martes, 14 de julio de 2009

Maribel /10

Seguían pasando los días y seguía en la misma rutina instalada, la tienda, su habitación, Corin Tellado, su madre, la madre de Joaquín, los fines de semana en casa, sus amigas en episodios esporádicos, los cambios de estación, el tiempo, el enfermo del vecino recordándole cada vez que le veía que era un grosero y un guarro, y poco más. El recuerdo instalado como residente y la nostalgia actuando. De Joaquín quedaba poco, al menos de aquel Joaquín que ella había conocido, ahora era otro, el que había creado con trozos de novelas románticas, párrafos de una carta y su imaginación. Pero le gustaba más este que el real, del que apenas recordaba una mano que toca una mano y un banco en el parque.

Un día por primavera en el buzón que abría diariamente esperando y del que ya había perdido la esperanza de encontrar, había otra carta, el mismo sobre, no fue necesario que leyera el remite para saber que era de él y tuvo los miedos que con la primera, la cogió, la acercó muy cerca de su pecho, como para esconderla o defenderla de miradas ajenas que no había y escaleras arriba iba como una ida, ensimismada en lo que podría poner y siempre pensando en lo malo para pasar luego a lo peor.

Esta carta era mucho mas escueta y mucho más directa, hola Maribel, dentro de tres meses tengo un permiso de un mes, iré a casa y me gustaría verte, y poco más, pero ¿qué más daba?, iba a venir, por fin, tenía tantas ganas de verle, había pasado tanto tiempo, tantas cosas. Salió disparada a ver a la madre de Joaquín y ella también había recibido una carta prácticamente igual, ay hija, qué alegría, por fin voy a tener a mi Joaquín y tú también, qué ganas tendréis los dos de veros, ya se sabe los jóvenes, qué día más bueno hija, anda, léeme la carta primera otra vez, que esta que me has leído no tiene mucho que leer.

Cuando salió de aquella casa cayó en la cuenta, habían pasado muchos meses y se había abandonado, ni su pelo era su pelo, ni su cara era su cara, ni su cuerpo era su cuerpo; como nada le importaba no había cuidado el envoltorio y ahora era importantísimo que todo estuviera perfecto, tampoco tenía ropa y la que tenía no le iba a valer después de su plan de redefinición, tenía tantas cosas que hacer que no sabia por dónde empezar, pero tenía que empezar ya.

La comida, entendida con la mentalidad de su madre, se acabó; los dulces, las chucherías, lo que había entre medias, se acabó. Empezaron los largos paseos a buen paso con una amiga, con una víctima, que sólo le aguantaba una marcha, pero le ayudaba a no parecer una loca; sin correr, pero a un ritmo enloquecido, andaban una hora, quizás dos, hasta que sudaban, bueno ella sudaba antes porque tenía el abdomen forrado por unos plásticos transparentes que cogía en la tienda y que hacían que sudara como en una sauna, pero que la transpiración no superara los límites de los plásticos. No contenta con esto, subía a casa dos o tres veces, cuando alcanzaba su piso, andando, volvía a bajar y repetía la operación de subida, varias veces y después poca cena, poca comida, dentro de nada su madre le diría que estaba esquelética con razón.
Empezó a comprar las revistas de colorines, a analizar las tendencias, las ropas, los peinados de los que eran famosos, recortaba las fotos de aquellas que más le gustaban como modelo y un día se presentó en la peluquería de su amiga Puri que le recibió con sorna, hombreeee, la perdida, qué quieres que te haga, Puri, quiero que me tomes en serio y fueron palabras mágicas que les pusieron a trabajar a las dos en el imposible proyecto de enmendar aquel desastre.

Poco a poco, con muchas horas, con algunas discusiones, con algún pelo quemado, las cosas se iban poniendo en términos razonables, en tanto en cuanto razonable es que Maribel le gustaba lo que veía cuando se miraba en el espejo y estaba encantada, cuando su madre le decía, hija estabas muy bien y otra vez vuelves a estar fatal, estás muy delgada.


© 2009 jjb

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