Sábado, pasear de nuevo, Joaquín, una mano furtiva que de vez en cuando coincide con otra mano furtiva, esa chispa eléctrica, esa mirada que se junta con otra mirada y ríe tontamente, porque ambos comparten algo que no saben, ni quieren, explicar.
Maribel hablando, Joaquín callando pero asintiendo, la tarde avanzando, el paseo a paso corto. Los dos estaban creando la rutina necesaria del tiempo, ese espacio mágico en el que sin decir nada se va a aprendiendo todo, en el que quizás una mirada puede convertirse en una ilusión o en un deseo, compartir apenas nada, porque estaban casi empezando a vivir; hablar, prácticamente sólo Maribel, porque Joaquín era de pocas palabras y apenas le hubiera quedado hueco para alguna si hubiera querido decirla, pero él callaba y escuchaba, sonreía y procuraba no perder el hilo de lo que aquel terremoto le contaba, y al final en un bar cercano del barrio, una mesa y más miradas, leves roces, miradas buscando miradas y vuelta a mirarse, adiós, el sábado, pásate entre semana por la puerta de la tienda, no sé, adiós, adiós.
Y así, entre sueños y pasiones, entre platos de lentejas y botones de nácar, entre el qué delgada estás de su madre y el cuéntamelo todo de sus amigas, la vida se iba configurando de otra manera para Maribel, con semanas de cinco días, sin discotecas, con largos paseos y largos descansos, con silencios y dudas, con enigmas resueltos y abriendo esa puerta que nadie sabe por qué se abre unas veces y no otras, pero que ella quería abrir poco a poco, sin prisas.
Y pasaban las semanas y los meses y casi en el límite de que llevaran saliendo, así llamaban a lo que hacían, igual que sus padres le habían llamado generaciones antes hablar y que en esta época aunque hubiera estado vigente Maribel lo habría destrozado. Un buen día, por sorpresa, fuera de los lugares comunes y de las ocasiones previstas, Joaquín habló y como siempre en las ocasiones solemnes, quizás para intentar protegerse, utilizaba aquel pronombre como conjunción y solemnemente dijo, que me voy a la mili.
Pero bueno, ¿Cómo que te vas al ejército?, como todo el mundo, he sorteado, y me ha tocado Melilla, ¿Melilla?, ¿tan lejos?, si, al Tabor de Regulares Melilla 52, ¿y eso qué es?, no lo sé, pero está en África, pero ¿cuándo te vas?, ¿cuándo lo has sabido?, ¿cuánto estarás allí?, había mas preguntas que respuestas, aquello no lo esperaba Maribel, que sólo quería seguir haciendo lo mismo, seguir convirtiendo en aventura el aburrimiento, pero eso no estaba previsto. Sabía que el servicio militar era obligatorio, había visto a sus primos mayores con el pelo corto y ese moreno extraño que tenían los soldados, pero no estaba incluido en sus previsiones, aquello era un golpe en medio de su línea de flotación.
Joaquín poco o nada sabía, salvo que saldría en un par de meses y que el servicio militar duraba 14 meses y que posiblemente le dieran uno de permiso, pero poco más. Sabía también que durante la mili le respetarían su puesto de trabajo, pero no cobraría un duro, lo cual supondría un problema en su casa y sobre todo olvidarse del piso que tenía en mente, aquello era un problema, pero sobre todo, aquello era una realidad.
© 2009 jjb
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