la puerta. Una de ellas se fue a avisar a la policía sabiendo que tardaría en llegar más tiempo del que necesitaba aquel monstruo para acabar con ella. Llorando intentaban forzar aquella puerta que les separaba de la ignominia, del sitio donde se repetía de nuevo una historia conocida, una maldición doméstica. No querían que aquello ocurriera aunque ya sabían de hacía tiempo que iba a ocurrir y que ni siquiera ahora que ocurría querían aceptar, allí no valía el ya lo sabía yo. Había que romper la puerta y no lo conseguían, los ruidos violentos seguían in crescendo, cada vez más extremos, cada vez más duros y de repente, sin que lo esperaran, sin saber cómo, el silencio y no sabían si era mejor aquel silencio que el fantasmal ruido anterior.

Un silencio sepulcral, que duró unos momentos hasta que las cuatro hermanas continuaron sus gritos, mamá, mamá, decían, ninguna alusión a él, mamá, mamá, háblanos; nadie hablaba, nada sucedía. Paulino, un fornido vecino de abajo llegó con camiseta y de una sola patada en la puerta la echó abajo, no dijo palabra, pero al ver aquel escenario pudieron ver a su madre desdibujada por los golpes y la sangre, maltrecha en el suelo, sin síntomas evidentes de vida, con los ojos cerrados y las manos abiertas, con las piernas separadas, con un pequeño charco de sangre que corría bajo ella.

Él estaba sentado apoyando la espalda en la pared, excitado y con la respiración convulsa, sudando, las manos ensangrentadas y la ropa también, con los ojos bajados, pero aún con aspecto de repartir unos golpes más. Paulino le agarró de la cintura y se le llevó. En ese momento entraba la policía pistola en mano, se hicieron cargo de él y sin pedir explicaciones le ataron las manos a la espalda y se le llevaron a la calle, camino del coche, en previsión de posibles altercados.

La asistencia médica llegó un poco más tarde, el médico que iba con los dos que llevaban la camilla hizo sus pruebas y con un significativo no con su cabeza describió perfectamente el estado de Maribel.

Le taparon la cara con una manta, se llevaron a sus hijas a duras penas y por la emisora de la policía pidieron un sicólogo. Las hijas gritaban que querían justicia, cuando realmente lo que querían era ver muerto a su padre, pero lo repetían como una letanía, como una oración perdida y sin destinatario. Querían justicia para su madre, querían entender toda aquella locura repetición de una locura, repetición de muchas locuras.

Los policías preguntaban, los vecinos se agolpaban, el juez llegó con el secretario del juzgado y su apariencia gris para levantar el cadáver y una vez hecho el trámite se llevaron a Maribel al Instituto Anatómico Forense para practicarle la autopsia por orden del juez, detrás de aquel coche se fue una comitiva de coches con las hijas y familiares que querían acompañarla en esa gira póstuma, hacia ningún sitio.

La autopsia dio como causa de la muerte un fallo cardiaco producido por múltiples heridas en diferentes órganos de diferente intensidad y acompañadas de un fallo multiorgánico incompatible con la vida.

Incompatible con la vida, leyó varias veces su hija mayor, incompatible con la vida, y aquellas palabras le hacían pensar en la vida y en la muerte y más que en eso, en la forma de morir y de vivir. Incompatible con la vida, su madre no era incompatible con la vida, no, sólo las lesiones que le produjo quien sí lo era y juró venganza, juró que aquello no podía quedar impune, que no podía salirle gratis y que el precio no podría ser bajo, no.

© 2009 jjb

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martes, 18 de agosto de 2009

Maribel / 35

Todo transcurrió bien, todo era un remanso de paz, Maribel estaba encantada. Joaquín parecía amaestrado: no bebía, hablaba poco como siempre, pero colaboraba en ciertas labores siempre con la distancia que sus hijas le imponían. No le aceptaban y Maribel les recriminaba su actitud, es vuestro padre, es un hombre nuevo, todo el mundo tiene derecho a tener una oportunidad, pero ellas no aceptaban, ellas habían visto la historia sin cortes, desde el principio al final, sin censuras, sin concesiones y no podían dar otra oportunidad.

Pero Maribel disfrutaba de aquella nueva luna de miel, aunque a veces había gestos que le recordaban al Joaquín de otros tiempos, pero no, todo era distinto. Las niñas seguían, mamá a la mas mínima, mamá no dejes pasar ni una, que no hijas, pero ser un poco más amables con vuestro padre, tú estate al tanto y avísanos a la más mínima, por pequeña que sea, que sí hijas, que sí.

No había comunión ni cumpleaños que no fueran juntos y a diferencia de antes Maribel no estaba sola, él se quedaba a su lado durante todo el tiempo, incluso en la iglesia, incluso lejos de la barra del bar en el restaurante. Maribel veía en ello una señal inequívoca de cambio y además no dudaba que era definitivo.

Un día Joaquín tardó un poco más de lo normal, solía llegar pronto y pasaba la tarde en casa, pero ese día llegó más tarde de lo habitual y con evidentes signos de haber bebido. Maribel no quería que sus hijas lo vieran y se le llevó agarrándole de la cintura hasta la habitación, ¿qué ha pasado?, se ha ido uno de la oficina y he bebido, pero no quería, acuéstate y no digas nada, mañana hablaremos, sí, hasta mañana.

Vuestro padre está indispuesto, se ha acostado, ha ido al médico y le ha dicho que es del estómago y que haga reposo, no quería tomar nada, mañana estará bien, espero. No parecieron ni preocupadas ni interesadas aunque era raro, pero siguieron a sus cosas y Maribel siguió con su preocupación que iba en aumento, esto no estaba previsto.

Al día siguiente Joaquín no dijo nada, se puso su ropa, se tomó su café y se fue al trabajo, Maribel mientras hacía las labores de su casa seguía dándole vueltas e intentando convencerse de que no tenía importancia, que no convenía elevar una anécdota a categoría; se iba un compañero, es lógico que un día fuera especial, aunque debía decírselo, eso no podía repetirse, pero tampoco era tan importante.

La comida era breve, Joaquín comió también normal, parecía o enfadado o contrariado, pero no decía nada mientras comía, se fue normalmente y siguió Maribel con su soliloquio que silenciaba ante la cercanía de sus hijas, era un mero ejercicio de convencimiento y nada más, pero en ello estaba el día mientras seguía con sus cosas.
Joaquín volvió un poco más tarde, pero sólo un poco, dentro de los márgenes lógicos de cualquier día. Tenemos que hablar, ahora no que tengo que bajar la quiniela, luego hablamos, quieres algo, no, y se fue con sus boletos que preparaba durante la semana.

No tardó mucho y Maribel le dijo que tenían que hablar de nuevo, se fueron a la habitación y Maribel comenzó midiendo sus palabras, sin querer hacerle daño. Mira yo sé que lo de ayer fue una excepción, pero tú me prometiste que lo dejarías y eso no puede ser, tú sabes que eres otro cuando bebes y ya lo hemos hablado muchas veces, tú tienes que entenderlo. Sin saber por qué a Joaquín se le inyectaron los ojos en sangre, le volvió a salir aquella cara que Maribel conocía perfectamente, aquella cara que fue el preámbulo de su muerte anterior, aquella cara que le salía a Joaquín sólo cuando no iba a tardar la locura, el delirio, la ceguera. Con la misma voz que Maribel también conocía, con el mismo tono y con el mismo timbre Maribel, presa del pánico acertó a oír, y tú me dices eso, que te he tratado como a una reina mientras no te le mereces, con las putas de tus hijas amargándome la vida y tú también, buscando sólo lo peor para mí, y tú te atreves a decirme a mí lo que tengo que hacer, tu, hija de puta que sólo sabes hablar, que no paras de hablar y que te pasas el día tocándote el coño mientras yo trabajo, tú, tú, Joaquín por favor, Joaquín por favor, ¿tú me vas a decir a mí lo que yo tengo que hacer?

© 2009 jjb


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lunes, 17 de agosto de 2009

Maribel / 34

Maribel con pasitos pequeños llegó a casa, parándose a cada paso para saludar a las vecinas que le daban sonoros besos mientras sus hijas pedían disculpas y decían que ya se verían. Sonrió por estar en su sitio, pero dos minutos después de inspeccionar y tomar posesión simbólica de su casa dijo sus primeras palabras, ¿y vuestro padre?, mamá, por favor, después de todo lo que ha pasado, ¿cómo preguntas por él?, es mi marido, no estaba en sus cabales, es bueno, pero se volvió loco, es vuestro padre, ¿dónde está?. Le contaron la orden de alejamiento, le explicaron que se le llevaron el día anterior, le mintieron diciendo que ella tenía prohibido verle y atónitas escucharon lo que su gesto anunciaba, pues no es justo, él no sabía lo que hacía, es mi marido.

Y se quedó allí feliz de estar en su casa y triste de no ver a su marido. Quería hacer cosas y sus hijas no le dejaban mover un dedo, pues vaya, una inútil en mi casa, mamá tienes que ir despacio, despacio es una cosa y ser un mueble otra. Así empezó una larga lucha entre querer hacer cosas y la resistencia de sus hijas, los días pasaban entre las visitas de las comidas, que pretendían curarla dándole dulces y cosas de comer, y las largas peleas por su afán de hacer y su imposibilidad de hacerlo.

No le vieron llorar, ni el más mínimo reproche, nada que recordara aquella noche, sólo, de vez en cuando, alguna alusión a su marido, una añoranza, algo que sus hijas recibían con el mayor desagrado y que no lograban entender.

Según iba pasando el tiempo Maribel estaba cada vez mejor. Ya podía hacer muchas de las labores que hacía antes y no eran pocas, sus hijas habían tirado la toalla hacía tiempo y ella ya se había hecho con los controles de la actividad de la casa. Se la veía feliz, todo era igual que antes, todo podría ser incluso mejor que antes, pero nadie sabía por qué, echaba de menos a aquel canalla.

La vida estaba llegando a la completa normalidad en aquella casa cuando una tarde, a eso de las ocho, con la madre y las cuatro hijas haciendo sus cosas, sonó el timbre de la puerta. Abro yo, dijo Maribel y cuando abrió allí estaba Joaquín, mal vestido, peor peinado, no parecía él, su cara era una mezcla de arrepentimiento y tribulación. Nada acertó a decir Joaquín y Maribel dijo, pasa, tú no puedes estar aquí, dijeron sus hijas, dejarlo estar, dijo Maribel, vamos a hablar, y les dejaron solos, sentados alrededor de la mesa, muy atentas a cualquier ruido que pudiera ser sospechoso.

Nada más estar solos, Joaquín rompió a llorar. Parecía un sentido llanto, balbuciendo le pedía perdón, enloquecí, perdóname, yo no sé vivir sin ti, no quise hacerlo, perdóname y las lágrimas se acumulaban en su cara. Maribel le miraba con cara de perdón y no quería ser blanda, no por ella, sino por sus hijas que le regañarían, pero le comprendía, entendía perfectamente que aquel Joaquín que casi le mata no era su Joaquín, era un monstruo que se había apoderado de él y amarrándole sus manos, con la mirada llena de aquella Maribel de la discoteca, de los paseos por el jardín, de los sueños nunca realizados, de las verdades nunca cumplidas, le dijo, tienes que cambiar, no puedes seguir bebiendo. Mil veces le dijo que ya no bebía y mil veces el olor de su aliento le delató, pero no hay peor mentira que la que se quiere creer y le creyó y le hizo jurar que ni una copa más, que nunca más, que jamás y él juro y juró que sería otro hombre, que no más bebida, que volvería a ser el Joaquín de siempre, que nunca más.

Sus hijas no sólo no lo creyeron, sino que le advirtieron que debía irse, que había una orden judicial. Maribel las rogó, me ha prometido ser otro hombre, sólo quiere tener de nuevo una esclava y te lo volverá a hacer, no hijas, es sincero, es vuestro padre, mamá te equivocas, no hijas no.

Sólo lograron arrancar de Maribel que ante el más mínimo síntoma de violencia, ante el más mínimo indicio saldría de casa y llamarían a la policía. Maribel aceptó diciendo que cómo iba a ocurrir eso, pero aceptó y él se fue a recoger sus bártulos a aquella pensión de estables en la que había malvivido los últimos meses, con la alegría de saber que las cosas iban a ser como antes.

© 2009 jjb


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viernes, 14 de agosto de 2009

Maribel / 33

Un día le trasladaron a planta, otro día empezó a comer dieta blanda, otro le quitaron los tubos y cada vez estaba con mejor aspecto y mejor color. Tenía además apetito y estaba loca por que la dejaran andar aunque fuera un poquito. Pero el mejor síntoma era que hablaba. Y no paraba de hablar, como siempre, como nunca, con unas y con otros. No había enfermera ni paciente que no supiera de sus largas conversaciones más cercanas al monólogo que al diálogo, más llenas de palabras que de contenido, pero que le hacían olvidar los problemas a quien la escuchaba porque el problema era salvarse de aquella locuacidad.

Empezó a andar, un pasito, después otro, apoyada en sus hijas, con la fuerza de la ira y las energías que salían nadie sabe de dónde. Poco a poco, aquel pasillo de hospital iba perdiendo tamaño, paso a paso, en el camino directo hacia casa, en la dirección adecuada para retomar su vida. Otro paso, otro paso más, cansada y con dolores, se acostaba feliz y dormía como hacía mucho tiempo que no dormía, porque estaba viva y día a día recuperaba más libertad.

Durante todo ese tiempo nadie, ni Maribel, ni sus hijas, ni nadie habló de lo que había sucedido. La policía quería hacerle preguntas, pero las hijas les convencieron que su madre era la que menos sabía de todo aquello, pero tenía que declarar. Los médicos dijeron que lo que menos le convenía era reproducir aquella noche fatídica y por eso de aquel tema nadie hablaba.

Dentro de tres días le daremos de alta, su evolución ha sido sorprendentemente favorable y puede hacer una vida normal, sin excesos. El único exceso que había en la vida de Maribel era Joaquín y sus hijas, unida a la alegría del alta, empezaron a pensar en la presencia de su padre en la casa y se fueron a la comisaría en cuanto dejaron a su madre.

Su padre tiene que abandonar la casa, tiene una orden de alejamiento de su madre, no puede estar a menos de mil metros de ella. ¿Y cómo hacemos?, decirle que se vaya y si hay problemas avisarnos, si claro, que fácil es decirlo, no habrá problemas ya veréis y si no nos avisáis.

Las cuatro hermanas se dirigieron a casa. Poco hablaron entre ellas, pero se conjuraron de nuevo; esa noche su padre no dormiría en su casa, le gustara o no. Un poco antes de la hora a la que solía llegar, una de las gemelas bajó a la calle y a prudente distancia del portal esperaba la entrada de su padre. Cuando entró avisó a su hermana, que estaba en el balcón, con gestos y esperó a que le dijeran algo. Su hermana seguía en el balcón. Las dos mayores le esperan y le abrieron la puerta, te tienes que ir, mamá vendrá a casa y tu aquí no puedes estar, dejarme en paz, dijo, mientras pudieron olerle su olor a vino, quitar, si no te vas vamos a llamar a la policía, ya estás avisado, y cuidadito con lo que haces, zorras, que sois unas zorras como vuestra madre, o te vas o llamamos a la policía, tu decides, a mi nadie me echa de mi casa, dejarme pasar. Avisaron a su hermana en el balcón, que avisó a su hermana en la calle, que desde la cabina de la esquina llamó al teléfono de la comisaría. A los veinte minutos la policía subía a casa y a la hora, Joaquín, con cara de pocos amigos y aspecto de resaca prematura salía de casa con dos bolsas de plástico y un cigarrillo en la boca. Los policías le subieron a una pensión del centro, y allí se quedó durmiendo la mona, ajeno a lo que pasaba.

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jueves, 13 de agosto de 2009

Maribel / 32

A la mañana siguiente no tenía la ropa preparada, tuvo que buscársela en el armario y no sabía muy bien dónde estaba cada cosa, no vio el desayuno puesto y optó por irse, ya tomaría café al lado del trabajo.

A la hora de comer la comida tampoco estaba preparada, sus hijas estaban en casa, ¿y la comida?, te la preparas tú si quieres. La mirada de odio de su padre no le hizo apartar la de la hija mayor ni un segundo. Tras ese cruce de miradas, con una voz firme que ni ella misma sabía de dónde salía le dijo, ya sabes lo fácil que es para ti entrar en la cárcel ahora, inténtalo siquiera y verás dónde vas. Joaquín calló y se fue a comer al bar, lleno de odio y sin entender muy bien las cosas, ¿qué les estaba pasando?, no lo entendía.

Las hermanas, que habían intentado que su miedo atroz no se notara mientras estuviera allí su padre, cuando salió empezaron a abrazarse, se habían conjurado para que su reacción fuera una en cuanto hiciera la más mínima intención de levantar la mano: las cuatro se echarían sobre él, habían cogido objetos contundentes, porque la mayor había dicho bien claro que cuchillos no, un amasador, un martillo de madera y sobre todo, un acopio de valor que después del riesgo se había convertido en una tremenda flojera de piernas y risa nerviosa.

No podía ir a ver a Maribel, se lo habían dicho los policías, no te puedes acercar a ella, el juez no te lo permite y tampoco entendía por qué. No es que tuviera intención de ir al hospital pero eran demasiadas cosas que no entendía. Se fue a trabajar y cuando acabó se quedó en el bar más tiempo del habitual. Cuando llegó a casa iba bien puesto de vino, pero se fue directamente a la habitación y se durmió de inmediato sin decir una palabra a sus hijas. Al día siguiente se repitió la historia pero ya no preguntó, directamente se fue a comer al bar y también llegó tarde a casa llevándose a dormir su borrachera directamente a la habitación.

Aquello se convirtió en una rutina, el único problema de Joaquín era la ropa, pero habló con la mujer del dueño del bar que quedó en lavársela por una cantidad, con lo cual lo tenía todo solucionado, a sus hijas las ignoraba, al fin y al cabo las veía poco y no cruzaba ni una sola palabra con ellas.

Las chicas hacían turnos para ir a ver a su madre y no estar nunca solas cuando sabían que vendría su padre, apenas podían verla, unos minutos por la tarde, pero esperaban a los médicos intentando oír alguna palabra de esperanza, algo. Ni oían ni veían nada, porque allí seguía todo igual, sin apenas un cambio aunque fuera mínimo.

Y pasaban los días, aumentando la desesperación de aquellas hijas y la satisfacción de Joaquín para volver a disfrutar de una rutina, de hacer diariamente las mismas cosas, sin más complicaciones. Se presentaba ante la policía en los días señalados y ya había dado una buena excusa médica en el trabajo para abandonarlo un par de horas.

Y un buen día, bendito sea Dios, los medidores de la salud de Maribel empezaron a revitalizarse, se vistieron de fiesta, iluminaron sus luces buenas y ese mismo día les informaron a sus hijas que las constantes vitales de la paciente habían mejorado de manera sorprendente, que incluso había abierto levemente y durante muy poco tiempo sus ojos y notaban cierta presión leve, levísima, al tocarle la mano. Para no alterarla, los médicos le rogaban a las hijas que ese día no vieran a su madre y era tal la alegría que tenían que aquello les pareció que carecía de importancia.

Día tras día las noticias iban siendo mejores, hablaba con las chicas en aquellos cinco minutos, de dos en dos, que diariamente podían verla. Estaba muy débil, su voz era un hilito, pero estaba viva y eso les llenaba de alegría a ellas y a todas los ojos de lagrimas. No lloréis, vosotras no lloréis, no hijas no, mamá y le agarraban las manos como el que coge la reliquia de una santa, con miedo de hacerle daño y con la incredulidad de poder hacerlo porque le daban por muerta desde hacía ya mucho tiempo.


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miércoles, 12 de agosto de 2009

Maribel / 31

Está muy mal, la hemos recuperado y está estable pero el diagnóstico es muy grave, no podemos decir nada más de momento, en estos casos debemos hacer un informe judicial y ponerlo en conocimiento de la policía de inmediato ¿saben ustedes quién ha sido?, sí, mi padre, pues preguntará por él la policía que está al llegar, no está aquí, no sabemos de él, pero mi madre ¿podemos verla?, no, está entubada, está en la UVI, no pueden verla, esperemos noticias, pero no se los puedo poner bien porque su estado es crítico, lo siento.

La policía le encontró en la barra del bar de al lado de su casa, justo donde habían indicado sus hijas. Estaba borracho como una cuba y hablaba sin parar de temas incoherentes. No le preguntaron nada, su actitud fue agresiva, le redujeron, le esposaron y se lo llevaron en el coche patrulla camino de la comisaría. Una vez allí el inspector encargado del caso le mandó a la casa de socorro a que le hicieran un peritaje médico y le quitaran la borrachera. El inspector jefe, un hombre con amplia experiencia de años y de situaciones, sabía que el código penal entendía la embriaguez como un atenuante. Se lo llevaron a duras penas y después de redactar el informe con el único diagnóstico de embriaguez extrema, le inyectaron una buena dosis de vitamina B12 y el médico aconsejó a los policías que no le dejaran libre en al menos doce horas, porque si bebía en ese intervalo podría ser peligroso.

En el calabozo de la comisaría durmió y durmió, y al despertar le llamó el comisario, ¿qué es lo que has hecho?, bajó la cabeza y miró al suelo, coño, el que no paraba de hablar ahora es mudo, ¿no recuerdas lo que hiciste ayer?, no, no sé, decía Joaquín sin dejar de mirar al suelo, ¿no sabes cómo está tu mujer?, no, está en el hospital, muriéndose de la paliza que le diste, siempre hace lo contrario, nunca hace lo que debe, pero yo la pego lo justo, sólo cuando me calienta, ayer bebí mucho, no lo recuerdo, pero ella está siempre con lo mismo, ella no cuida de la casa como dios manda, no quise hacerle daño, pero se me fue la mano, será eso, que se me fue la mano, no lo sé, lo siento, ¿se te fue la mano?, si casi la matas, tienes muy mal vino tú y vas a tener problemas porque no es fácil ayudarte.

Pasaban los días y Maribel seguía sumida en su profundo sueño de muerte. Nada cambiaba, aquella habitación en penumbra, en la asepsia indiferente de un hospital, las enfermeras moviéndose, las constantes controladas, nada era diferente ni hacia bien o hacia mal y Maribel permanecía ajena a todo aquello, en un sueño de vida o de muerte, en la profundidad del abismo, ajena todo, con su cuerpo taladrado de tubos y las marcas aún recientes de la tragedia.

Después del calabozo Joaquín prestó declaración ante el juez y tampoco dijo mucho o poco, después se fue a casa y entendió que debería presentarse ante el juzgado los días 1 y 15 de cada mes. Al llegar a casa, sus hijas le dijeron qué hacía allí y él las apartó de un manotazo, ¿Qué haces aquí?, vete, vete de aquí, esta es mi casa, aquí debo estar, esta es la casa de nuestra madre y tú sobras, esta es mi casa y vosotras no merecéis estar aquí. En la tensión de la situación la hija mayor medió, tú aquí dormirás pero no esperes más, si vienes borracho llamaremos a la policía, si se te ocurre ponernos la mano encima llamaremos a la policía o tomaremos las cuatro la justicia por nuestra mano, aquí cabes sólo en tu habitación y no queremos verte.

Calló y se fue a la habitación. No entendía cómo sus hijas, a las que había dado todo, más incluso que lo que les había dado su madre, a las que había pagado academias y trajes de comunión, vestidos, todo, cómo podían tratarle así ahora, eran injustas con él como lo había sido su madre, todas eran iguales, todas estaban contra él.

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martes, 11 de agosto de 2009

Maribel / 30

Y de ahí no había quien le sacara, ni siquiera su hija era capaz de convencerle. A veces aparecían señales, pero las disimulaba con maquillaje o con palabras, era su marido, los trapos sucios se lavan en casa.

Una noche Joaquín venía con muy mal vino, quizás habría tomado más de la cuenta, quizás lo habría mezclado con otras cosas, el caso es que venía exultante, locuaz, extremadamente crítico con todo y la tomó con su hija mayor, su novio, su trabajo, todo era malo y ella no era precisamente muda y empezó a hacer exactamente lo que su padre quería que hiciera: enfrentarse a él y vaya que si lo hizo, tenía mucho guardado desde hacía mucho tiempo, pero cuando se estaba explayando y viendo que Joaquín estaba contando los segundos para ir a por su hija, Maribel dijo con voz segura y alta, Joaquín, ven un momento a la habitación. Su hija calló, Joaquín miró desafiante a su hija y después a su esposa y se fue con ella a la habitación. Entró detrás de ella, cerró y Maribel pudo decir lo que quería decir: a mi hija no. Eso fue el comienzo de la más brutal paliza que hasta entonces se había dado en aquella casa, Joaquín estaba fuera de sí y ya no ponía cuidado en no dejar señales, sólo le importaba hacer el mayor daño posible, con saña, con fuerza.

Según iba pegando iba aumentando su ansia de pegar, su cadencia de golpes, su brutalidad. Maribel encajaba uno y otro golpe sin caerse, sin llorar, sin entender por qué aquel día era distinto y aguantó hasta que en un momento determinado no pudo más, dobló las rodillas, recibió un tremendo puñetazo entre los ojos y perdió el sentido. Se desplomó, pero eso no fue suficiente para Joaquín que con ella en el suelo, le dio patadas hasta que se cansó y entonces le dijo, levántate, hija de puta, levántate, pero Maribel no podía ni levantarse ni oír aquellas palabras.

Y en aquel momento Joaquín entendió que se había excedido, seguía teniendo ganas de seguir pegándola, pero quizás se había excedido y ahora le miraba, con los ojos inyectados en sangre, con la mirada fija en la sangre que brotaba de la boca de Maribel con un chorro constante y fluido y creyó saber que la había matado y tuvo miedo, porque eso significaría tener que dar muchas explicaciones, porque ya nadie le defendería, porque tendría que ir a la cárcel, porque aquella hija de puta se iba a ir de rositas sin pagar por todo el daño que le estaba haciendo, sin apenas castigo, sin apenas responder y eso no le gustaba. Algo tenía que hacer y lo tenía que hacer ya.

Allí, aislado en aquella habitación, excitado por la violencia, necesitado de más, dudaba entre rematarla o pedir ayuda. No sabía aún si estaba viva o no, lo cual le permitía reducir su decisión a la mitad. Le golpeó despacio en la cara, le llamó varias veces, Maribel, Maribel, pero no contestaba, o estaba muerta o estaba muy herida. Ella era su gran problema y tomó una decisión, con el mismo tono de voz que había utilizado al entrar en casa dijo, niña, niña y su hija mayor entró en la habitación, vio a su madre y sin pensarlo se abalanzó sobre su padre gritándole, hijo de puta le has matado, hijo de la gran puta, calla, decía Joaquín mientras se la quitaba de encima, llama a una ambulancia y no la mováis. Empezaron los nervios y las carreras, llamada, aviso a las vecinas, la ambulancia que llegó, el médico que con cara de preocupación dijo que se la tenían que llevar ya, lloros de aquellas mujeres y Joaquín, que amparado en la oscuridad de la noche y en los descuidos de los nervios había desaparecido y nadie había reparado en ello, porque a nadie le importaba en aquel momento. Se fue dentro de aquella ambulancia, poniendo sonido a la noche y destellos de muerte en su camino, se fue acompañada de su hija que esperaba lo peor mientras sostenía su mano y la apretaba como si en ello le fuera la vida, se fue camino del hospital buscando ayuda, la que antes nunca había pedido y ahora tampoco.

© 2009 jjb

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