jueves, 30 de abril de 2009

Camino /2

Camino amaba los libros, mas allá de su lectura entendía como muchos otros que el hecho de leer no es sólo interpretar el texto, es también un rito, una liturgia, que pasa por el tacto del papel, su olor, una postura, un momento, el texto y lo que ese texto puede significar en tu mundo, en tu vida. No es lo mismo leer un libro que leer un fichero de un ordenador, no es peor ni mejor, es otra cosa, leer es un acto íntimo propio del que lee y que necesita de elementos para conformarlo. Ella amaba los libros, como objetos, como nexo de unión del conocimiento, como parte de su imaginario personal. Y allí estaban libros que prometían ser muy antiguos, muy diferentes a los que estaban en las estanterías de su ciudad o en la biblioteca que visitaba con asiduidad.

Se acercó, se puso en cuclillas y tomó el primer libro de aquel montón, era un Amadis de Gaula antiguo, bastante antiguo, pero contemporáneo. Solo lo hojeó, le gustaba el tacto, y la sensación que le producía tenía que ver con recuerdos de la infancia, compartir con otras manos que antes lo hubieran ojeado, que antes lo hubieran leído. Cogió otro del montón, era la Antología de la nueva poesía española, que ella recordaba haber leído, pero en quizás en otra edición mas reciente. Aquella obra de José Luis Cano era de una edición de 1963, publicada por Gredos. Pocos o muy pocos son los que leen poesía, menos los que compran libros si no es por motivos de estudio, obligados por un profesor de literatura o para buscar inspiración cuando necesitan conjugar el idioma del amor, Camino era una de esas contadas personas, cierto es que comprar no compraba muchos libros, pero sí le gustaba leerlos en la biblioteca y descubrir sus fichas casi vírgenes de lectores que le producía una profunda tristeza.

Aquel libro estaba viejo, ajado por el tiempo, quizás por el uso, con esa pátina que solo tienen aquellas cosas que tienen la prueba del tiempo. Quizá por ese carácter de desvalido, de objeto roto, de objeto usado, de ser el último libro que compraría cualquiera, aquel libro le atrajo, y por un impulso que no logró entender en aquel momento, preguntó cuánto costaba, y ante la sorpresa de la dependiente que por primera vez oía preguntar por aquel cúmulo de polvo en forma de libro que tanto le disgustaba, le pareció un precio razonable y lo compró.

Camino salió de la tienda olvidando sus abanicos con una sonrisa pintada en la cara y creyendo que sólo por aquello que ella consideraba una joya y que llevaba debajo del brazo envuelto en el peor papel de envolver que había en aquella tienda, aquel viaje al paraíso merecía la pena. Pero allí seguían las calles del barrio viejo, los patios de las casas que eran verdaderos monumentos en miniatura, la reducción del arte en forma de sombra, de flores de agua y ese ambiente que le envolvía y le amparaba calle arriba, perdida entre las sombras del pasado y la felicidad del momento, contradictoria por ser feliz de saberse feliz y con ganas de contárselo a alguien y de no decir nunca aquel secreto menor para no compartirlo.

Una terraza al aire libre, un refresco, el sabor de la sombra en Córdoba, una mirada circundante y sus manos abriendo aquel paquete que envolvía su joya, su tesoro cordobés, interrumpida por la llegada del camarero que en su andaluz cordobés cerrado, sin apenas vocales, le ofrece raciones, pinchos, con nombres atractivos para un estómago que ya va necesitando un poco de combustible.

Camino mira su reloj y calcula en muy poco tiempo, que no es el momento de comer nada a pesar de que tenga ganas, han quedado los compañeros para comer juntos y la verdad, no quiere perderse la comida de ese restaurante que recuerda de otros años y que tan buenas sensaciones le provoca, a pesar de su apetito inmediato. No me traiga nada, muchas gracias, y aquel camarero se va farfullando palabras ininteligibles, posiblemente ofensivas, pero si algo tiene Camino claro es que nada ni nadie le va a estropear aquel día, ni camareros, ni eventos meteorológicos, ni cualquier elemento de la naturaleza, estaba contenta y así quería seguir todo lo que quedaba del día.


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miércoles, 29 de abril de 2009

Camino

Camino bajó del autobús y espontáneamente dio dos palmas para citar a sus alumnos que bajaban detrás de ella, habían llegado a Córdoba hacía apenas unas horas y estaban siguiendo un guión pensado concienzudamente en el instituto para que aquel viaje de estudios pudiera ser medianamente productivo para sus alumnos. Lo cierto es que le fascinaba volver a Córdoba, recordar aquel viaje de juventud a aquella ciudad que primero seduce, después te envuelve y después te enamora, pero aquel era su trabajo, y debía explicarles a aquellos adolescentes que buscaban posiblemente otras cosas distintas a la cultura.

Les explicó que Córdoba era la tercera ciudad de Andalucía, tanto por tamaño como por población, su pasado árabe patente en todos y cada uno de sus rincones, su calidad de Patrimonio de la Humanidad, pero sobre todo, y a sabiendas que aquello no llegaría a todos, les pidió que se empaparan del aroma de la ciudad, que se convirtieran en parte de aquella ciudad tan bella, que te secuestra y te puede. Les habló de Séneca, de Maimonides, de Averroes, de la ciencia, de las letras y para que se despertaran, al hablarles de la flora, les citó las especies leñosas de limitada distribución tales como el enebro, el emborrachacabras, el sauzgatillo y el hediondo, que carecían de interés, pero que sirvieron para atraer la atención de su auditorio antes de decirles la visita que harían y las horas de vuelta. La wikipedia nuevamente le había ayudado en su trabajo y los jóvenes alumnos parecían felices jugando con aquellos nombres.

Liberada de su responsabilidad, Camino quería hacer lo que más le atraía de aquel viaje, poder andar por las calles de Córdoba, sentir la historia de aquellas calles testigo de tanta y tanta Historia y sobre todo, a pesar de todo, de tantas y tantas historias, cotidianas, fútiles, intranscendentes, que se le iban empapando a ella según se metía más y más dentro de ellas. Viajar es liberarse, salir de tu círculo inmediato y prescindir de tus ataduras, moverte en la libertad de lo ajeno, acercarte a gente diferente e igual, sentirse ajeno y parte de aquello. Alguien dijo que la intolerancia se curaba leyendo y los nacionalismos viajando. La vida es un tránsito y en ese tránsito máximo hay pequeños tránsitos de menor calibre, a Camino le gustaba viajar y Córdoba era un imán que le atraía más que cualquier otro lugar.

La calle de la Judería, Maimonides, Averroes, no sabia muy bien si aún eran más bellos los nombres que las calles, las tiendas, cada uno de los detalles que parecían haber sido puestos de tal manera que eran el escenario de una película, una película sencilla, intranscendente, en la que ella se movía disfrutando de su soledad y su matrimonio con aquella ciudad, una unión intermitente, pero siempre intensa, y en la que nunca renunciaba a tener sus momentos para poder hacer su recorrido por aquellas calles que ella imaginaba ocupadas por otros personajes de otras épocas, de otras costumbres.

Tenía que comprar algún regalo, siempre compraba algo más por excusa para entrar en aquellas tiendas de otra época en las que también se nota el peso de los siglos. Aquella vez iba con la idea de buscar unos abanicos pintados a mano, en su visita anterior los había visto de soslayo y por esas cosas que nunca sabemos por qué ocurren, se había quedado con la idea, y en aquella ocasión quería verlos con más detalle.

Entró en una tienda, le saludaron con musicalidad cordobesa y la recorrió buscando los abanicos, no era allí donde los había visto la vez anterior, pero era una tienda muy bonita también, con esos detalles que jamás se encuentran en los grandes almacenes, en su búsqueda llegó al final de la tienda sin encontrar lo que buscaba, y allí, en un rincón perdido al final de la tienda, inesperadamente, ve algo que le atrae poderosamente la atención, un montón de libros viejos, en aparente desorden, apilados en el suelo, de distintos tamaños, de distintos formatos, de distintos años.


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martes, 28 de abril de 2009

Alonso V

994-1028

Hijo y heredero de Bermudo II, Alfonso V fue proclamado monarca en el año 999, tras lo cual, debido a su corta edad, fue puesto bajo la custodia de su madre, la reina Elvira y del noble gallego, Menendo Gonz
ález. En 1008 se hizo cargo personalmente del gobierno de sus territorios y tras enfrentarse a numerosas rebeliones de la nobleza entre los años 1012 y 1014, emprendió importantes reformas en la administración del reino, que culminaron con la promulgación en el año 1017 del Fuero de León.

Tras la muerte de Bermudo II la custodia del rey niño fue asumida conjuntamente por la reina viuda Elvira y por Menendo González, prestigioso noble gallego-portugés que además de hacerse cargo de los asuntos de Estado, tras ser nombrado regente, fue el principal responsable de vigilar que la educación de Alfonso V fuera lo más completa posible, puesto que también fue nombrado ayo del monarca, las relaciones de Alfonso con sus tutores fueron más que cordiales, ya que parece demostrado que se crearon grandes lazos afectivos entre ellos. Así el rey estuvo muy unido a su madre hasta que se produjo la muerte de ésta en el año 1017, aunque no siempre siguió sus consejos; y sintió un profundo respeto hacia la figura del conde Menendo, para que el que sólo tuvo elogios en su madurez, ya que en todo momento se mostró muy agradecido por los importantes servicios que éste le había prestado en los primeros años de su reinado. Por otro lado la propia situación de Menendo González, que además de hacerse cargo de los asuntos del reino debía ocuparse del gobierno de sus propias posesiones, marcó que la corte de Alfonso V se instalara en Galicia, territorio que éste prácticamente no abandonó durante sus años de infancia y adolescencia, como lo confirma el hecho de que la mayor parte de los documentos en los que aparece registrada su firma en estos años fueran elaborados en estas tierras.

Alfonso V tomó personalmente las riendas del poder en el año 1008, tras producirse la muerte del conde Menendo, el cual posiblemente fue asesinado mientras intentaba defender su
s tierras de los normandos. A pesar de su juventud la fuerte personalidad del rey muy pronto se puso de manifiesto ante todos sus súbditos, ya que a pesar de que su madre continuó asesorándole, se puede detectar un importante cambio en la política interior del reino, que a partir del año 1013 se tornó firmemente anticastellana. Así muchos nobles fieles al antiguo regente abandonaron la corte y otros nuevos ocuparon su puesto, situación que fue el germen de los futuros levantamientos nobiliarios registrados entre los años 1012 y 1014, ya que fueron muchos los notables que quisieron beneficiarse de las donaciones que el monarca realizó a sus principales colaboradores. En este sentido podríamos destacar por su importancia la rebelión la encabezada por Muño Fernández en el año 1012 y sobre todo la dirigida por los citados García Gómez y Sancho García en el año 1014, que por su extrema dureza hizo peligrar la propia estabilidad del reino, ya que algunos nobles leoneses se unieron a la causa de éstos, como el conde Fernando Flaínez, aunque finalmente el monarca pudo hacer valer su autoridad.

Además de estos conflictos Alfonso V tuvo que hacer frente a mediados del año 1015 a u
na peligrosa incursión normanda, que asoló durante aproximadamente 9 meses las costas gallegas, portuguesas y algunas zonas del interior próximas al Duero. Así dicha incursión, que no era la primera de su reinado, fue frenada personalmente por el rey, que tras ponerse al frente de un poderoso ejército se dirigió a la diócesis de Tuy, que había sido duramente castigada. Fue en este lugar donde infligió una gran derrota a los que el mismo llamó, en un documento fechado en el año 1024, "hombres del norte".

Concluidas las hostilidades en todos los frentes Alfonso V dedicó todos sus esfuerzos a la reconstrucción de su reino, motivo por el cual emprendió una importante reforma de la administración, que fue alabada por todos los cronistas de su tiempo; con la que pretendía asegurar la paz entre sus súbditos. Así entre sus principales logros nos encontramos con la promulgación de los llamados Decretos y Leyes del rey Alfonso, con los cuales, gracias a su carácter general, pretendía uniformizar la aplicación de justicia en todos su territorios; y la que es sin duda su obra legislativa más importante por su transcendencia posterior, el Fuero de León, con el que el monarca se proponía reglamentar todos los aspectos que conformaban la vida de la capital de su reino. De este modo, empeñado en hacer efectiva la restauración de su poder, Alfonso V dedicó grandes esfuerzos en asentar las fronteras de su reino, beneficiándose de la minoría de edad del nuevo conde de Castilla, García, y sobre todo de la guerra civil que se estaba desarrollando en al-Andalus, motivo fundamental por el que inició la repoblación y reconstrucción de las poblaciones que habían sido asoladas por los amiríes, lo cual dio confianza a sus súbditos.

Satisfecho por sus logros y aprovechando la guerra civil que se había iniciado en al-Andalus tras la muerte del segu
ndo hijo de Almanzor, Abd al-Rahman ibn Sanchul, conocido por los cristianos como Sanchuelo, Alfonso V consideró que había llegado el momento de recuperar algunas de las posesiones que le habían sido arrebatadas en años anteriores, tanto por el citado caudillo musulmán como por su primogénito Abd al-Malik. Así decidió dirigir una expedición hacia Portugal, en el verano del año 1028, en la cual se proponía recuperar Viseo y Coimbra, plazas que prácticamente garantizaban el control sobre los territorios situados al norte del río Mondego. Pero la expedición no iba a prosperar, puesto que el monarca murió en las proximidades de Viseo poco tiempo después, según apuntan todos los cronistas, tras ser atravesado por una flecha mientras realizaba un reconocimiento del terreno sin contar con la debida protección. La muerte inesperada de Alfonso V el Noble, cuando contaba aproximadamente con 35 años de edad, marcó el inicio de nuevas sublevaciones nobiliarias, al parecer alentadas por Sancho el Mayor.

Los restos mortales del monarca fueron enterrados en la iglesia de San Juan Bautista, transformada años más tarde en la colegiata de San Isidoro de León. Alfonso V dejó dos hijos de su primer matrimonio, el futuro Bermudo III y la infanta doña Sancha.


Fuente: EUM
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lunes, 27 de abril de 2009

Ramiro I

782-850

Décimo rey de Asturias desde el 12 de junio del 842 hasta la fecha de su muerte. Nacido probablemente en Oviedo y muerto en esta misma ciudad el 1 de enero de 850.

Hijo del monarca astur Vermudo I el Diácono, nació después de producirse la abdicación de su padre, al que apenas conoció puesto que falleció en el año 797, cuando contaba aproximadamente con 5 años. Ramiro pasó la mayor parte de su infancia y su juventud en la corte de Alfonso II el Casto, el cual parece que le tuvo en alta estima, ya que nunca esperó tener un heredero. Así recibió una educación esmerada, que le hizo ser un gran amante del arte durante toda su vida, y una sólida formación militar, que completó participando en algunas de las campañas emprendidas por su protector.

Tras años al servicio de la monarquía astur, finalmente en el año 829, cuando contaba con 37 años, fue asociado abiertamente al trono, puesto que parece claro que Alfonso II hizo público su deseo de que éste le sucediera, en una asamblea de notables reunida en la ciudad de Oviedo. Además el rey Casto, que consideraba a Ramiro un hombre merecedor de toda su confianza decidió enviarle en el año 830 a Galicia, en calidad de gobernador, otorgándole poderes absolutos. Así Ramiro tras recibir instrucciones del monarca partió inmediatamente a tierras gallegas, donde permaneció por espacio de 12 años, cumpliendo en opinión de todos los cronistas cristianos, con la tarea que se le había encomendado. No hay duda que estos años fuera de la corte asturiana le ayudaron a formar un importante círculo de seguidores, los cuales le mostraron su apoyo en los momentos difíciles.

En cuanto a la vida familiar de Ramiro hay que señalar que éste contrajo matrimonio aproximadamente en el año 820, a la edad de 28 años, con una dama de orígenes gallegos, de la que apenas disponemos de datos, puesto que no llegó a ocupar el trono junto a su esposo, motivo por el cual no es mencionada en las crónicas.

El 20 de marzo del 842 se produjo la muerte del anciano rey Alfonso II. Ramiro que recibió rápidamente la noticia de la muerte del monarca, se encontraba en aquellos días ultimando los preparativos de su segunda boda, en la región denominada como Vardulia, posteriormente núcleo originario del condado de Castilla; ya que tras quedar viudo había decidido contraer nuevas nupcias con una dama de ésta zona, llamada Paterna. El futuro rey astur, al parecer confiado de que los nobles respetarían los deseos de Alfonso, no emprendió camino inmediatamente para estar presente en la elección, pero su ausencia provocó que un destacado noble de la corte llamado Neopociano, se proclamara rey con el respaldo de un número importante de notables, los cuales posiblemente no veían con buenos ojos el hecho de perder su prerrogativa de elegir al monarca, pues como ya se ha mencionado prácticamente Alfonso había nombrado a Ramiro como su sucesor.

No tardó Ramiro en conocer la noticia de que el trono astur había sido ocupado, por lo que rápidamente tomó medidas para derrocar al que él y los suyos consideraban como un usurpador. Así en vez de dirigirse a Oviedo, Ramiro decidió regresar a Galicia, concretamente a la ciudad de Lugo, donde parece que contaba con firmes partidarios, con el propósito de formar un ejército. Reunidas las tropas dejó a su hijo Ordoño como gobernador de Galicia y partió inmediatamente hacia Asturias. Neopociano por su parte también tomó medidas para derrotar al aspirante a ocupar su puesto y se puso en camino con la intención de frenarle junto con un importante grupo de hombres, antes de que éste pudiera llegar a Oviedo. Días después ambos ejércitos se encontraron en el valle de Cornellana, donde muy pronto algunos soldados de Neopociano cambiaron de bando y abrazaron la causa de Ramiro. La batalla definitiva tuvo lugar en las proximidades del río Narcea, donde el futuro monarca logró infligir al usurpador una importante derrota, la cual obligó a Neopociano y a los escasos efectivos que habían sobrevivido al envite, a retirarse precipitadamente a Oviedo. Poco duró la huida de éste, ya que poco tiempo más tarde dos condes leales a Ramiro, Escipión y Sonna según indica la Crónica de Alfonso III, lograron hacerle prisionero en Pravia. Neopociano fue duramente castigado por Ramiro I, ya que tras ser condenado a perder los ojos por su traición, fue recluido en un convento hasta el final de sus días. De este modo despejado el camino, los ejércitos de Ramiro I se dirigieron a Oviedo, donde éste fue coronado el 12 de junio del 842, a la edad de 50 años.

Una vez instalado en el trono, Ramiro I intentó reafirmar su autoridad con el fin de evitar nuevas sublevaciones, por lo que tras poner en orden la administración y colocar a hombres leales en los principales puestos de la corte, pasó a asegurar la paz de todos sus dominios, de este modo su primera medida fue perseguir a los bandidos instalados en las montañas. La extrema dureza con la que aplicaba Ramiro la justicia muy pronto fue conocida en todos los rincones de su reino, de este modo todos los cronistas coinciden en señalar que además de las duras condenas impuestas a los ladrones, a los cuales se les sacaba los ojos, el nuevo monarca sintió una gran aversión hacia los hechiceros y adivinos, los cuales si caían en manos de las autoridades eran condenados a perecer en la hoguera.

A pesar de los esfuerzos Ramiro no pudo disfrutar de tranquilidad por mucho tiempo, ya que aproximadamente un año después de su llegada al trono (843), los piratas normandos atacaron la ciudad de Oviedo. Todas las crónicas señalan que fueron derrotados y se vieron obligados a huir, pero poco después los piratas pusieron rumbo hacia las costas gallegas e intentaron atacar el Farum Brecantium (Betanzos), aunque una vez más fueron rechazados por las tropas del monarca y partieron hacia la ciudad de Sevilla, aunque notablemente mermados. Tampoco pudo Ramiro evitar los problemas en el interior, ya que según nos indica Alfonso III en su crónica éste tuvo que hacer frente a varias sublevaciones de la nobleza. Así, el primero de estos levantamientos fue dirigido por un prócer llamado Aldroito, el cual de acuerdo con Neopociano, que continuaba intrigando desde su lugar de retiro, intentó asesinar a Ramiro, aunque una vez descubierto éste fue condenado por el monarca a acompañar al mencionado Neopociano en su celda y en su ceguera. Por su parte el segundo de los intentos por derrocar a Ramiro estuvo dirigido por un conde del palacio llamado Piniolo, el cual parece que logró reunir a un número considerable de partidarios, de tal modo que tras su sublevación se inició una guerra civil, en la cual salió victorioso el monarca.

Por lo que respecta a al-Andalus, dejando de lado la famosa, aunque falsa, batalla de Clavijo, hay que destacar que Abd al-Rahman II a pesar de los numerosos problemas internos a los que tuvo que hacer frente, consiguió organizar una expedición en contra el reino de Asturias en el año 846, la cual tenía como misión impedir que Ramiro llevara a cabo la repoblación de la ciudad de León. Así, a pesar de que los musulmanes no lograron destruir definitivamente las murallas defensivas de la mencionada ciudad, pudieron frenar este intento expansivo de la corte del rey asturiano. Alfonso III en su crónica menciona que durante el reinado de Ramiro I, los musulmanes realizaron otra incursión en territorio cristiano, esta afirmación parece que esta corroborada por algunas fuentes musulmanas, las cuales comentan que al-Mundir atacó algunos territorios de Álava, obteniendo importantes resultados, aunque en opinión de los cronistas cristianos Ramiro I logró salir victorioso en los enfrentamientos que mantuvo con los cordobeses.

Ramiro I falleció, al parecer como consecuencia de haber sufrido fiebres elevadas, el 1 de enero del año 850 en la ciudad de Oviedo, tras haber reinado durante aproximadamente 8 años. Sus restos fueron enterrados en el panteón de los reyes de la catedral de la mencionada ciudad y el trono fue ocupado por su hijo Ordoño I.

Es necesario resaltar por último que durante toda su vida Ramiro I sintió una gran afición por las distintas manifestaciones artísticas, especialmente por la arquitectura, como prueba el hecho de que fuera precisamente en su época cuando se construyeron algunas de las obras más importantes del llamado románico asturiano, como son las iglesias de Santa María del Naranco, San Miguel de Lillo o Santa Cristina de Lena.


Fuente: EUM
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viernes, 24 de abril de 2009

Nueremberg /y 30

Según iba avanzando el viaje, más iba avanzando la conversación, más terreno iba ganando en aquella estrategia que tan buenos resultados le había dado y que ahora engrasaba adecuadamente en su versión internacional. Cuanto más hablaban más contento estaba de haberla conocido, más sobrado se encontraba. Con discreción de portero de prostíbulo observaba las formas de aquella Venus teutona y cada vez le gustaba más lo que veía. Estaba tan dentro de su papel que ya pensaba cuando le contara a sus amigos el regalo que se había traído de Nueremberg y cómo le iban a envidiar, con esa envidia insana que no se disimula.

Ana logro aislarse de la alemana, que aburrida de que Ana no hiciera el más mínimo esfuerzo para entenderla había atacado a otra abuelita alemana que estaba sentada unos asientos más adelante. Y entonces Ana se percató, su tesoro, se le había ido el santo al cielo, abrió con parsimonia el bolso y sacó aquella caja primorosamente envuelta con un precioso papel y sujeta con hilo blanco grueso, con un lazo como sólo los buenos pasteleros saben hacer. Lo abrió, sin prisa, deshaciendo los nudos para mantener el hilo, desdoblando el papel para que no se rompiera y por fin, abriendo la caja y viendo su botín: allí había por lo menos docena y medía de baclavas que Dalponti había llevado a la fiesta en el último momento y que ella había robado sin que ninguno de sus compañeros, ocupados más en la bebida que en la comida, se hubiera dado cuenta. Y allí estaban aquellos dulces que tantos recuerdos le traían, que tan dulces momentos le recordaban.

Ania apenas conocía nada de España, y parecía encantada con aquel joven español que a diferencia de lo que decían todas sus amigas no era bajito y con patillas y que además hablaba inglés, otra de las cosas que le habían dicho que no encontraría, un español que hablara razonablemente inglés. Además demostraba un gran conocimiento de Madrid y, lo que era más importante, de los sitios que estaban de moda, lo que le hubiera costado a ella meses en encontrar. Había química entre los dos y él sabía perfectamente crear la situación de dependencia afectiva necesaria para llevarla directamente a la posición horizontal y en este caso concreto, mantener esa postura durante tres meses; aunque no le gustaban las historias largas, por aquella mujer podría intentar sacrificarse tres meses.

Pensó guardarlos todos hasta llegar, pero qué narices, uno de celebración, y cogió con delicadeza uno de aquellos tesoros, mordisqueó un fisquito, como decía ella, una porción mínima de aquel tesoro y aquello fue el detonante de noches, de manos, de paseos, de murallas, del frío de la noche y el calor de aquel restaurante, de taxis y taxistas y más paseos y más manos entrelazadas, de aquel beso en el parque y de esa noche y con sólo pensar en ella volvían a ponerse en tensión todos los mecanismos de placer, le entraba una sensibilidad extrema y despertaban zonas erógenas desconocidas en cualquier pliegue de su piel. Aquella noche, dios mío, aquella noche.

Al primer sitio donde te voy a llevar es a Tímpano, es una discoteca a la que sólo dejan entrar a personas seleccionadas y que siempre está llena, después tenemos que ir a las terrazas de la Castellana, es increíble, te va a encantar, cierran a las cuatro de la mañana y de allí iremos a un garito cerca de la puerta Alcalá, que tiene un negro altísimo de portero y que te dan lentejas hasta las nueve de la mañana. Y cuándo dormís, preguntaba ella, Madrid no duerme, siempre hay gente en la calle, siempre hay un sitio abierto. No lo puedo creer. Lo que si te va a gustar es el Joy Eslava, un viejo teatro convertido en discoteca, te volverá loca.

Trocito a trocito iba saboreando el baclava, y trocito a trocito iba saboreando los recuerdos que se habían quedado atrapados en su despensa de inolvidables, que le harían feliz en momentos perdidos y con los años no sólo le harían feliz, sino más joven, transportándose a un lugar y a una época que era como la tierra prometida, el lugar donde los sueños inútiles, las locuras imposibles y las fantasías improbables, se podían hacer realidad sin forzarlas, sin sufrirlas, sin llorarlas. El lugar en donde se refugiaba cuando la tormenta arreciaba, cuando el aburrimiento se empezaba a convertir en depresión, en la tabla donde se agarraba cuando la tormenta destrozaba el barco y su vida naufragaba.

Jamás le volvió a ver, jamás lo intentó, jamás lo olvidó, y con el tiempo no sólo le recordó, sino que le creó de nuevo, le fabricó a su medida, le idealizó y convirtió a aquel canalla débil con ella, en el príncipe del cuento, el galán de la película, el capitán de las batallas justas ganadas, en otro que en poco o en nada se parecía a aquel que estaba volando por otros cielos, por otras rutas, por otros horizontes. Jamás le quiso contar a nadie nada, y el único signo externo visible, fue su desmesurada afición por los baclavas, que nadie sabía de dónde podía venir. El último mordisco a aquel placer de pequeño tamaño, también le trajo el sabor de un beso, un beso robado al sentido común y la razón.




© 2009 jjb


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jueves, 23 de abril de 2009

Nueremberg /29

Empezaban a anunciar los vuelos y aquello se estaba acabando. Él le cogió la mano, se besaron en aquel aeropuerto, en aquel lugar de prisas y búsquedas, en aquella locura de lenguas y razas, se besaron como dos enamorados antiguos que se están despidiendo intuyendo que será por última vez. Se estaban besando y de nuevo se hacían ajenos al mundo, tenemos que irnos, adiós mi niño, adiós Ana, no lo hagamos más largo y se colgó de su cuello y le besó para después pasar el dedo por su boca y sonreírle de nuevo con mirada profunda, hablamos. Y esas fueron sus últimas palabras, iban por distintos caminos a distintos aviones que les devolverían a su sitio y por ello a la realidad, volvieron la cabeza para mirarse alguna vez, y alguna vez coincidieron, Ana llevaba un bolso grande y él un maletín y según se distanciaban, aceleraban el paso para no perder el vuelo que les esperaba.

Embarcaron cada uno en su sitio, se sentaron en sus asientos, se abrocharon los cinturones y asistieron por separado a ese teatrillo habitual en el que las azafatas gesticulan con ensayadas posturas que nadie atiende. Él estaba sentado en el asiento más cercano a la ventana y de repente una mujer con un aspecto magnífico, alta, escultural, de su misma edad, con una falda que superaba los límites de lo razonable, le saludó, hola, éste es mi asiento, quitó de su sitio los papeles que había dejado, discúlpame, no pasa nada, en un inglés con un rotundo acento alemán, gracias, perdona.

Ana esperaba el despegue al lado de su compañera, una mujer de mediana edad posiblemente alemana, posiblemente casada, posiblemente en busca del sol de Canarias, de Tenerife, de su tierra. Pero ella no estaba muy atenta a ella, estaba ansiosa por sacar su tesoro, lo tenía guardado en su bolso y en cuanto hubieran despegado pensaba disfrutar de él, con esa sonrisa que se le había quedado, con ganas de llegar a casa, pero con la satisfacción de un curso muy bien aprovechado, y cuando pensaba en eso no podía por menos que ampliar su sonrisa, contenta con su ocurrencia. La alemana no paraba de moverse, posiblemente porque tenía miedo a volar, pero a Ana le daba lo mismo.

El avión de él había despegado y ya había desaparecido la señal luminosa de no fumar y mantener abrochado el cinturón de seguridad, inmediatamente había sacado su paquete de cigarrillos y amablemente le ofreció uno a ella, que tenía su paquete en la mano. Era una maldad y él lo sabia, su tabaco era ducados, un tabaco fuerte, tabaco negro, que a pulmones no acostumbrados les entraba como una cuchilla, es tabaco español de mucha calidad, muy bueno, le dijo aquel canalla que por primera vez empezaba a engañar a una alemana que no conocía las labores del tabaco español. La primera calada de ella, fue seguida de inmediato de un ataque de tos, aquel cigarrillo le quemaba en la mano, pero por educación no se atrevía a tirarlo, él se jactó durante un rato de aquella escena de lucha entre la supervivencia y la educación y por fin le cogió con cuidado el cigarrillo, que apagó en uno de los ceniceros. Liberada, encendió uno de los suyos, tabaco americano, que mata igual, pero de manera mucho más suave.

Ana no podía entenderse con aquella alemana gesticulante, porque no compartían un idioma común, es más, la alemana tampoco hablaba inglés, lo que hubiera sido igual, pero intentaba comunicarse con Ana de una manera incomprensible. Ana no le prestaba mucha atención, pero le hizo olvidar durante un momento su tesoro y se puso a pensar la cantidad de cosas que tenía que hacer cuando llegara y la cantidad de cosas que habrían surgido en su ausencia.

Yo me llamo Ania, soy de Colonia, voy a Madrid a hacer prácticas en un hotel, he estudiado dirección de hoteles y en España hay muy buenos hoteles, estaré tres meses en Madrid. Dios estaba de su parte, aquella criatura iba a estar el tiempo justo, ni un día más ni un día menos y no se iba a encontrar sola en una ciudad extraña, y qué mujer, además alemana, lo que evitaba muchísimos esfuerzos y explicaciones, era una europea y no como las chicas españolas que, según su criterio y los tratados internacionales, todavía no habían llegado a Europa.



© 2009 jjb

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miércoles, 22 de abril de 2009

Nueremberg /28

Las maletas de Ana ya estaban abajo, el taxi había llegado, se despidieron de la dueña del hotel y de los empleados que andaban por allí, el taxista tenía problemas para meter todo el equipaje en el maletero, pero finalmente lo solucionó y salieron camino del aeropuerto.

Los trámites, la liturgia de los aeropuertos, más relajada porque aún no debían pasar aduanas, el recuento de los marcos alemanes que les quedaban para hacer alguna compra a precio de oro en las tiendas que allí había. Y el avión, y el miedo a volar, que esta vez parecía menor porque estaba con ella al lado, y con el holandés de locuacidad constante, dirigida a Ana pero que no tenía más remedio que pasar por el filtro de él, por razones de comprensión.

En Frankfurt se despidieron del holandés, pasaron los controles de pasaporte, entraron en la zona de vuelos internacionales, sacaron sus tarjetas de embarque y les quedaba tiempo para poder estar sentados un rato y poder hablar. Se sentaron en una coqueta cafetería, Ana pido un capuccino y él pidió una botella de agua, esta vez sin gas. Por fin solos, rompió así el hielo él, si, se sonrieron, como cómplices, como amantes recientes que compartían el secreto del placer y que se habían unido hacía apenas unas horas. Se miraban y él le dijo, ayer estaba muy confuso, incluso hoy tengo una visión confusa de lo que pasó, discúlpame si dije o hice algo incorrecto Ana, mira, todo lo que hiciste mientras yo estuve fue muy correcto, y no dijiste ni una sola palabra, si lo has olvidado es problema tuyo, Ana no te enfades, había bebido, mucho, demasiado, no esperaba que tu vinieras, no sé, no hay problema, si tú has olvidado yo no, no, si yo me acuerdo, no con mucho detalle, pero sí me acuerdo, y claro que me gustó, mintió él, aún sigo un poco confuso, como si tuviera un sombrero de acero en la cabeza.

Pero dime Ana, ¿ahora qué?, ahora tú a Madrid y yo a Canarias, con lo que nos han dicho en este curso tenemos para meses de trabajo, nos haremos viejos sólo con lo que hemos hecho aquí. No, yo me refería a ti y a mí, ahora, tú sabes, ¿qué futuro tenemos? Sé realista, tú eres un hombre y yo una mujer, tú tienes tu vida hecha en un sitio y yo en otro, tú a saber los líos de faldas que tendrás y no me has querido contar y yo estoy saliendo de una relación sin salir del todo pero sin tenerla del todo, además estamos empezando en un trabajo que nos gusta, en un sector que nadie conoce, y en el que somos muy apreciados, ¿Cómo podemos hablar de nuestro futuro? nuestro presente nos desborda, ¿Qué quieres?, ¿Que nos prometamos amor eterno y pasemos meses sin vernos y reprochándonos lo poco que hablamos y lo poco que nos vemos? dejemos que las cosas sigan, yo ayer fui muy feliz contigo y creo que es más honrado para los dos dejar que las cosas sigan su propio curso, sin promesas, sin obligaciones, sin compromisos.

Pero yo Ana quiero más, necesito más, yo te quiero. Tú no me quieres, tu confundes el querer con la posesión, tú me quieres como puedes querer cualquier objeto que aprecies, me has tenido, hemos estado juntos, no quieras meterme en una jaula de oro para que todos me vean y te tengan envidia, no pretendas que para ser la madre de tus hijos renuncie ser una profesional en mi campo, una persona, poder trabajar en lo que me gusta y querer y ser querida, pero sin la obligación de tener en mí el honor de la casa, el cuidado de los niños y el reposo del guerrero, yo soy una guerrera.

Pero Ana, calla, no digas nada, porque yo sé que después te arrepentirás, calla y deja que esto sea una joyita que los dos guardaremos como un talismán y recordaremos como lo que ha sido, una bonita historia entre dos desconocidos que empezaban a vivir y el destino quiso que se reunieran en Nueremberg. Quién sabe, quizás algún día escribas tú esta historia y la verás de otra manera, con otros ojos, con otra perspectiva. Por favor no intentes forzar la realidad y disfrútala.

© 2009 jjb



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martes, 21 de abril de 2009

Nueremberg /27

Fue un momento de excitación suprema, la culminación de un seísmo que estaba anunciado que surgió por igual de uno y de otro, un grito final, ingobernable, imparable, que él ya no quería ni podía evitar y un grito callado de él y de repente, después de aquel terremoto puntual, desbordante, llegó la calma, él se tumbó a su lado, los dos mirando al techo, en una economía total de gestos y de movimientos, en ese momento en el que aún están en tensión, que tu piel está sensible al más mínimo roce, en el que quieres que se pare el mundo y alargar un segundo ese gran placer. Estaban allí, desnudos, inmóviles, con apenas una pequeña caricia que Ana le hacia en un hombro, en un brazo, en zonas no sensibles, en miradas que decían mucho, y sonrisas de calado, en un limbo de tensión, en el que nada había que hacer sino recrearse en el momento glorioso anterior. Pasados unos minutos, él se levanto y cogió sus cigarrillos, se sentó junto a ella y encendió uno, era muy convencional, pero también sirvió para cerrar momentos. No articulaban palabra, y así estuvieron durante el intervalo de dos cigarros, ella dijo, tengo que ir al baño, mientras él se sentó en el borde de la cama, esperándola. Nada más salir, Ana dijo que tenían que dormir, que al día siguiente viajaban, buscó su camisón que se había perdido antes que los complejos, se lo puso, y con la puerta cerrada se fundieron en un beso que resucitó sentimientos recordados, que abrió poros recién abiertos y cerrados, que restañó sensaciones, pero ella lo selló con ese dedo que le recorría a él la boca y salió al silencio del pasillo, que había recuperado la tranquilidad después de los gritos de antes. Afortunadamente nadie le vio en su corto trayecto,

Ana se tumbó en su cama, sin poder evitar aquella sonrisa de tonta que se le había quedado, el alboroto hormonal le impedía dormir y no le importaba, nada podía importarle, porque había tenido su momento de gloria, y no sabía si era más feliz por aquel contacto físico tan agradable o por haberse saltado las barreras de la moral y las buenas costumbres.


Él, nada más irse Ana, se tumbó y recuperó su estado etílico al que parecía haber puesto un paréntesis, se durmió profundamente, como un niño, sin taparse con embozos, sin ponerse prenda alguna, se desmayó casi en aquella cama testigo del delirio un poco antes. Por fin el hotel había vuelto a la aburrida normalidad y todo estaba en orden de nuevo.

La mañana amaneció demasiado pronto, había prisas, había que hacer maletas a pesar de fuertes dolores de cabezas residuales, había que sacar ganas de la desgana y comenzar el proceso de desplazamientos. Él no había escuchado la llamada de teléfono de la recepción para despertarle, ni una segunda. Tras la tercera subió alguien para llamar a su puerta y entre tinieblas, logro oír aquellos golpes, y logró contestar algo, algún sonido incoherente, que le permitió al que llamaba saber que estaba vivo y posiblemente despierto. Juró que no se levantaría, hizo un esfuerzo extraordinario y comenzó a hacer la maleta con movimientos cansinos, y desgana. Se duchó, pero no acumuló las fuerzas necesarias para afeitarse y mal que bien terminó de meter las cosas de cualquier manera en aquel espacio que ahora parecía más reducido.

Ana no había dormido y se había levantado muy temprano, se había bañado con tiempo, había disfrutado de los últimos momentos en la habitación, acabó de guardar sus cosas en la maleta con mimo y cuidado, y allí las dejó, para que subieran a buscarlas, mientras ella bajaba a la sala de desayunos.

Al estar tan temprano, pudo despedirse de todos los asistentes que tenían distintos horarios de vuelo, no les entendía, pero se imaginaba que le deseban felicidades futuras, salud y buenos deseos, ella les decía todo lo que se le ocurría, porque había notado que apreciaban su forma de hablar independientemente de que lo que les dijera careciera de sentido; después de haberles dicho alineaciones de equipos de fútbol canarios, estaba ahora en letras de canciones de los sabandeños y el resultado seguía siendo el mismo.

Él bajó con sus maletas y sus bultos, con cara de no haberse afeitado en dos días y no haber dormido en tres, pidiendo agua como todos los demás e inmediatamente un café, ese día le hizo ascos a todo lo que había en el buffet para comer, pero se notaba que su cuerpo necesitaba hidratación. Estaban Ana y el holandés cuando llegó. Ana y él tenían el vuelo común hasta Frankfurt y el holandés descubrió que también, con lo cual les propuso ir los tres en el mismo taxi al aeropuerto, no le podían decir que no, pero no era lo que tenían previsto.

© 2009 jjb



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lunes, 20 de abril de 2009

Nueremberg /26

Intentaba poder centrar su pensamiento, lograr que su mente funcionara a la velocidad adecuada, entender lo que estaba ocurriendo, pero no estaba el horno para bollos, y la velocidad de crucero de su cerebro apenas le permitía procesar tres datos.

Ana estaba delante de la cama, en jarras, con una sonrisa que no auguraba nada bueno, él la miraba con una patética cara a mitad de camino entre la estupefacción y el miedo, y por algún motivo inexplicable sólo acertaba a decir Ana yo, como una letanía, como un rezo, como una oración que hiciera el exorcismo necesario. No estaba claro si aquello era disculpa o ruego, si lo decía para pedir indulgencia o ayuda, el caso es que él decía aquello, mientras Ana sólo dijo unas pocas palabras, ya hemos hablado mucho, sobran las palabras, y le agarró de la camisa medio abrochada y le atrajo hacia sí. El seguía repitiendo aquella cantinela, mientras ella, con un dedo de la mano que le quedaba libre, le tapó la boca, él miraba y se dejaba hacer, mientras Ana le había desabrochado ya la camisa y había empezado un abrazo que en él, a pesar de todas las cosechas de alcohol que corrían por sus venas y embotaban su cerebro, produjo un efecto mayor que varios litros de café y muchas horas de sueño. La abrazó, en un abrazo de pasión y deseo, quería decir algo, pero no sabía qué.

En ese efluvio alcohólico que le inhibía, lograba percibir el cuerpo de Ana que en todo su esplendor rozaba el suyo, aquel cuerpo que había querido respetar, y que ahora producía reacciones cercanas al pecado. De nuevo le vino a la cabeza aquel silogismo que tenia instalado, debía respetarla si realmente quería algo de futuro con ella, y rompió aquel instante de deseo y silencio, Ana yo quiero respetarte, no sé si hacemos bien, Ana yo…, si realmente me respetas, demuéstramelo aquí y ahora, soy una mujer y tu eres un hombre, nos deseamos, y estamos aquí, tu y yo, ambos deseamos lo mismo ¿Qué te pasa?, ¿no quieres o no puedes?, eso se lo dijo mirándole a los ojos, y aquello tuvo el efecto del bálsamo de Fierabrás, aquello era un misil dirigido directamente a una de las partes mas sensibles de un joven en celo, su masculinidad, su hombría, su valor testicular, aquello recompuso neuronas y trasladó hormonas, aquello le hizo callar y oír y entregarse a Ana con ganas, como hubiera hecho con otra que no hubiera sido Ana.

Le abrazó, y ya no hubo respetos que valieran, eran un hombre y una mujer en una habitación y allí no había más reglas que las que ellos quisieran imponer y ninguno de los dos tenia la mas mínima intención en aquel momento de limitar su libertad. Querían placer, y él, apartado aquel componente de respeto en el que se había instalado hasta ese momento, se había convertido en lo que era, un joven con una fogosidad extrema, al que su promiscuidad le había permitido la experiencia necesaria para ser un buen amante, y ella, que tenia solo en su haber la llamada de la selva, esa necesidad universal que los humanos, y mas concretamente las humanas de aquel tiempo, trataban de ahogar por motivos morales, religiosos o familiares, había dejado todas aquellas zarandajas a la puerta de la habitación y quería solo la felicidad física, quería lujuria, abyección, bajeza, degradación, fango, ignominia, impureza, vileza, desenfreno, deshonestidad, impudicia, indecencia, inmoralidad, libertinaje, liviandad, sensualidad, quería eso y todos sus sinónimos, y los sinónimos de los sinónimos, y todas las vertientes de todas las palabras que delataran esa atracción volcánica que sentía hacia él.

El tomó la iniciativa por primera vez, y sus manos hábiles buscaron los lugares del placer de Ana, activaron los centros de producción de gozo, hicieron que Ana sintiera el placer y ambos lo compartieran. Sus manos recorrían el cuerpo de Ana con la habilidad del cirujano y la paciencia del relojero, yendo despacio para desatar aún más deseo y placer, besándola profundamente mientras sus manos le exploraban, recorriendo su cuerpo con su boca, haciéndole encontrar a Ana placeres inesperados y localizaciones inéditas, haciendo en ella que cada poro de su piel estuviera vivo y atento a cualquier llamada de las manos de él.


Poco a poco, aquellos prolegómenos se perdieron en la cama y dieron paso a la posición horizontal, y los dos estaban entregados a aquel viejo juego, y los dos vieron el cielo cuando él empezó a poseerla y ella sintió acercarse el placer infinito y, sin poder evitarlo, como nunca antes le había ocurrido, empezó a gritar de placer , en un grito intermitente, desgarrado, expresivo, sensual, brutal, definitivo, Ana por favor, nos pueden oír, y continuaba poseyéndola aun con más ganas, Ana por favor, y Ana no podía evitar su tremendo placer con aquellos gritos que no podía controlar y que iban in crescendo, Ana nos oirán todos en el hotel, pero a pesar de que quería que callase, quería que siguiese, aumentando su excitación y la cadencia, Ana se había instalado en aquel lugar tan cercano al paraíso y ambos estaban probando el alimento del cielo, sudando, y olvidando todo lo que no fuera el placer, el momento.


Los gritos de Ana, aquella pareja haciendo el amor con fuerza, casi con violencia, auguraban que Ana estaba muy próxima al delirio, y él, que alternaba entre la entrega y la solicitud de silencio, seguía poseyéndola y seguía excitándose con los gritos en una fase final que ambos recordarían siempre.


© 2009 jjb

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