lunes, 13 de julio de 2009

Maribel /9

Había leído la carta tantas veces que temió que se pudiera romper por el uso y decidió copiarla. La copió, letra por letra, conservando las faltas de ortografía, intentando imitar los espacios en blanco, la letra torcida, los párrafos aparentemente inconexos. Algo no encajaba.

No sabía cómo se expresaba Joaquín, porque nunca había tenido la oportunidad de verle hilar más de una frase, apenas unas palabras. Tampoco le había visto mostrar ni entusiasmo ni apego ni desapego por nada, era un poco ajeno a todo lo que pasaba, un poco indolente y allí, expresado de una forma infantil, quizás abstracta, había sentimientos.

Era el amanuense, el escribano, ese que escribía las cartas, pensó Maribel con lógica, que tendría preparadas unos cuantos párrafos de relleno, genéricos, para todas las cartas fuera quien fuera el destinatario, por eso había párrafos enteros que parecían salir de otra fuente distinta.

Y el caso es que en el fondo, después de haberla leído y releído, tocado, olido, besado, la carta le gustaba, porque era una parte de él y porque nada malo había pasado y todo parecía que se desarrollaba en términos justos, aunque era muy consciente que si algo fuera mal, no lo recogería la misiva.

Decidió acercarse a la casa de la madre de Joaquín para decirle que había recibido una carta, pero la dejó en casa, no por el contenido de la que recibió, sino por no dejar un precedente que en el futuro le pudiera obligar a enseñarle una carta que no quisiera que viera nadie.

La recibió con cariño como siempre y le dijo que le estaba pensando llamar porque había recibido una carta de su hijo, yo también, que alegría hija, pero tengo un problema, mi vista no es buena y no leo bien, ¿podrías leérmela?, claro, ven hija, vamos a la salita.

La carta a su madre tenia párrafos exactos a los de la suya, se veía la mano del escribiente, pero en los otros era tan insustancial que Maribel, posiblemente influenciada por la lectura de las novelas de Corin Tellado, se inventó la carta convirtiéndola en una alegato cariñoso entrañable, lo que una madre siempre quiso leer en la carta que un hijo nunca envía.

Le decía que le echaba de menos, que recordaba su comida y tener siempre la ropa lista, los sacrificios que hacía por él, un repaso tan bondadoso como falso, que iba directamente a la línea de emoción de la madre. Ay hija, que no parece mi Joaquín, que la mili lo ha hecho cariñoso, que alegría, perdona que eche unas lagrimitas, pero como nunca me habla, no esperaba estas frases.

Y allí se quedó aquella mujer encantada con la carta de su hijo y Maribel se fue pensando en la falta de vista de la madre para leer cartas que no se conciliaba con las labores que hacía con detalles para los que era necesario vista precisa, pobre, quizás no quería confesar que no sabía leer, también pensaba en lo que le había dicho, que Joaquín nunca hablaba ni siquiera a su madre, lo cual no era una noticia, pero al menos ahora sabía que no era a ella sola.

Y se fue contenta por los hallazgos y las coincidencias y le prometió a la madre de Joaquín que pasaría la siguiente semana. Estaba segura que tendría que volverle a leer la carta y al siguiente domingo, pero así tendría algo cierto que hacer, una especie de liturgia que supliera la falta de posibles conversaciones entre aquellas dos mujeres unidas por el destino.

Aún no sabía por qué, pero las cosas parecían distintas y le daba la impresión de que había pasado una etapa de su relación y se estaba introduciendo en otra, sin ningún tipo de datos, ni de efecto, ni de constancia, pero tenía esa sensación que además no le desagradaba y por eso iba calle arriba, hacia casa, como si se hubiera comprado un vestido y todo lo que veía, que no era muy distinto a lo que veía todos los días, le parecía más bonito, así que decidió dejar de leer la carta como única lectura y volver a retomar sus novelitas, para alimentar su fondo sentimental y buscar otra vida en el mismo sitio donde los demás no veían más que un barrio.


© 2009 jjb


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