Estaba tan inmersa en la lectura que algunos domingos se le iba el santo al cielo y olvidaba ir a ver a la madre de Joaquín, pero aunque fuera un poco más tarde de lo habitual, siempre procuraba estar un rato con ella, aunque como con su madre, la conversación siempre estaba cortada por el mismo patrón y siempre incluía una evaluación de su peso, más concretamente de su poco peso.
Volvía con más ganas a sus historias, tenía ganas de acabar el trabajo para volver a casa a leer. Los fines de semana apenas dormía, robaba tiempo a la lectura para comentar con sus amigas los títulos que tenían o no tenían, intercambiarlos y en ocasiones perdidas ir a comprarlos al viejo con mitones que se los vendía de segunda mano.
“Mi marido me olvidó”, “Se siente sola”, “Tu deseo me ofende”, “La pureza de Matilde”, aquello no se acaba nunca, había tantos, eran tan sencillos de leer, eran tan tiernos, llegaban tanto al corazón de Maribel, “No se lo digas a ella”, “Las dos familias”, “Tengo que retenerte”, “Sin compromiso”.
Le recordaban aquellas historias a Joaquín que en la práctica le había olvidado, o al menos en sus conjuntos, o en la realidad, porque estaba construyendo, con una base real de decorados del barrio, su madre y su marca de tabaco, otro Joaquín distinto que decía lo que decían los protagonistas de aquellas historias, que hacía lo que hacían los buenos de las historias y que siempre era la pareja de la protagonista de la historia.
Lo cierto es que se le olvidó que Joaquín apenas articulaba palabra, desconocía sus costumbres o su opinión sobre cualquier tema, pero qué más daba aquel detalle cuando lo importante eran aquellas historias dulces, almibaradas, un poco irreales, pero tan bonitas.
Y de repente, sin esperar nada, porque sólo esperaba que llegara el momento de sentarse, o tumbarse, a leer, en el buzón del correo del portal de su casa, cuando lo abrió para vaciarlo de publicidad y recibos, apareció aquella carta con bordes rojos y azules, a su nombre y con Joaquín como remitente desde Melilla, África.
Se quedó paralizada en el portal, mirando la carta como si fuera una aparición, sin saber qué hacer, sintiéndose la protagonista de una de aquellas novelitas y preguntándose qué haría si lo fuera. Clavada su mirada a la carta e inmóvil solo le despertó de aquel sueño el vecino de abajo, un atrevido, que como siempre hizo un comentario que no le gustaba, Maribel que cada día estás más buena, lo que le impuso a mirar de nuevo el buzón, para dar tiempo a que aquel indeseable desapareciera escaleras arriba.
Guardó la carta en el bolso y acompañada de una sonrisa inició la subida a casa pensando cuándo se atrevería a abrir la carta, sorprendiéndose de que a pesar de las ganas por recibirla, qué miedo tenía a que fueran malas noticias, rezando para que todo fuera bien y halagada por haberla recibido.
© 2009 jjb
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