jueves, 30 de julio de 2009

Maribel / 22

Falsa alarma otra vez y los gritos volvieron a oírse en el silencio del pasillo de aquella clínica, la comadrona le regañaba con la más cruel de las regañinas pero sin salirse del límite de lo aceptable, no se salía de lo correcto y lo que estaba claro es que aquello que le estaba diciendo a Maribel lo había repetido muchas veces más a lo largo de su vida. Salió como un vendaval y Maribel estaba de nuevo llorando en aquella cama, desconsolada, sin palabras y allí se quedaron los dos sin decirse una palabra, esperando pacientemente pero con la prudencia de no confundir contracciones con deseos, aquello parecía un duelo a oscuras, la antesala del abismo.

A las ocho empezó la rutina del centro médico, a las nueve llegó su médico, te vamos a poner el gota a gota, eso duele pero ahora sí sabrás qué es una contracción y en poco vendrá tu niño, sí, le pusieron aquel goteo y allí empezó una nueva dimensión del dolor, allí comprendió que nada tenían que ver los dolorcillos de la noche anterior con aquello que le hacía transfigurarse, revolverse, odiar el mundo y arrepentirse de haberse quedado embarazada, le molestaba todo, la luz, las visitas, todo, y tú ven aquí, le decía a Joaquín y dame la mano y no hables con nadie. Cada vez eran más frecuentes, después de aquel momento eterno, después de quererse morir, se la llevaron en su cama y allí se quedó Joaquín con sus suegros y su madre, sentados en las sillas que allí había, con cara de circunstancias, esperando lo que viniera, esperando noticias.

Y allí estuvieron sin articular palabra, con las continuas visitas del padre de Maribel al pasillo para fumar un cigarro, al que le seguía Joaquín como si fuera su escudero, fumaban en silencio y no daban la impresión de estar rezando como parecía que lo estuvieran haciendo las madres.

Y de repente la puerta se abrió y apareció Maribel, un poco confusa, con su mínimo paquete de azul al lado, ay mamá qué dolor, está bien, pero no es niño, pero si va de azul, no traje ropa rosa, es una niña, no se lo digas a papá ni a Joaquín, pero ¿cómo no se lo voy a decir?, debes decirlo tú, ellos querían un niño, y qué más da, dilo tu cariño, que no pasa nada, qué alegría más grande.

Los hombres ya habían instalado una sonrisa de oreja a oreja, estaban sacando unos puros y lo que les dijo Maribel les dejó helados, no estaba previsto, una niña, bueno es igual, bienvenida será, pero por algún motivo desconocido no daba igual, las sonrisas se habían matizado y los puros habían desaparecido, o al menos esa era la impresión que tenía Maribel.

Ella estaba loca con su niña, muerta por el dolor, satisfecha por haber parido y loca por aquella maravilla horrorosamente fea y negruzca que a ella le parecía lo más hermoso que había visto nunca antes. Había echado de menos a Joaquín en el parto, pero ni siquiera se había atrevido a decírselo, eran muy pocos los hombres que entraban en el quirófano, pero bueno, ya estaba y qué preciosa era su niña, a la que ni siquiera habían pensado un nombre porque nadie esperaba que fuera niña. Sin motivo ninguno, pero todos daban por hecho que era un niño.

Mamá hay que comprarle ropita rosa, sí hija, lo antes posible, sí hija. Su madre había optado por darle la razón en todo y no mover un dedo, pero miraba a su nieta con la única lágrima posible en sus ojos y con la alegría de poder haberla conocido, lo que no tenía muy claro desde que pasó aquella enfermedad que aún hoy le tenía en un grito de dolor una noche sí y otra también.

Qué guapa era su niña y qué miedo le daba cada vez que venía una enfermera y la cogía en brazos con espeluznante pericia y ver cómo volaba aquella miniatura humana. La niña dormía, ajena a todo, posiblemente aún enfadada por haber sido sacada de su placentero lugar en el que reposaba en un mullido colchón de líquido amniótico, con una temperatura ideal y con la comida regulada, nada que ver con aquella realidad de algo que le picaba, calor y frío, comida a ratos, y movimientos incontrolados; era el paso del paraíso al infierno, al que aquel alevín de ser humano empezaba a acostumbrarse, quejándose cuando algo no le cuadraba, algo le violentaba o le molestaba.

© 2009 jjb


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