viernes, 30 de octubre de 2009

Verónica /27

Pasó otra noche en blanco, pero esta vez porque casi se había recorrido la ciudad en su paseo eterno. Tuvo el tiempo preciso para ir a casa, ducharse, tomar un café y salir corriendo para la oficina.

Dejó un tiempo prudencial y a eso de las once llamó a Lola, estaba contento, ¿quedamos hoy?, claro, nos vemos entonces esta tarde, adiós, hecho. Qué fácil era con Lola siempre, qué ciego había estado, qué tiempo perdido, qué absurdo.

Pasado el mediodía una llamada, es Verónica Martín de Arthur Andersen. Eso sí que no lo esperaba, tuvo un segundo de duda, una milésima, quizás menos, quizás más, pásamela, perdóname de verdad, me fue imposible ir, de verdad, y no podía avisarte, no te preocupes, mintió el, ¿quedamos hoy?, dijo ella, ni una décima lo pensó esta vez, no no puedo, imposible, bueno te llamaré pronto, por favor perdóname de verdad, no te preocupes, no pasa nada, adiós.

Lo había hecho, había sido capaz por primera vez en mucho tiempo de no plegarse a lo que ella dijera y decir que no, y sí, ya se estaba arrepintiendo, pero no, estaba claro, tenía que ver a Lola, se convencía de que había hecho lo que tenía que hacer, lo correcto y no tenía que arrugarse, además estaba hecho y no pensaba llamarle.

Así que a duras penas luchando entre lo que quería hacer y lo que debía hacer, con sus dos personalidades yuxtapuestas, su yo malo y su yo bueno, iba pasando la mañana con la sensación de que había ganado cuando en realidad estaba de vuelta de una derrota y camino de otras batallas cuyo final desconocía, pero que lidiaría en terreno amigo.

El día se le hizo largo, a última hora su jefe le encargó unos informes, vaya día el que eligió. Llamó a Lola, no es una excusa, me ha pasado esto, llegaré un poco más tarde, ¿no te importa?, nada, no hay problemas, ¿cuánto tardarás más?, un par de horas, sin problema, perdona, hasta luego.

Fueron menos de dos horas y en cuanto pudo se escapó de la oficina para llegar más pronto y para evitar la posibilidad de que su jefe le enganchara para otro trabajo de última hora

Aparcó el coche no muy lejos de casa de Lola, y como tenía tiempo se fue andando mirando los escaparates, buscando algo para comprarle, quería hacerle un regalo y no sabía qué. Encontró una floristería, le gustaba la idea de regalarle flores, pero no le gustaba nada ir por la calle con un ramo en la mano y ser el objetivo de todas las miradas.

Optó por una rosa roja, que era una flor con mensaje, pero con el tamaño necesario para poder disimularla mientras estuviera en su mano, se la envolvieron en papel de celofán transparente y se fue con ella convenientemente disimulada, estaba fresca y olía a flor, ese olor como un perfume tan característico que tanto le gustaba, y que estaba seguro que a Lola le gustaría.

Siguió caminando sin prisa en dirección a la casa de Lola, estaba ya enfrente esperando a que se abriera el semáforo, y de repente vio una visión como una aparición, de esa apariciones que te tienes que pellizcar para creer que te está pasando y aun así no logras asumirlo y piensas que estás soñando, como si se hubieran juntado personas dispares en el mismo sueño y con el único posible nexo de unión que el sueño era suyo, pero lo estaba viendo, estaba ocurriendo, no era un sueño, era la realidad.

Se echó para atrás para no ser visto, observó con los cinco sentidos alertas, con la sorpresa continuada, porque allí enfrente de él, en el portal de la casa de Lola estaban Lola y Verónica hablando, incluso aparentemente discutiendo y aquello no sólo era imposible, sino que aún le hacía más incomprensible todo lo que le pasaba, aquello no podía ser.

En un momento, sin que pudiera verlo nítidamente ambas se besaron y Verónica siguió su camino por la calle, Lola entró en el portal de su casa.

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jueves, 29 de octubre de 2009

Verónica /26

Derrotado, desolado, sabiendo y sufriendo el valor de sus planes, de sus cábalas, la amarga realidad que superaba las ideas, las estrategias, las tácticas, la planificación y la milimétrica suposición de lo que no iba a pasar. Vagaba primero por la Plaza y después por toda la ciudad sin saber dónde ir, qué hacer o definir claramente el culpable que iba alternando entre él y ella.

No estaba preparado para eso, todas las demás posibilidades estaban resueltas, esa no, y esa, para él, un amante de la estadística y la ley de probabilidades, era la que más se había dado desde el principio de aquella historia.

Si de algo sirvió aquella nueva decepción, aquella flagrante derrota, fue para aceptar que era un bobo, un pelele, un seguidor de la nada, atrapado en las redes de una mujer de la cual desconocía todo y jamás le dio una pista para saber algo de ella. Si algo se desprendía de lección de aquel episodio era que no podía seguir así y atajarlo no podía ser con un plan concienzudo, con una línea de actuación, era simple y llanamente cortar por la raíz, no volver a quedar con ella, descartarla, olvidarla, y no quería.

Era más fuerte su atracción, más potente la fuerza del desdén, el interés por el desprecio que su sentido común, su sensatez y que incluso la evidencia, pero tenía que aceptarlo, como había aceptado a perder cosas desde pequeño, no podía nunca desprenderse de sus juguetes, de sus objetos, de las personas, sufría físicamente cuando perdía algo, porque estaba muy viejo, porque las personas se mudaban de ciudad o porque simplemente las cosas cambiaban, nunca lo aceptó hasta que un buen día, rondando la adolescencia, mató todos los fantasmas anteriores y se juró que jamás sentiría apego a nada ni a nadie, y así lo hacía desde entonces, buscando el momento, robando el instante, pero no creando los anclajes necesarios que después le costaría quitar.

Ahora era el momento de asesinarla, de matarla, de quitarla de su vida, de que ya no formara parte de su universo, así lo llamaba él, no era la muerte física de la persona, pero si su total desaparición de su vida hasta el punto que si alguna vez casualmente la viera, la ignoraría, como si no se conocieran, como si jamás se hubieran conocido, tenía que asesinarla y tenía que hacerlo ya.

Y mientras seguía discurriendo, entre las rendijas de la ira y el reproche, con ganas, con la fuerza del viento, iba apareciendo Lola, primero como una recriminación, había mentido para eludir una cita con ella para ir a una cita con nadie, había puesto a Lola en un segundo plano cuando no había un primer plano, y ella jamás le había dicho nada, ni malo ni bueno, ni alto ni bajo, nada. Era su refugio, su mano amiga, su guarida cuando el mundo empezaba a hacerse inhóspito.

Buena amiga, buena amante, con la sonrisa fácil y la palabra amable, sin pedir cuentas ni exigir horarios, sin ya te lo decía yo ni la soberbia de otros. Era su amiga, era la mejor compañera que nada le pedía y mucho le daba.
Más allá del desgraciado presente, mas allá de los desventurados pasados, ella era la constante amable, la mano tendida y jamás lo había valorado, jamás lo había respetado, y así, de las tinieblas profundas de la decepción y el desbarajuste aparecía Lola venciendo en la humildad, ganando en el silencio.

Siguió caminando, ganando asfalto a las calles, subiendo y bajando, acortando y recortando, imbuido en sus pensamientos y comenzando una sonrisa nunca acabada, quería llegar a ningún sitio, pero sobre todo quería que llegara el día siguiente y llamar a Lola y esta vez sí, quedar con ella y no fallar, verla, hablarla, explicarla tantas y tantas cosas no dichas y después hacer el amor con ella hasta la extenuación, hasta que sus cuerpos hartos de hacerlo pidieran una tregua y se acurrucaran como dos enamorados y se dijeran en silencio lo que nunca se habían dicho con palabras.

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miércoles, 28 de octubre de 2009

Verónica /25

El tiempo pasaba y ya estaba atando los cabos, tenía una estrategia casi perfecta y un conjunto de planes eventuales alternativos. Prácticamente se había dedicado a planificar aquello como si fuera un plan quinquenal soviético, nada podía quedar al azar, todo tenía que estar previsto, hasta el vestuario, hasta la cita, los lugares, los momentos, todo.

Pero algo fallaba, según sus cálculos ya le tenía que haber llamado, en esta ocasión estaba tardando más de lo previsto, no era la misma pauta que en otras ocasiones, algo estaba pasando y eso no estaba en su voluminoso y no escrito plan de acción.

Empezó a tener insomnio, él, que jamás había tenido el más mínimo problema en dormir como un niño, empezó a tener miedo, empezó a tener necesidad de una mujer que justificaba con el grandísimo intervalo de tiempo que había transcurrido desde que tuvo relaciones con Lola y que sin él saberlo era también fruto de sus años y de una atávica necesidad de las especies animales.

Y se sintió el último ser del universo, y se sintió en la necesidad de llamar a Lola, pero esta vez era por necesidad y no por costumbre y aquello descuadraba, era consciente que no llegaría a los altares pero jamás se había considerado un miserable y no quería serlo y menos con Lola.

Por otro lado se veía incapaz de empezar una nueva relación de corte sexual e inmediato, tampoco quería retomar viejas historias teniendo que dar explicaciones, excusas y mentiras, y entre el no saber qué quería y sus necesidades seguía sin dormir, entregado a sus desastres y sus lagunas de planificación, pero con la obsesión constante del tengo que llamar a Lola, tengo que llamar a Lola.

Cuando su otro yo venció la batalla, marcó los números que le separaban de Lola y la encontró como siempre, receptiva, cariñosa, con esa voz cálida que tenía Lola siempre que él le llamaba, ¿quedamos?, cuando quieras, mañana, donde siempre, adiós.

Y esa noche durmió imaginándose que sus necesidades terminarían al día siguiente, olvidó sus contradicciones y descansó, durmió a pierna suelta y amaneció en un nuevo día sin ojeras ni aquel dolor de cabeza matinal que se había instalado permanentemente desde hacía tiempo.

Llegó a su trabajo, ordenó sus papeles y recibió una llamada de Verónica, imprevista, impensable, ¿quedamos hoy?, no lo pensó ni un momento, dijo sí, y quedaron para ese mismo día.

Nada más colgar aumentó la sensación que ya tenía de ser un miserable, llamó a Lola y le pidió mil disculpas, le dijo que había surgido una visita en el trabajo, que le llamaría, que perdonase, no te preocupes, no pasa nada, llámame cuando puedas.

Aquella comprensión de Lola hacía que su sensación de culpabilidad aumentara, pero ya estaba hecho, sólo necesitaba volver a rememorar su plan, volver a recordar las estrategias y las tácticas, sentirse seguro, seguir el rumbo marcado y olvidar las cuerdas que hasta entonces le habían movido.

Habían quedado en el mismo banco de siempre de la plaza de Oriente, aquel lugar era mágico, le gustaba ver la imponente visión del Palacio, los jardines, el teatro Real enfrente, todo. Se encontraba a gusto allí en donde tanto tiempo había pasado añorándola.

Llegó como siempre con tiempo, disfrutó de las escenas cotidianas que conocía, descubrió algún detalle nuevo del palacio que se le había pasado en anteriores ocasiones, vio el andar y desandar de la gente, siguió mirando el palacio, siguió viendo la gente, pasaron las horas lentamente y Verónica no se presentó…

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martes, 27 de octubre de 2009

Verónica /24

Pero ¿cómo hacerlo? ese era el asunto. Daba igual, aún le quedaba tiempo hasta que ella le volviera a llamar, tenía mucho margen para elaborar su estrategia y sobre todo para cargarse de razones que no le permitieran dar marcha atrás, arrepentirse, arrugarse, volver a convertirse en la marioneta que se sentía cuando estaba con ella. Ya nunca más, debía prepararse.

Y comenzó su propio zafarrancho de combate, empezó a tomar medidas, a planificar situaciones, a prever eventualidades. Lo primero que decidió es no llamar a Lola ni a ninguna otra mujer hasta que Verónica le llamara, así, con esa vigilia, tendría más margen para cuando se vieran tener toda la artillería preparada y engrasada. Nada de distracciones, nada de confidencias, nada de sentirse mal y buscar protección, esto era una guerra y debía acumular valor para el combate.

Lo primero que tenía que asegurar es que el desdén que ella le demostraba diera la vuelta y fuera él quien tomara la iniciativa y ella fuera bailando la música que él ponía. Eso era complicado, realmente hasta ese momento no había habido la más mínima posibilidad de hacerlo, o quizás no la había sabido ver, ¿tan ciego había estado?, y sí era la respuesta que siempre encontraba, había sido un pardillo, un panoli, se había dejado arrastrar por aquel vendaval y se había rendido sin condiciones ante la novedad y su fuerza incruenta.

Otra posibilidad era tomar él la iniciativa, llamar a su empresa y decir que cuándo quedaban. Era arriesgado pero era una vuelta de tuerca para tomar los mandos, lo que tenía que haber hecho desde un principio, pero ¿y si le decía que no podían quedar?, era un riesgo alto, quizás una apuesta demasiado fuerte, pero quedaba como una posibilidad.

También podía ir a buscarla a la salida de su trabajo, abordarla según salía y sorprenderla, aprovechar ese momento mágico para cambiar el rumbo de las cosas, pero seguían los mismos miedos, y si le esperaba alguien, y si ese día tenía una reunión, otra posibilidad.

No importaba, había tiempo, no tenía que tomar decisiones prematuras y sí hacer un amplio acopio de todas las posibles alternativas. Estaba ilusionado, por primera vez cogía el toro por los cuernos y se sentía no ya un pelele sino el viejo cazador que siempre había sido, y así iba a seguir.

Fue el principio de un largo proceso de recopilación de ideas que él iba afianzando o descartando, fue el principio de una fructífera época en la que se sentía dueño de su destino de nuevo y se entrenaba en fortaleza de ánimo.

Sólo se permitía la debilidad de leer al poeta y de nuevo, sin poder creérselo, encontró una frase que le retrataba en aquel momento, una instantánea de su vida tomada años y años antes de que él existiera y estaba allí, esperándole.

“Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas.”

Santo cielo, era el retrato de su etapa vital, y esa hora, esas horas, le proporcionaban la inmensa satisfacción de encontrarse a gusto consigo mismo. Nada había conseguido, nada aparentemente había cambiado, pero sí, se estaba encontrando a sí mismo, no se engañaba ni había tomado la actitud autocomplaciente del pasado, había aceptado la realidad y había decidido cambiarla, sin tapujos, sin ilusiones, sin falsas ideas, y así iba a seguir.

Alguna vez tuvo la tentación de llamar a Lola, pero no, era una idea firme no ir con ninguna mujer hasta que solventara su historia con Verónica en una u otra derivada. Tenía la certeza de que si él no la llamaba, Lola no lo haría y sabía que no era por orgullo, ni por cualquier otra razón, era lisa y llanamente que Lola no quería molestar, y no haría nada que pudiera molestarle, aunque la posibilidad de que así fuera era remota.

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lunes, 26 de octubre de 2009

Verónica /23

Se enteró de que acabó la película porque se encendieron las luces y la gente se puso en pie, le pareció muy corta, y a la puerta del cine, aún con la cara de recién levantado que se le había puesto, apenas pudo entender lo que era una despedida de ella y apenas sintió dos besos de cortesía que el apuntó en el aire, adiós dijo, y se fue cariacontecido, mirando al suelo sin darse cuenta, en un itinerario errante que le conducía a ningún sitio.

Estaba confuso, estaba harto, su vida era una tremenda noria dando vueltas que no llegaban a alcanzar nada, no era un error, ni siquiera una decisión no acertada, era la indecisión, el descontrol, el carecer de los mandos de la nave, el no poder dirigir su vida que pendía de los hilos que manejaba una mujer que no hablaba, que actuaba, que intermitentemente se introducía en sus cosas y siempre tras una fugaz aparición desaparecía,

Otra vez perdido por las calles de la ciudad, sin prisa ni destino, al albur del destino, sumergido en sus pensamientos que giraban y giraban en torno a lo mismo, preguntas sin respuestas, respuestas que no le gustaban, preguntas mal planteadas, ideas no matizadas, y vuelta a empezar.

Y en una calle perdida, tras mucho tiempo de caminata, tras dar mil vueltas a todo, lo vio claro, o al menos tuvo la lucidez de ver lo que hasta entonces no había visto, ni siquiera había sospechado, su problema, su concreto y auténtico dilema era que no sabía que le pasaba, no era una situación de infelicidad, no era un escollo insuperable, no era una realidad imposible de superar, simplemente no tenía ni la mas remota idea de lo que estaba pasando y ese era el problema.

Esa mujer había estado haciendo con él lo que había querido durante meses, había desaparecido y aparecido sin los patrones que él conocía en las mujeres, no había podido aplicarle todos los trucos que sabía porque no le había dado ni la mas mínima oportunidad de poder hacerlo, ella estaba veinte kilómetros de avance sobre lo que él pensaba, y eso era lo que pasaba, le tenía desconcertado, le tenía atrapado en sus dudas, perdido en su ignorancia para manejar una situación que jamás antes le había sucedido.

Ya sabía cual era el problema, era un primer paso, al menos ya sabía que no sabía nada, pero no sabía como solucionarlo, es más, desconfiaba incluso que aunque supiera la solución la llevara a cabo, ya había tenido la experiencia varias veces con ella de saber lo que debía hacer y hacer justo lo contrario.

Lo que tenía que hacer, lo que tendría que haber hecho hacía tiempo ya, es verla como a cualquier otra mujer, como el solía ver al resto de las mujeres, si le atraían, las examinaba, les hacía la comprobación de rutina y si le seguían gustando desplegaba todas sus habilidades con el único fin de llevarlas a la cama. Casi siempre le funcionaba y lo lograba, pero tanto si lo lograba como si no, la historia terminaba cuando había conseguido lo que quería o después de haberlo intentado, nunca antes de intentarlo, y estaba pasando.
Ese fue su error, el haberle tratado de manera diferente, el haberse dejado arrastrar por aquel ciclón, con ese bailecito de caderas que le volvía loco, ella llevaba la iniciativa y eso, era la clave del asunto, el que manejaba los mandos no era él, era ella, y ella marcaba los ritmos y las pautas, el tempo y la armonía, ella era la que controlaba la situación desde el principio, y él no solo no había hecho nada para solucionarlo, sino que estaba tan ocupado en preocuparse por él mismo que no se había dado cuenta hasta ese momento.

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viernes, 23 de octubre de 2009

Verónica /22

Cansado de dar vueltas y más vueltas, harto de aquel absurdo placebo que sólo le hacía sentirse muerto, volvió a sus actividades clásicas, su trabajo, Neruda, Lola, la neurastenia, Serrat y poco más.

En Neruda volvió a encontrar la terapia que él hubiera escrito, “¿Sufre más aquél que espera siempre que aquél que nunca esperó a nadie?”, y aquella pregunta le reconfortaba, no buscaba respuesta, su mera formulación le despejaba los fantasmas, le aclaraba las nubes negras de su mente, le limpiaba las metástasis de dolor de su alma, “¿Sufre más aquél que espera siempre que aquél que nunca esperó a nadie?”, y de nuevo adoptó esa frase sublime y la repetía como una oración.

Con Lola fue distinto, al principio la notó esquiva, diferente, pero con el tiempo, convirtiendo sus encuentros en rutina, en asuntos cotidianos, casi como si fueran una pareja, se dio cuenta que no había reticencias por parte de Lola, era él el que se acercó con miedo al rechazo de ella, con precauciones, sin ganas de que le pudiera hacer daño, Lola sólo hizo lo que hacía siempre, aceptarle y no preguntar.

Abrió así una época de tranquilidad y sosiego, otra, y como tantas veces anteriores le gustaba la seguridad del hombro y la cama de Lola y cuando sus heridas estaban curadas echaba de menos la locura de Verónica. De Lola sabía prácticamente todo y casi todo le gustaba, sus silencios, sus sonrisas, le gustaba hacer el amor con ella y cómo lo hacía, le gustaba que no le pidiera explicaciones, sus caricias cuando estaban tranquilos sin hacer nada.

De Verónica no sabía nada, sólo que aumentaban sus preguntas cada vez que la veía al mismo tiempo que aumentaba su atracción por ella, ¿Por qué?, sabía que era injusto, sabía que carecía de lógica y racionalidad pero era así y no podía hacer nada por evitarlo, o quizás no quería, pero el caso era igual, era consecuente y sabía que estaba utilizando a Lola como terapia cuando no tenía noticias de Verónica y era consciente también que sólo una llamada de Verónica serviría para que su relación con Lola se interrumpiera de manera drástica.

En ese interregno de bonanza vivía, esperando una llamada, una señal, un encuentro fortuito, algo; y según pasaba el tiempo se iba afianzando en él la certeza de que ya no habría más llamadas, no tendrían más encuentros, que Verónica desaparecería como había llegado sin estridencias y por sorpresa, que aquel sueño se evaporaría y sólo quedarían de él unos momentos, recuerdos, olores, posibles evocaciones y poco más.

Es para ti, Verónica Martín de Arthur Andersen, qué sorpresa, esperaba que esta vez me llamaras tú, pero ya perdí la esperanza y por eso te llamo, ¿cómo estas?, ¿quedamos?

Quedaron cinco días después de aquella llamada, quedaron por primera vez a la puerta de un cine para ver la película, él compró las entradas y esperó pacientemente hasta que apareció justo después de cinco minutos desde el comienzo, así nos evitamos los anuncios, dijo a modo de justificación y se metieron en aquel universo de pantalla inmensa y olor a palomitas.

Nunca logró recordar la película que vio, realmente no la vio, porque en el momento en que se apagaron las luces, una mano de Verónica se deslizó sigilosamente hasta que encontró lo que estaba buscando y allí se quedó de manera permanente para sorpresa de él primero y desasosiego después, como si su mano fuera independiente del resto del cuerpo, de vez en cuando ella le miraba y le sonreía, él no acertaba siquiera a mentir una sonrisa.

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jueves, 22 de octubre de 2009

Verónica /21

Tardaba mucho en llamarle, demasiado. Él seguía en aquel difícil equilibrio entre el trabajo y la desesperación, esta vez sin pasar tanto por Lola, no sabía por qué pero después de su última conversación no se atrevía a llamarle.

A veces sentía la necesidad de llamar a su empresa, a aquel número que había aprendido de memoria, pero no se atrevía, era incapaz de marcar aquellos nueve números que le separaban de ella, no podía y a veces sólo le faltaba la última cifra por marcar, pero siempre se quedaba en el propósito.

Un día, mientras intentaba cuadrar un balance, le pasaron una llamada, era ella y otra vez hizo como si se hubieran visto el día anterior, hola, que tal, bien, ¿mañana?, bueno, donde, en Lancaster en la Castellana, de acuerdo, allí nos vemos.

Lancaster era un pub estilo inglés, su clientela era selecta y él lo atribuyó a la zona, en plena Castellana, junto a la plaza de Cuzco, se sentó en una mesa de un salón interior lejos de la barra y de las miradas de los que allí estaban y pidió una cerveza, sabía que le iba a tocar esperar.

Entró con la misma entereza de siempre, le besó esta vez en los labios y no perdió tiempo en sentarse frente a él, se sentó a su lado y le dijo hola cielo y eso, no era necesario más, le desarmó, le entregó, le venció sin plantar batalla. Apenas intercambiaron unas palabras, todo lo demás se resumió en besos apasionados, miradas, manos que se movían, miradas de reprobación, risas y desatino, después de mucho rato de acción, ella le dijo, me voy, voy a tener un trabajo fuera, tardaré en llamarte, adiós.

Le besó y se fue, le quedaron muchas conclusiones, una era que ella siempre se iba de manera imprevisible, dos que jamás pagaba, no es que le importara mucho pagar a él, pero curiosamente ella jamás hacía el más mínimo gesto de intentarlo, tres siempre ocurría lo mismo, nada, ningún resultado y cuatro si esta vez le había dicho que tardaría en llamarle y normalmente tardaba muchísimo en hacerlo, ¿significaba eso que serían años?, ¿lustros?, ¿décadas?

Esta vez se volvió a refugiar en su trabajo, olvidó a Lola, Julia estaba ya fuera de su lista y el poco tiempo que le quedaba libre lo pasaba en casa haciendo lo que él llamaba actividades de embrutecimiento que consistían básicamente en ver la televisión, fundamentalmente los programas del corazón y entrar en los chats de sexo de internet.

En ambos obtenía lo que esperaba, dependencia y abstracción, se olvidaba de los problemas oyendo tonterías, interesado por asuntos que ni le iban ni le venían, haciendo importantes a individuos despreciables o famosos gracias a terceros o a su carencia total de principios, conocimientos y sensatez.

En los chats de sexo entraba normalmente con nombre de mujer, le gustaba ver la reacción de decenas de rudos hombres en el chat general que se convertían en serviles en los chats privados, él no contestaba nunca, sólo le gustaba tener la sensación de ser importante para alguien aunque ellos y él fueron un fraude.

Ambas actividades le proporcionaban lo que buscaba, evadirse de la realidad, aislarse en un submundo inferior y castrante para no ver lo que la realidad le deparaba, para no conocer la cruda verdad escondiéndose tras los parapetos de la impostura, allí, en esa antesala del infierno, al menos no pensaba en ella cada segundo, allí al menos tenía la treguas de algunos minutos, a veces de una hora.

Así se enteró de la gran actividad sexual de aquellos desconocidos, como entre ellos discutían se reconciliaban, pactaban y se traicionaban, creaban nuevas situaciones y situaciones distintas y después entraban en las situaciones de otro. Un gran lío con el único fin de saciar las ansias de meterse en la vida de los demás, en conocer sus más bajos instintos, pasiones superfluas y sentimientos difusos.

Lo único malo es que, a diferencia del resto del mundo, aquello llegó a cansarle, pensó que a él no le interesaba la vida de aquellos desconocidos y mucho menos sus aspectos más miserables, ni siquiera era capaz de organizar la suya, así que mucho menos inmiscuirse en la vida de otros por mucho que estuviera todo el día en la televisión.





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miércoles, 21 de octubre de 2009

Verónica /20

Arreglándolo a su favor a veces, en una versión beatífica, inconcreta, subjetiva pero que se parecía un poco a la que realmente le había ocurrido, se lo contó a Lola.

A veces dramatizó, a veces se quedó corto, nunca contó todo pero sí el fondo, su fracaso continuo y total; ahí se dio cuenta de que no podía haber habido fracaso si él no tuviera pretensiones dudosas con aquella extraña mujer, así que le dio un giro anecdótico, quitándole hierro, buscando la indulgencia y consiguió enmarañarlo de tal manera que lo mismo podía ser un sainete que una comedia pero jamás un drama.

Ocultó el nombre de ella sin saber por qué y cuando ya era necesario utilizar uno porque no podía eludirlo más, bautizó a aquella que le volvía loco y se le ocurrió ponerla de nombre Ana, un palíndromo que Lola apreció porque le gustaba coleccionar palíndromos aunque siempre fue incapaz de crear uno.

Qué cosa más rara, es lo que dijo Lola después de oír aquella larga historia, no tenías por qué contármelo, jamás te he preguntado nada y no es necesario que me des explicaciones, yo nunca te las pedí ni te las pediré, Lola no es eso, quería que supieras la extraña historia que había pasado que me tenía un poco revuelto, sólo eso, bueno, pero no es necesario.

No era eso lo que esperaba que le dijera Lola, hubiera preferido un reproche, una interpretación de lo que estaba pasando, una visión femenina de aquel dislate, algo más que lo que siempre le decía, y es que tanta comprensión empezaba a molestarle, jamás se ponía celosa, jamás le censuraba su comportamiento, parecía que era su alter ego, era más benevolente ella con él que el mismo.

Por eso buscó a Julia, necesitaba contárselo a alguien más. Apenas varió la versión, unos pequeños toques, y con ella sí obtuvo respuesta, en forma de las cientos de preguntas que nunca antes le había hecho.

Como un cirujano con su bisturí le iba preguntando lo que nunca hubiera querido responder; él, acosado e inerme, salía como podía de aquel laberinto en el que se había metido notando que cada vez se liaba más la madeja. Desviaba respuestas, eludía otras, contestaba con otra pregunta algunas de ellas y Julia se crecía ante las imprecisiones de él, ante las dudas y las inflexiones de su voz.

La conclusión de Julia fue contundente, estaba loco por una desconocida que no le hacía ni caso, le tomaba el pelo y con la que no tenía ni la más mínima posibilidad de llegar a nada. Esa parte del análisis le ayudaba, lo peor vino después.

Y estás loco por una tía de la que no sabes nada mientras te entretienes conmigo y no me haces ni el más mínimo caso ni me tienes el más mínimo respeto, pues sabes que te digo, que te quedes con tu desconocida y olvídate de mí, Julia, Julia, pero Julia había iniciado ya un camino sin retorno y él la veía desaparecer sin mover un músculo, pensando que era el precio de una confidencia, sabiendo que había roto un hilo que le unía con el pasado.

Pero después de haber compartido su carga, o al menos haberlo intentado, otra vez se encontraba solo, otra vez estaba en proceso de convertir en virtud la necesidad, buscando el refugio de lo seguro, tierra firme donde asentarse, convicciones en las que creer, otra vez salía del pozo confuso y desolado, otra vez empezaba a reconstruir maltrecho lo que no quería llamar su futuro.

Y cansado y difuso volvió de nuevo a la rutina de la vuelta, pero esta vez se juró que nunca más, que no volvería a caer en la trampa de hacerse ilusiones, que diría no cuando le llamara, que no habría más decepciones ni más diálogos que conducían a ninguna parte, se juró ser fuerte y no volver a repetir sus errores.

Se lo decía una y otra vez intentando convencerse de ello y según lo iba repitiendo era más consciente de la inutilidad del conjuro, sabía que una sola llamada, una palabra, vencería todas sus resistencias, abriría todas las puertas, vencería reticencias.

© 2009 jjb

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martes, 20 de octubre de 2009

Veronica /19

Verónica pasó de su sitio frente a él al banco junto a él. Sus manos se volvieron huéspedes y de nada sirvieron sus apelaciones al qué dirán para que ella utilizara sus armas de manera efectiva y rotunda.

Nada le importaba que miraran, nada que los camareros se dieran codazos cómplices, de nada valía que él le dijera que por favor, que en aquel sitio no. Tú lo elegiste y tú sabías qué ocurriría. Nada ponía coto a su forma de actuar, ni siquiera los convencimientos que él tenía antes de que comenzara aquella conversación en terreno de paz y que llevaba todas las trazas de convertirse en zona de guerra, todos y cada uno de los razonables y sesudos principios se habían caído sin saber ni cómo ni por qué.

Sólo se le ocurrió una cosa, ¿y si nos vamos a nuestro banco?, ¿y perder la oportunidad de escandalizar a todos estos loros?, ni de broma, y allí siguió hasta que ella quiso cuando ella quiso. Jamás creyó demasiado en sus convicciones, pero allí, en aquel momento, supo que carecía de ellas y que estaba vendido a las convicciones que ella quisiera tener.

Un rápido adiós, un te llamaré, una huida en la noche por las estrechas calles de aquel barrio que tanto le gustaba, un reproche, una ilusión, un volver a empezar sin ninguna razón para volver a hacerlo, la desolación y de nuevo el caos ordenado, la reconstrucción a sabiendas que se iba a desmoronar el edificio en el momento que ella quisiera, pero ya estaba cansado, con las fuerzas justas para llegar a aquel banco refugio testigo de su impotencia y de su desolación.

Allí sospechó que la noche cambiaba la forma de vivir de las personas, que las horas marcaban la rutina del banco y que ella marcaba los tiempos y las pausas de la vida. No creía en nada, sólo en que ella podría hacer con él lo que quisiera y era consciente que ella lo sabía y lo utilizaba. Ella podía mover montañas, personas y cosas, pero sobre todo era el hilo que le movía a él por primera vez, por sorpresa, por equivocación.

Y qué era lo que le había llevado a eso, él lo sabía, no era tonto. Él mismo había utilizado aquella técnica, el desdén, sólo eso, si le hubiera hecho caso, si hubiera bebido en sus manos, si le hubiera seguido en su guión, ella sería ya un recuerdo más, pero le había dosificado los desencuentros, no le había hecho el más mínimo caso. El desdén, el mayor factor de atracción cuando las historias de amor recientes se empiezan a desarrollar. El desdén, el asomar y no seguir, el desaparecer, el no valorarle. Si ella se hubiera vuelto loca por él la despreciaría, al despreciarle, no podía estar sin ella.

Era tan básico y tan previsible, un comportamiento tan humano como despreciable y él había entrado en ese juego sin haberse dado cuenta, y ahora no tenía ya solución, pero tenía que buscar una vía, porque ya estaba loco por ella.

Se fue de la plaza y durante algunos días se ausentó del mundo, dejó de pensar y sólo se dedicó a sus cosas, se fue con sus amigos, bebió y bebió, buscaba evadirse de sí mismo y siempre se encontraba, siempre volvía al mismo sitio

Después de noches locas, después de días sin fin, de sequedad de garganta y dolores de cabeza, después de darse cuenta que suicidarse tan despacio carecía de sentido volvió a las viejas prácticas, volvió a Serrat y a Neruda, volvió a Lola y a la esperanza, volvió a la sensatez y al aburrimiento.

Lola le volvió a acoger sin preguntas, sin condiciones, lavando las heridas y haciendo terapia casera de futuro, jamás una mujer calló tanto ni un hombre fue tan canalla tantas veces, tantas ocasiones pidiendo árnica después de las batallas perdidas, perdiendo todas y no ganando ninguna.

Pero algo había cambiado, esta vez tenía necesidad inminente de contarle a alguien lo que le pasaba, de compartirlo, y había elegido a Lola porque era la única persona del mundo que conocía con una generosidad desmesurada, un hombro amigo, un silencio como respuesta a todo, aceptar lo que no le dicen y asumir las consecuencias, nadie le había querido tanto sin pedir nada a cambio.

© 2009 jjb

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