domingo, 29 de noviembre de 2009

Hablar por hablar / 8

Volviendo a casa después de una boda, en el coche, despacio, Joaquín conducía y envueltos por la noche estaban en silencio. En ese silencio de los que han compartido tanto tiempo que ni siquiera un silencio prolongado les pesa. Pensaban cada uno en sus cosas, posiblemente ambos en lo mismo, o quizás no. De repente, Joaquín le miro a Ana sonriendo. Ana le devolvió su sonrisa y la amplió con un beso en la mejilla, ¿y no vamos a hablar nunca tu y yo de boda?. Ana se rió. Si te digo que estaba pensando en eso no me creerías. No, contestó Joaquín burlón. Tendremos que hablar de ello. Yo ya sabes que no tengo prisa, que tú eres el que organiza todo, jajajajaja - se reía Joaquín - aquí la que manda eres tú, y lo sabes. Lo único es que lo haces de tal manera que parece que soy yo y eso es más complicado. Pero tú y yo sabemos quién manda y no nos importa a ninguno de los dos. Y ambos construyeron la complicidad de nuevo que les llevaba a casas distintas, distantes, separados y juntos, mira yo lo que había pensado… Y Ana sin ninguna sorpresa de Joaquín le explicó una boda milimetrada hasta el último detalle. Él sabía que ella lo había pensado, pero también sabía que no le hubiera dicho nada si él no hubiera sacado el tema, y aquel era el momento.

Joaquín escuchó pacientemente todo el plan. De vez en cuando retiraba unos segundos la mirada de la carretera para que Ana tuviera la certeza de que estaba atento y le escuchaba. Realmente estaba viendo como aquella mujer era su complemento ideal, su alter ego, la parte que cubría su enorme desprecio por las cosas concretas y materiales. Y aunque los detalles no le interesaban lo mas mínimo sabía que si ella se diera cuenta, y tenia un ojo certero para ello, habría problemas. Por eso estaba aparentemente muy metido en lo que Ana decía con precisión de cirujano.

Y una cosa, ¿Cuándo has pensado que será?. Ya te lo dije. No nos darán hora antes de un año y medio. Y eso si mañana empezamos los tramites. Un año y medio. Madre mía, para unas prisas, y ¿si te dejo embarazada agilizaremos los tramites?. Rieron, y Ana le besó en la mejilla otra vez. y siguió su interminable lista de posibilidades y alternativas. Ana no era tonta y sabía perfectamente que tendría que repetirlo todo, en parte o en su conjunto, una, dos y quizás más veces, a Joaquín y a otros. Pero lo asumía. No le importaba. Quería a Joaquín y sabía su forma de ser. No era ella muy partidaria de cambiarle, aunque sabía también que si lo intentara las posibilidades de éxito eran escasas por no decir nulas.

Y así, con Ana contando su plan de bodas y Joaquín conduciendo y aparentando estar muy interesado, fueron camino de casa de Ana, camino del fin de aquella boda principio de otra boda. Adiós mi vida. Adiós cariño, mañana te llamo, no le hagas sufrir a tu madre, levántate, si, sois dos brujas ella y tu, adiós, adiós.


Y Joaquín puso el piloto automático a casa y seguía pensando lo que más le interesaba, compartir su vida con Ana, estar juntos en esos momentos que no estaban ahora, hacer una familia, tener una mujer con la que todo es suyo y todo es tuyo, tener un hijo. A ser posible que se pareciera a ella, vivir otra componente de la vida, hacer una vida. Sólo le obsesionaba eso, su madre, su amiga. No quería dejarla sola, no quería que se sintiera mal, y estaba seguro que era muy tarde para contarle nada. Quizás mañana, quizás pasado, pero hoy no.



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viernes, 27 de noviembre de 2009

Hablar por hablar / 7

Pero se sentía bien aquella mañana a pesar del sueño, prácticamente se sentía bien todas las mañanas a pesar del sueño y se iba tranquilo al trabajo pensando en la hora de ver a Ana.

Ana no sacaba el tema de la boda, pero era un tema latente, aunque no preocupante. Ambos habían asumido desde hacía mucho tiempo que estar casados era la mejor de las posibilidades. A Joaquín lo único que le preocupaba era dejar sola a su madre, a pesar de que ella le había repetido hasta la saciedad que se quería quedar sola, que a ver cuándo se iba, que se le iba a pasar el arroz. Él sabía que era su forma de decirle que no se preocupara por dejarle sola, que no pasaba nada, sabía que era otra forma de la expresión de su cariño, eliminando barreras que pudieran impedirle algo, pero la conocía lo suficientemente bien para saber que se sentiría sola, al menos los primeros días, las primeras semanas, los primeros meses y le daba miedo, era ley de vida, sí, era algo razonable y querido, sí, pero no quería bajo ningún concepto, aunque fuera mínimo, aunque fuera apenas unas milésimas, hacerle daño a su madre, hacer que se sintiera mal, hacer que repitiera aquellas lágrimas que recordaba lejanas en su niñez, que nunca entendió, por las que nunca preguntó, eso no debería repetirse y él intentaba por todos los medios que así fuera.

Pero el tiempo pasaba y él sólo era la mitad de aquella pareja, y por otro lado también quería crear su propia casa con Ana, tener algo en común, comenzar una nueva vida.

De repente empezaron a casarse todos sus amigos en cascada, pensó primero en una epidemia hasta que se dio cuenta que no era fruto de un virus o de una victoria, sino que había edades que podrían ser consideradas normales para casarse, no por una curiosidad estadística sino porque era la edad en la que habían logrado una cierta estabilidad, los recursos necesarios para poder vivir, la madurez necesaria para salir de casa.

Y cada boda era un recordatorio de que su turno también había llegado, que ya era hora, que la próxima, o quizás la siguiente a la próxima debería ser la suya, debería ser su boda; no decían nada pero ambos lo sabían y ambos disfrutaban con sus amigos y pensaban cómo sería la suya, lo que harían, lo que no harían y cada uno de los detalles que deberían tener en cuenta.

Joaquín soñaba con despertar en su casa, ver a Ana a su lado dormida, levantarse sigilosamente para ir a la cocina, verla y sentirla suya, estar contento de tener algo compartido con quien era su otra cara, preparar un desayuno manga por hombro; su madre le había malcriado, todo lo hacía ella y él no sabía apenas nada, encender el microondas y abrir la bolsa de las magdalenas, pero qué bien cocinaba su madre, aunque sólo lo pensaba porque conocía muy bien a Ana y sabía que aunque no le molestara tampoco le hacía mucha gracia oírlo a menudo; después se imaginaba despertando a Ana a besos, sentir su cuerpo escondido bajo las sábanas, ver cómo abría con dificultad los ojos y los volvía a cerrar, cómo teatralmente se tapaba la cabeza con las sábanas y finalmente le miraba con una sonrisa y ambos descartaban el desayuno para tomar como primer alimento un largo beso, resumen de la noche anterior.

Imaginaba tardes de domingo en casa y mañanas de sábado en casa, imaginaba niños corriendo por el pasillo y cariño mezclado con el gotelé y el alicatado, imaginaba un llanto de un bebé en la noche y la preocupación por una tosecilla, un ojo un poco irritado o una irritación de la piel producida por los pañales. Resumía la felicidad en olor a leche y polvos de talco, en una cuna y su hijo durmiendo ajeno al mundo y sus desgracias, feliz en la felicidad de su estómago agradecido, su ropa limpia y el sueño.

© 2009 jjb

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jueves, 26 de noviembre de 2009

Hablar por hablar / 6

Y de nuevo otra semana de trabajo, de nuevo la radio, la oficina, su casa. Una noche cuando estaba con su madre viendo la televisión sentados los dos en el sofá, Joaquín le atacó con algo que hacía a menudo.

Mamá ¿Por qué no me cuentas lo del cuelebre?, parece mentira, con lo viejo que eres y quieres que te cuente las historias de niños, venga mamá, que sabes que me gusta, pues pienso contárselos a tus amigos para que se burlen de ti, venga, sí.

El cuelebre es hijo de una serpiente y un dragón, tiene escamas en el cuerpo, vive en los montes y cuida los ayalgues, los tesoros, grandes tesoros de monedas de oro, para que nadie se atreva a robarlos aunque tengan las liendas, los mapas donde están los tesoros. El cuelebre es muy fiero y asusta a los hombres y a los niños, se los come vivos después de gritarles, pero sólo se los come si no le dejan alimentos porque el cuelebre come mucho. Lo mismo le da vivos o muertos, si tiene hambre se come a los hombres, por eso tienes que dormirte pronto y no provocarle, porque si tiene hambre y te ve despierto te comerá.

Esta parte del sueño te la inventaste tú, no, de eso nada, es cierto, y ahora sigue vigente, así que déjate de radios y duerme que si no el cuelebre te comerá entero, le decía su madre con una sonrisa burlona.

Pero sigue, sigue, el cuelebre cuando está ya viejo se va a la mar y allí cuida sus tesoros y descansa. Y mamá y si me pego con un cuelebre lo mismo le puedo ganar, imposible, tienen como una armadura de escamas que les hace muy fuertes, casi invulnerables, son grandes y fieros, o te duermes o te come.

Y ambos rieron imaginándose al cuelebre mitad besugo mitad vampiro comiéndose todo lo que pasara por su lado y Joaquín pensando que su madre siempre había adaptado el cuento a lo que quisiera que hiciera él en cada momento. Que le veía delgado, el cuelebre se comía a los que comían poco, que estaba poco en casa, el cuelebre tenía preferencia por comerse a los zascandiles, que suspendía una asignatura, el cuelebre nunca perdonaba a los malos estudiantes.

Venga, a dormir y acuérdate del cuelebre y apaga pronto la radio, que si no lo mismo te lleva, al caribe, de viaje de placer, y besó a su madre camino de la cama, hasta mañana, duérmete pronto que si no me das mucha guerra por las mañanas, sí mamá, eso suena a ya haré yo lo que quiera, que no, hasta mañana.

Sin saber por qué el cuelebre hizo su efecto balsámico y aquella noche Joaquín durmió a pierna suelta sin apenas escuchar unos minutos de la radio, de vez en cuando su reloj biológico se llenaba y dormía como un bebé horas y horas, justas aquellas que tenía de débito con el reloj y que iba acumulando en noches en las que apenas dormía escuchando aquel programa.

Como otras veces, después de haber dormido tanto se levantó con la sensación de tener más sueño que nunca y eso afianzaba su vieja teoría de que cuanto más tienes más quieres, cuanto más duermes más ganas tienes de dormir. Esa teoría con poco sustento científico le hacía ser especialmente moderado en todo o en casi todo, no fumaba porque le gustaba el deporte, no bebía mucho, no odiaba nada y se entregaba sin límites a sus amigos y sobre todo a su mejor amiga Ana, era la teoría de la limitación pero sólo aplicada a ciertas cosas,


© 2009 jjb

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miércoles, 25 de noviembre de 2009

Hablar por hablar /5

Los domingos se levantaba tarde recuperando el sueño perdido durante la semana, salía a buscar a Ana y se iban con los amigos a tomarse unos vinos por los bares de su ciudad. Charlaban, discutían, de vez en cuando se ponían de acuerdo y jamás llegaba la sangre al río, pasando amigablemente el tiempo en compañía de amigos habituales o esporádicos, de los que venían todos los domingos o los que se apuntaban uno sí y cinco no.

Unas veces comían en casa de Ana, otras en casa de su madre. Joaquín siempre había pensado que a su madre no le gustaría ninguna mujer que él escogiera, no por celos maternales, sino porque sabía en su fuero interno que para ella no había mujer en el mundo que se lo mereciera, y era cierto, pero dentro de esa premisa Ana encajaba en lo más parecido a la mejor mujer para su madre, además su carácter poco explosivo y cariñoso encajaba con el carácter de su madre, una mujer de armas tomar, sobre todo cuando le tocaban a sus hijos. Para rematar ese círculo de perfección, la madre de Joaquín era consciente que entre ellos había un profundo cariño, no sólo una fuerte atracción sexual, que jamás dejaban que se notara, sino un profundo cariño que se veía en miradas, en manos, en gestos, en atenciones.

Y si algo quería para sus hijos, más que títulos universitarios o nobiliarios es que quisieran y fueran queridos, que fueran felices como ella había intentado serlo. Quería y procuraba desde que nacieron que tuvieran las herramientas necesarias para vivir en un mundo no demasiado sencillo, pero también la suficiente confianza para que fueran felices.

Y de momento la cosa iba por buenos derroteros. Los dos habían sido dos magníficos chicos, los dos habían sido dos compañeros de aventuras, los dos querían y eran queridos y ella les quería a los dos hasta el punto de renunciar a rehacer su vida por estar con ellos, más cerca, más tiempo.

En su casa Joaquín le hacía carantoñas a su madre, no olvidaba a su novia y después se entregaba a su pasión no compartida con ellas, le gustaba el fútbol y sus dos mujeres le respetaban el domingo y algunos sábados para ver al menos un partido y dejarse el oído con la radio y aquellos goles que narraban los locutores como si les fuera la vida en ellos.

Ni Ana ni su madre mostraban el más mínimo interés por el fútbol, pero tampoco le reprochaban nada y aprovechaban para charlar, tomarse un café, hablar de labores o hablar de vete a saber qué en aquella extraña relación de nuera a suegra que ambas hacían fácil por su amor compartido por Joaquín. Él mientras hablaba en voz alta, regañaba lo mismo al árbitro que a los linieres, que a los jugadores, no quedaban libres ni los entrenadores ni las fuerzas del orden ni la afición contraria, y se sumía en una especie de rito que lo mismo le hacía ponerse de pie que tumbarse, estirar los brazos y gritar o rezongar por la falta no pitada, el penalti no marcado o el cambio no hecho.

Pero fuera el resultado acorde con sus preferencias o se perpetrara el fracaso más estrepitoso, siempre acababa la sesión de fútbol con un vámonos Ana, mamá nos vamos, y una carrera por ponerse los zapatos, besar a su madre, coger a Ana que estaba en lo mismo y salir rápidamente escaleras abajo camino de un paseo, un bar o el coche que les llevaría a sitios más distantes.

Mamá se despedía con un ir con cuidado, Ana frénale, y una mirada a través de la ventana con la sonrisa abierta de quien se ve identificada en otros cuando tenía muchos años menos. Estaban en edad y eran cómplices, benditos sean buscando la diversión, la fiesta, la risa, la antítesis del aburrimiento y la obligación.

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martes, 24 de noviembre de 2009

Hablar por hablar /4

Nos da igual lo que haya hecho, es un loco, sólo a un loco se le pueden ocurrir esas cosas, y ya está, no mamá, tiene que haber muchas causas que lleven a un hombre no sólo a hacerlo, sino a contarlo, no debe ser fácil. Sólo quiere llamar la atención, ni más ni menos. No sé, a mí me da que pensar, pero la verdad es que suicidarse no es una opción nunca, con lo bonita que es la vida sobre todo para que tu madre te regañe, y le abrazó, y a su madre se le olvidaron los reproches venida a sus arrumacos, me voy, venga, que llegas tarde.

También se lo contó a Ana aquella tarde, Ana era más receptiva y hablaron sobre las razones, las causas y las probabilidades. Ana estaba segura que quería llamar la atención o simplemente era un teatrillo que se había montado un gracioso, ¿gracioso? protestaba Joaquín, pues menuda gracia, asustar a la gente, pues sí, hay gente que le gustan esas cosas, pero tendrán algún filtro, comprobarán las llamadas, sí, digo yo que sí.

Pasaron varias noches y nadie volvió a hablar de aquel hombre, parecía que había un pacto de silencio no escrito sobre aquello, y sucedieron otros casos, la mujer adúltera, el dieciochoañero que no quería ser padre, el padre que decía no ser católico y que queriendo darle una alegría a su niña preguntaba si era necesario bautizarse para recibir la primera comunión, la mujer que lloraba tanto que apenas se le podía entender lo que debía ser una gran tragedia. El suicida en ciernes pasó a la historia, de él no se sabía nada.

Aunque seguía oyendo la radio todas las noches, a veces le vencía el sueño, quizás por una ley de la naturaleza o bien porque lo que oía no le interesaba lo suficiente como para estar permanentemente atento y sin darse cuenta se dormía, como un niño. Lo más curioso es que cuando despertaba con la radio encendida se sentía culpable, como si el escuchar la radio fuera una infracción, como si le hubieran pillado haciendo un crucigrama a las diez de la mañana en la oficina, pero ese cargo de conciencia apenas duraba unos minutos y después volvía de nuevo a los brazos de Morfeo.

Le gustaba a Joaquín salir los sábados al campo, caminar con su mochila y después pararse a ver el paisaje, siempre con Ana, siempre en las montañas cercanas a su ciudad, siempre las mismas rutas en donde sabían los lugares donde tener las mejores vistas, siempre parando en sus sitios, aquellos en donde la rutina y la experiencia les hacían parar y al mediodía daban cuenta de lo que su madre les había preparado y llevaban encima, sentados uno junto al otro era el momento mientras comían y bebían agua de sus cantimploras de hablar de aquello y de lo otro, de esto y de lo de mas allá, de reír a veces con alguna ocurrencia de Joaquín o a veces mirar en silencio aquel paisaje tan conocido como magnifico, dejándose llevar por lo que la vista les regalaba y esperar a que el tiempo pasara, hasta que de repente Ana introdujera el sentido común y apremiara para que se fueran por si se les hacía de noche a la vuelta porque aún les quedaba camino por andar.

Apenas anocheciendo se liberaban de la impedimenta, se quitaban las botas al lado del coche y se comían una naranja cada uno como si se tratara de su copa de champagne de celebración de la aventura. Les quedaba la sensación de euforia después del ejercicio, la saturación de paisajes y la bendita búsqueda de una ducha y el sofá de casa que cada uno buscaba, Joaquín con el complemento de los cariños de su madre, duraba despierto muchísimo menos de lo que habitualmente solía.

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lunes, 23 de noviembre de 2009

Hablar por hablar /3

Y a continuación todas las llamadas pidiéndole a aquel hombre que no se suicidara, que la vida es bella, que todo puede cambiar, y la gran duda ¿haría lo que decía que iba a hacer? Todos sabían que meses atrás había salido en los periódicos que un joven que había llamado al programa diciendo que lo iba a hacer realmente lo hizo y ahora estaba Joaquín, y posiblemente todos los demás oyentes, con el alma en vilo pensando que si este iba en serio o era una vez más una forma de llamar la atención.

Nada se supo aquella noche y tampoco se supo nada sobre el caso en los periódicos, ni siquiera en la televisión o en la radio, y Joaquín seguía dándole vueltas a aquello. Suicidarse era algo que jamás en la vida se había planteado, era absurdo, la vida a veces no era benevolente, pero merecía la pena vivirse. Era un vitalista, no había en él motivaciones morales, sólo un gran deseo de vivir y disfrutar todo lo bueno que le daba el mundo, por eso no cabía en su mente que alguien tuviera siquiera la intención de suicidarse.

Pero lo que más le llamaba la atención era saber definir si el hecho del suicidio era un acto de valentía o una gran cobardía, alguien que ya no es capaz de sacar su vida adelante, que le faltan ánimos para seguir, ¿de dónde puede sacar los arrestos para tomar unas pastillas, disparar un gatillo o saltar por un puente?, era complicado saberlo, pero ajeno totalmente a él, que incluso en los malos momentos había tenido siempre ganas de vivir.

El tío de la radio había hablado con voz firme, parecía dispuesto a hacerlo, ¿qué proceso mental le habría llevado a esa decisión?, probablemente habría visto, si todo aquello fuera verdad, más puertas cerradas que abiertas, se le habrían caído los pilares en los que se sustentaba su vida.

La locutora puso esa noche la grabación en la que salía el suicida de la noche anterior, pero nada se sabía de él, ni durante todo el programa se tuvieron noticias, estaba tan pendiente de saber sobre el suicida que no se enteró muy bien de los que aparecían por allí aquella noche.

A las cuatro, muerto de sueño y sin noticias del presunto suicida se durmió como siempre, como un niño y cuatro horas después su madre le despertó con jovialidad al principio y amenazándole seriamente después con toda clase de desgracias, castigos y maldiciones. Serían ciertas después de que ella dijera, ya no te digo más, quédate dormido que yo me voy, entonces se levantaba apresuradamente, le propiciaba un sonoro beso a su madre y le regañaba por ser tan tarde y que no le hubiera llamado, su madre sonreía y él empezaba su rapidísimo ritual higiénico que acababa con un café y unos mordiscos a una galleta saliendo después al grito de adiós mamá disparado por la puerta de casa, camino del trabajo.


Después otra vez lo mismo, la contabilidad, los asientos, las facturas, charla con sus compañeros y camino de casa a comer. No solía hacerlo porque a su madre no le gustaba que oyera aquel programa de radio, pero durante la comida le habló del presunto suicida de hace dos noches. Fue su error, su madre atacó de nuevo, no era que le importara que oyese el programa, el problema era la hora, el problema es que no dormía lo suficiente para lo que su madre entendía por suficiente, y por eso no le hacía ninguna gracia que noche tras noche estuviera perdiendo el tiempo con aquellas historias descabelladas. No me gusta Joaquín, pero mamá si no hago daño a nadie, no me gusta, por las noches debes dormir, no perder el tiempo con tonterías, está bien, pero vete a saber que habrá hecho ese hombre.

© 2009 jjb

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viernes, 20 de noviembre de 2009

Hablar por hablar /2

Después comer en casa con su madre que sí le gustaba, no sólo porque su madre era para él la mejor cocinera del mundo, sino porque desde niño su madre no sólo había sido su valedora, su cuidadora, su más devota esclava de tiempo y desvelos, también había sido a tiempo ilimitado su compañera de risas junto a su hermano, su cómplice de mil aventuras que imaginaban, su fuente de inspiración para volar en el mejor de los aviones sobre mares desconocidos, para correr miles de aventuras a lomos de un diplodocus cazando tiranosaurios con un hacha de silex en una llanura verde y extensa. Los tres, jugando en el suelo del comedor y riendo después de las locuras que se les ocurrían, haciendo payasadas sin límites, estrujando la vida en su parte más amable, eran una piña de sonrisas, de tiempos que fueron y quedaron que ahora se ampliaban con la conversación de adultos pero siempre con el poso y el anhelo de arrancarle a las malas noticias su punto de amabilidad.

Después vuelta al trabajo, por las tardes aún tenía más sueño y al segundo café de la máquina, del que el más bondadoso apelativo que recibía era “aguachirri” parecía ser más persona, pero sólo se sentía totalmente bien cuando quedaba media hora para salir y estaba cercano el momento en el que se encontraría con Ana, su novia.

Desde que la vio le gustó, eso que sólo tenían los dos siete años, después ni la costumbre ni la rutina mataron aquel primer sentimiento que se fue ampliando y ensanchando, que se fue afianzando y sobre todo que se iba descubriendo un día tras otro. Hoy no sólo sabía que la quería, sino que también sabía por qué. Le gustaba su cuerpo por partes y en conjunto, le gustaba su forma de andar, su forma de hablar, su forma de mirar, le gustaba que fuera callada y que cuando le gustara una cosa hablara por los codos, le gustaba que fuera tierna y le gustaba que fuera cabezona, tenaz como una garrapata, jamás abandonaba una causa que hiciera suya, le gustaba su mal genio de pascuas a ramos y su buen humor persistente y obsesivo, y no le gustaban más cosas porque aún no las había incorporado en la lista, pero casi con toda seguridad las incorporaría con el tiempo.

Eran la pareja ideal para unos, una buena pareja para otros y unos pesados para algunos que no entendían que siempre estuvieran riéndose de sus propias bromas, celebrando sus propias fiestas particulares en medio de los demás, pero lo cierto es que ellos aunque con gente eran ajenos a lo que ocurría en el resto del mundo, estaban tan ensimismados en ellos dos que ni siquiera se daban cuenta de que aquello pudiera molestar a alguien o dar motivos de envidia.

Y cuando dejaba a Ana volvía a casa y allí encontraba a su madre y una sonrisa, un par de besos, algo de cena y sentados en el sofá frente al televisor le gustaba acurrucarse junto a ella y que le hiciera cariñitos en el pelo, como cuando era pequeño, como a un niño, y se quedaba dormido por culpa del sueño o quizás por aquellas caricias que le devolvían a su niñez. Veía así lo que ponían en la televisión sin ver realmente nada y después se levantaba, se desperezaba y se iba la cama para oír la radio, esperando alguna mujer barbuda, un tragafuegos o el niño de siete cabezas.

Hola Cristina, mira como le he dicho a tu compañera es que me voy de vacaciones con mi novio y quiere que antes vaya al médico a que me recete las pastillas y a mí la verdad no me hace ninguna gracia. Quería saber si alguien me podía dar consejo porque creo que mi novia me pone los cuernos. Estoy a punto de suicidarme, ya no me interesa la vida en este mundo, estoy harto de todo esto y me voy, no quiero saber nada más, adiós.

© 2009 jjb

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jueves, 19 de noviembre de 2009

Hablar por hablar

Todas las noches, a las tantas, desafiando las más elementales normas del descanso, tentando a un más que posible sueño terrible durante una mañana de trabajo, escuchaba la radio, un programa loco en el que personas dispares decían desde lo más obvio y sensato hasta verdaderas locuras. Allí se enteraba de las más terribles desgracias, de los más disparatados asuntos, de situaciones que parecían obra de los guionistas de un programa de televisión y allí tenía una conexión con un mundo que no era el suyo noche tras noche, madrugada tras madrugada.

Muchas veces a primera hora de la mañana se había jurado que nunca más, que dormiría normalmente durante toda la semana laboral y no sólo los sábados y domingos, robándole tiempo al tiempo de ocio, pero cuando llegaba a la cama todos los días otra vez ponía el aparato de radio de la mesilla, con el volumen bajo para no molestar a su madre y escuchaba un poco de deporte y mucho de aquel programa que le robaba sueño y le atraía tanto.

Se llamaba Hablar Por Hablar y le hacía gracia oír noche tras noche las mismas cantinelas, hola, enhorabuena por el programa, yo lo oigo desde hace muchos años y no me lo pierdo un sólo día, me hace mucha ilusión hablar contigo Gemma, yo no soy Gemma, ah sí sí, perdona, eres Mara, que líos me hago. No, yo soy Cristina, uy perdona Cristina, es que estoy muy nerviosa, bueno pues como le decía a tu compañera Gemma, tengo un problema con mi marido…

Lo cierto es que primero fue Gemma, después Mara, después Cristina y después Macarena, todas mujeres, todas conduciendo el programa en la madrugada con muchos silencios, sin decir una sola palabra ni de rechazo ni de aceptación por muy grande que fuera la burrada que pudieran decir, y lo cierto es que se oían muchas burradas en las noches más animadas.

Mira, es que tengo una novia y resulta que voy a su casa y allí he conocido a su madre y también me acuesto con ella, y me sabe mal porque mi novia no lo sabe, y lo malo no es eso, lo malo es que el padre ha venido hace poco porque estaba embarcado y también me acuesto con él, y la verdad yo no sé con quién quedarme. Santo cielo, aquello no podía ser cierto, pero nadie decía nada, la locutora sembraba un silencio que a veces era tan largo y tan profundo que su interlocutor creía que la técnica había fallado, ¿me oyes?, ¿estás ahí?, y era sólo el silencio de la noche y la banda ancha a lo que cada cual quisiera contar por muy extrema o increíble que fuera la historia.

A Joaquín le gustaba aquello y por qué negarlo, le gustaba mucho más cuando los casos que se contaban eran escandalosos, escatológicos, tremendistas o creaban un ambiente de opiniones diversas. Había noches que se arrepentía de haberse quedado despierto porque sólo aparecían maridos felices, esposas satisfechas, embarazadas recientes, saludadoras oficiales, llorones impenitentes, y según él esos días de calma radiofónica no pasaba nada, por eso sólo podía remediar no quedarse dormido por la esperanza de que alguien dijera algo fuera de lo común.

El día era duro para Joaquín, su trabajo de administrativo en una gestoría la verdad es que no le proporcionaba muchas alegrías y mucho menos alguna situación audaz, extraordinaria o distinta. Contabilizaba facturas en un ordenador con un programa de contabilidad y lo más osado que le podía pasar es que se le borraran unos cuantos meses de la contabilidad de un cliente o que no le cuadrara un cierre y hacía ya tiempo que por su experiencia aquello no pasaba.

© 2009 jjb

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miércoles, 18 de noviembre de 2009

Don Pelayo

¿-737

Primer rey de Asturias, inmediato sucesor de don Rodrigo, último soberano de la España visigoda. Sobre la genealogía de don Pelayo existe una gran confusión, ya que las fuentes con frecuencia entremezclan las leyendas y mitos con los datos históricos verídicos. Pese a ello es normalmente admitido que falleció en el año 737 y que gobernó el reino de Asturias entre el 718 y el 737; también suele ser reconocido como hijo del duque Favila, como padre del rey Favila, e incluso en determinadas crónicas como nieto del propio Recesvinto.

Entre el 19 y el 26 de julio del 711 se dio la famosa batalla de Guadalete, en la que Rodrigo fue totalmente derrotado, en parte porque muchos de los nobles hispanogodos abandonaron la batalla o se pasaron al bando de los hijos de Witiza y los musulmanes.

A partir de este momento es cuando aparece en la historia la confusa figura de don Pelayo como sucesor de don Rodrigo al frente de la cristiandad hispanorromana.

Pelayo se hizo fuerte en el norte de la cordillera Cantábrica y de los Pirineos, sectores ambos que apenas habían recibido influencias ni de romanos ni de visigodos. Los musulmanes mantuvieron las guarniciones frente a los pueblos del norte, cántabros, astures y vascones, que habían conservado su estructura social primigenia compuesta por una mayoría de hombres libres y con unas diferencias de clase muy pequeñas.

Todas las crónicas y textos que se conservan de la vida de don Pelayo son muy posteriores a los hechos que narran. Ello no contribuye en nada a separar los acontecimientos verídicos de la mera fabulación propagandística de los reyes posteriores. Un hecho altamente significativo del reinado de don Pelayo es que no se conozca ninguna moneda acuñada por él, cuando sí se han conservado monedas visigodas y romanas, mucho más antiguas.

Todo ello, las leyendas fabulosas y la falta de datos históricos fehacientes sumergen la vida de don Pelayo en las oscuras lagunas del mito y hacen prácticamente imposible realizar un estudio serio en el que ambos aspectos, mito y realidad, aparezcan diferenciados con nitidez.


Pese a todo, la opinión más generalizada, o al menos la que ha gozado de más éxito entre los historiadores medievalistas, es la de Pelayo como miembro de la estirpe visigoda y en concreto, como hijo de Favila, el duque de Cantabria, que pertenecía a la familia de Rodrigo y en cuya corte había desempeñado el cargo de conde de los espatarios o de la guardia real. Pero lo que merece destacarse realmente de don Pelayo, con independencia de su origen, es que él y su grupo familiar, muy arraigados en la sociedad indígena, lograron imponer una hegemonía estable que permitió la cohesión de distintos clanes y linajes para que bajo su dirección luchasen contra el Islam, y sobre estos grupos indígenas tradicionalmente poco cohesionados entre sí y tendientes al individualismo, llegaron a implantar una jefatura vitalicia que acabó por convertirse en hereditaria y dar origen a la monarquía astur.

Como hemos dicho, la genealogía de Pelayo es un tema que entraña gran dificultad, y algo parecido ocurre con lo concerniente a sus primeros años de vida. De nuevo aparecen varias hipótesis, todas ellas mezcladas con la leyenda y provenientes de fuentes contradictorias. Por un lado, algunos textos hablan de que una vez muerto o preso Favila (el padre de Pelayo según estas fuentes), por orden de Witiza, cuando aún vivía el rey Ervigio (aunque no está claro si aún reinaba o ya había sido sucedido por su yerno Egica), a causa de los celos, sin que se sepa a ciencia cierta si los tenía Witiza de su esposa, a la cual creía amante de Favila, o del propio Favila, ya que Witiza era el amante de la mujer de este. El caso, es que según estas fuentes, una vez caído en desgracia o muerto Favila, don Pelayo tuvo que huir a los territorios de su padre en Cantabria, donde la familia tenía poderosos aliados. Muerto Ervigio (si es que no había muerto ya con anterioridad), Witiza trató de apresar a Pelayo, el cual aprovechó para emprender una peregrinación a Jerusalén y huir de este modo del vengativo rey.

Otros historiadores no dan crédito a la historia anteriormente citada y afirman que Pelayo se crió y vivió en la corte durante el reinado de don Rodrigo y gozó de la confianza de este, hasta el extremo de que ocupó un destacado lugar en la batalla de Guadalete del 711, la cual supuso el fin del reino visigodo de Toledo y la implantación en casi toda la península de los árabe-bereberes de Tariq. Tras esta batalla, Pelayo, escapó a las montañas de Asturias ante la debacle del ejército hispano. Cuando la noticia de la muerte de Rodrigo llegó a Asturias, las proezas militares de Pelayo, unidas a la confianza que el difunto rey tenía en él y al alto puesto que en la corte de este desempeñaba, pusieron a Pelayo en una posición inmejorable para convertirse en el nuevo rey. De este modo, los nobles supervivientes al desastre de Guadalete, así como un grupo de obispos del sur peninsular que habían llegado a Asturias huyendo de los invasores, y los restos del derrotado ejército hispano, eligieron a Pelayo como caudillo y posteriormente rey.

La mayoría de los historiadores admiten que entre el 716 y el 718 Pelayo fue proclamado como rey de Asturias en algún lugar entre Cangas de Onís y Covadonga.

Los primeros tiempos del reinado de don Pelayo vinieron marcados por la extrema debilidad de sus fuerzas, ya que contaba con muy pocos combatientes con los que hacer frente a los continuos avances de las tropas musulmanas de Musa ibn Nusayr y de Tariq. La debilidad era tal que en el 714 tuvo que retirarse hasta los Picos de Europa. En este punto una vez más aparece la leyenda y las fuentes se distancia. Por un lado, algunas hablan de que Pelayo fue capturado bien en la batalla de Guadalete, bien inmediatamente después y enviado a Córdoba, donde permaneció cautivo hasta el 717, fecha esta en la que pudo escapar y se refugió en los Picos de Europa, donde fue nombrado rey. Esta visión tiene escaso fundamento ya que fuentes tanto cristianas como musulmanas confirman la oposición encontrada en el 714 por Musa ibn Nusayr en sus razzias por el norte de la península.

Algunas fuentes hablan de que don Pelayo no huyó a Asturias tras la derrota de Guadalete sino que permaneció oculto en Toledo hasta que ante la proximidad de los invasores, el obispo de Toledo, Urbano, decidió huir de la ciudad junto con los nobles cristianos que en ella se encontraban y que entre todos transportaron las valiosas reliquias y todo el tesoro de la rica iglesia de Toledo a Asturias. El encargado de dirigir dicho traslado sería Pelayo y debido a su prestigio personal, al éxito de la operación y al favor y confianza del obispo de Toledo y de los nobles que participaron en dicha acción, Pelayo fue elegido caudillo de los habitantes del norte y poco después aclamado como rey.

Lo cierto es que la idea de los dirigentes musulmanes de extender el Islam por Europa a través de la Galia, supuso un gran alivio para el acorralado Pelayo, ya que la presión sobre los cristianos del norte de la península disminuyó enormemente. Eso permitió que don Pelayo y sus hombres llegasen incluso a derrotar a algunos destacamentos musulmanes, como entre los años 717-722 cuando lograron derrotar la expedición de castigo enviada por el caudillo al-Hor y comandada por el general Alkama en Covadonga, lo que consolidó el pequeño grupo insurgente. En dicha campaña y por parte de los musulmanes es posible que tomasen parte algunas de las personalidades que aún entonces defendían la legalidad dinástica de los hijos de Witiza, como por ejemplo el obispo Oppas.

La referencia más antigua sobre la batalla de Covadonga se encuentra en la Crónica de Alfonso III en la que se asegura: (..).Pelayo, habiendo conseguido escapar a los musulmanes y refugiándose en Asturias, es elegido rey por una asamblea, y organiza la resistencia de los asturianos en el monte Auseva, en la cova dominica (Covadonga). Contra él marcha un ejército innumerable, mandado por Alcama, compañero de Terec, y con el que va también Opas, hijo de Vitiza y metropolitano de Toledo o Sevilla, quien mantiene con Pelayo un dramático diálogo. Fracasada la mediación intentada por Opas, comienza la batalla; pero la flechas y las piedras lanzadas por las hondas se vuelven para herir a los atacantes, que acaban por huir quedando Alcama muerto y prisionero Opas. Al bajar los fugitivos el monte Auseva, para alcanzar Liébana, un monte se desplomó sobre ellos, muriendo 63.000 caldeos(..).

Posiblemente el mito de Covadonga y el motivo por el cual las crónicas cristianas han magnificado el acontecimiento se deba a la necesidad de encontrar una actitud heroica en los primeros combatientes contra los musulmanes por parte de los reyes posteriores, los cuales usarían esta mitificación como motivo de legitimación y de engrandecimiento de su propia ascendencia. Por otro lado, es bastante probable que al no existir una crónica cristiana de la batalla realizada en las mismas fechas en las que esta se produjo, la tradición oral, que sería la fuente de transmisión de los hechos, tendiese a mitificar a los protagonistas y a dar mayor importancia a lo que en su momento no la tuvo. Pese a todo ello, la importancia de Covadonga fue doble, por un lado, se convirtió, en reinados posteriores, en el símbolo mítico de la resistencia de los cristianos frente a los musulmanes, un claro ejemplo de ello es la leyenda de la Cruz de la Victoria que pasó de ser una simple cruz de madera que Pelayo usó como estandarte en Covadonga, a convertirse en el símbolo de Asturias después de que Alfonso III la recubriese de oro y piedras preciosas, y la convirtiera en poco más que un elemento de culto y sagrado dada su supuesta bendición divina.

Lentamente Pelayo aglutinó en su reducto de Cangas a todos los cristianos de las tierras vecinas, hasta que el puñado de montañeses que en un principio compuso el grueso de la tropa del rey asturiano, pronto se convirtió en una numerosa hueste que aprovechó los territorios abandonados por los musulmanes al otro lado de las montañas asturianas para hacer pequeñas incursiones que de tener éxito daban lugar a un nuevo asentamiento, con el consiguiente crecimiento del territorio asturiano; pero que si motivaban la respuesta de los musulmanes, eran abandonados y sus moradores regresaban a la seguridad de las montañas en espera de tiempos mejores o de una oportunidad más propicia. Fue este el lento proceso lo que dio origen a la expansión del reino cristiano de Asturias a costa de las conquistas iniciales de los musulmanes.

Tras diecinueve años de reinado, en el 737 Pelayo falleció dejando de su matrimonio con Gaudiosa dos hijos, Favila que le sucedió en el trono asturiano y Ermesinda, la cual contrajo matrimonio con el que a su vez sería el rey Alfonso I el Católico. Pelayo fue enterrado en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, en Cangas de Onís, que él mismo había fundado para tal fin. Existe la tradición, totalmente infundada, de que los restos del primer rey de Asturias fueron trasladados a Santa María de Covadonga durante el reinado de Alfonso X el Sabio, pero de dicho traslado no hay ningún tipo de prueba y no es admisible el epitafio que existe en Covadonga sobre la supuesta lápida, ya que este data del siglo XVIII.

Fuentes: Wikipedia
EUM

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