jueves, 2 de julio de 2009

Maribel /3

Allí estaba, en el sitio menos visible del parque, donde ella había imaginado que estaría y ahora sonreía por su acierto, por esa complicidad con nosotros mismos que tenemos con pequeñas cosas imposibles de explicar a los demás, él entendió que estaba contenta de haberle encontrado tan pronto y en ese mismo instante le perdonó los quince minutos que le había hecho esperar, que unidos a los quince con los que había llegado antes y a su estado nervioso general, había dado como resultado cinco cigarrillos fumados.

Hola, hola, era una apuesta fuerte, quedar con un tímido es arriesgado, pero se había atrevido a decirle si quería quedar con ella y seguramente tendría preparado un guión mental que solventaría el problema de la discreción absoluta, de la extrema gravedad de su talante y habló, poco, pero habló; le dijo que era muy tímido, que era de pocas palabras, que su trabajo le gustaba mucho, que estaba muy bien considerado, que haciendo horas extras ganaba un dinero y que no tardando mucho iba a empezar a pagar la entrada de un piso. Eso eran palabras mágicas para Maribel, mejores que doscientos discursos sobre la levedad del ser o el sexo de los ángeles, aquel discurso básico y práctico, escueto y resumido, iba totalmente directo al corazón de Maribel, que estaba adiestrado para buscar seguridades y evitar zozobras, pero además, era tan guapo, tenía unas manos tan masculinas, un perfil parecido a los de los galanes de las películas que veía antes en el cine del barrio y en el cine de verano del pueblo.

Cuando empezó a contarle que tenía pedido un coche, Maribel supo que era el momento de no dejarle seguir, no fuera a ser que dijera demasiadas cosas y empezó a contarle de todo, le habló de doña María, le habló de la tienda, le habló de las clientas, de las amigas, de lo que ella llamaba su pueblo y era el pueblo de su padre y no paraba de hablar y seguían andando, más allá de los confines del barrio, más allá del sentido común, porque debían volver tarde o temprano, pero seguían y seguían y Maribel no paraba, hasta que en un momento determinado le preguntó ¿a tí te gusta la música?, no mucho, a mí lo que más me gusta es el fútbol, como a mi padre, qué aburrimiento, pero yo no voy al campo, lo oigo por la radio a veces y hago la quiniela, pues a mí me gusta la radio, los 40 principales, ponen canciones muy bonitas, sobre todo las italianas, y también sale un señor que es piloto de Iberia y tiene un programa que se llama “vuelo 605” de canciones raras, pero él tiene la voz muy bonita.

A Joaquín todo aquello le sonaba a chino, debían ser cosas de las chicas, pero ponía cara de estar feliz mientras aguantaba aquella larguísima lista de las cosas que le gustaban a Maribel, y ella se animaba más y más y seguía su discurso, eso sí, sin hacer ya preguntas, porque no tenía ganas de estropear la tarde con respuestas que no le gustaban.

Llegaron a una hora y a un punto que no podían pasar, Maribel debemos volver, sabes mi nombre, él se quedó sorprendido por haber dicho eso y se le notaba su desasosiego, lo cual hizo que Maribel tuviera un profundo sentimiento de protección que materializo en una sonrisa y una mano en su hombro, me gusta que sepas mi nombre, más rubor para él, pero yo no sé el tuyo.

Le mintió y le gustaba su mentira y la cara que había puesto al decirla, él ya no cabía en aquella ropa de domingo especialmente elegida para aquella tarde, Joaquín, me llamó Joaquín y tenemos que volver o se nos hará muy tarde, sí, menos mal que tú eres más sensato, si vamos a buen paso podremos tomar algo en la cafetería de abajo.

Y Maribel, ahora a buen paso, siguió hablando y hablando y él asintiendo, y calle arriba, ganando metros a la hora, iban llegando a los límites del barrio, traspasando la frontera de lo lejano, llegando a sus límites naturales.

En el bar de abajo él pidió una caña y ella una Mirinda de naranja, les pusieron unas patatas fritas y ella con la mano izquierda sujetaba el vaso, mientras con la otra mano cogía una patata y la mordía, tenía extendido el dedo meñique en un gesto natural, pero coqueto; en ese momento, Maribel fue consciente de que algo estaba empezando y que aquello era diferente a lo de antes y le gustaba mucho sentirlo.
© 2009 jjb


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1 comentario:

Cati dijo...

Qué tierno, expresas muy bien las sensaciones que se tienen en esos momentos, espero que la relación prosperara. Saludos.