jueves, 11 de febrero de 2010

Cierre patronal provisional

Por razones técnicas difíciles de explicar y menos de entender estaré de huelga hasta el lunes 5 de Abril a las 00:00 es decir a las 12 de ese domingo, oye que lo siento, y que si, que esta vez es verdad. o al menos eso creo, pero es que estoy con unos lios, podrias mandarme un mail para solidarizarte, o no, bueno que adios.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Sancha /8

Se debatía en su aprecio a la niña y la crítica a la mujer. Oía mil historias, algunas inventadas de sus andanzas y de la vida de su esposo, el rey consorte. Escuchaba incluso coplillas que iban de boca en boca. A Francisco de Asís lo llamaban Paco Natillas y los más atrevidos Paquita Natillas. Famosa fue la primera de las coplillas que oyó Sancha entre risotadas de la gente, “Paco Natillas es de pasta flora y se mea en cuclillas como una señora". Después se desesperó Sancha con su nobleza castellana y su recia moral al escuchar a los desenfadados madrileños aquello de “Isabelona tan frescachona y don Paquito tan mariquito".

También sabía doña Sancha la estable relación de Paquito con su secretario, don Antonio Ramos Meneses. Pero una de las cosas que más le dolió a Sancha fue oír que cuando el general O’Donell fue a despedirse de la reina para irse a la guerra de África, la reina, Isabelita, le dijo con absoluto cariño al general que si ella fuera hombre iría con él. Su esposo, Francisco de Asís, Paquito, le dijo "Lo mismo te digo, O’Donell, lo mismo te digo".

Pero todo eso, con la gravedad que tenía, con la preocupación que le producía a Sancha no era lo que más le escandalizaba. Lo que no podía soportar, lo que verdaderamente le obligó a mirar hacia otro lado fue saber que Isabel tuvo nueve hijos, Fernando, Isabel, María Cristina, Alfonso, María de la Concepción, , María del Pilar, María de la Paz, Francisco de Asís y María Eulalia, todos apellidados de Borbón y Borbón, aunque la realidad es que el único real era el segundo apellido.

Eso no cabía en la cabeza de Sancha, durmiendo en habitaciones diferentes, sin que entre ambos existiera ni la más mínima voluntad de hacer el engaño creíble. Conociendo como conocía todo el mundo los amantes de la reina, militares de la casa Real, músicos insignes… también era conocido, y que lo fuera era el disgusto de Sancha, que cada vez que la reina quedaba encinta sus negociadores iban a las habitaciones de don Paquito para fijar la cantidad que pedía para reconocer al nuevo vástago. Francisco de Asís no pregunta quién había sido, ni le importaba y además era sobradamente conocido, ni otros detalles que no tuvieran que ver con la cantidad final que cada vez era más gruesa y tuvo nueve ocasiones para refinar su negociación.

El día del alumbramiento, se dirigía a las habitaciones de la reina y sin verla, recogía al nuevo infante para mostrárselo a la Corte y celebrar su nacimiento mientras la madre descansaba en sus aposentos.

Todo esto no era nuevo, lo novedoso es que en esta ocasión lo conocía todo el mundo y todo el mundo le intentaba sacar provecho.

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martes, 9 de febrero de 2010

Sancha /7

Doña Sancha tenía un especial cariño por Isabel por muchos motivos, probablemente el mayor fuera porque le había sacado de un almacén para instalarla al aire libre en la plaza de Oriente. Aquel lugar pasó de ser un descampado a convertirse en una colmena de casas construidas por los que habían intervenido en la construcción del palacio, y allí se habían quedado las casas, robándole prestancia al Palacio.

José, hermano de Napoleón, rey de España por la gracia de su hermano, es conocido para la posteridad con el nombre de Pepe Botella por su pretendida afición al vino. Pero realmente su apelativo más justo sería el “rey plazas”, el es el culpable de que muchas de las plazas de Madrid existan. Él hizo destruir las casas que estaban enfrente de la puerta del príncipe, mandó allanar todo el terreno, acometió las obras de urbanización y preparación y justo cuando iba a empezar a construir una bella plaza al estilo francés que tanto añoraba, perdió su reino y se fue, dejando su sitio a la rama borbónica española que en ese momento no estaba para jardines. Por lo que Isabel se ocupó de que en aquel terreno llano y preparado se construyera una bella plaza.

Las estatuas se habían hecho hacía mucho tiempo. Iban a ir en el tejado del palacio, pero
el tejado no podía soportar el peso en piedra de tanto rey y se dejaron almacenadas en los almacenes reales para cuando llegara la ocasión. Esas estatuas se colocaron en la plaza Oriente, en el parque del Retiro, en algún que otro lugar de Madrid y en algunas otras ciudades españolas, aunque en el techo del palacio aún se puede ver alguna también.

Por eso Sancha estaba agradecida a aquella niña que le había cambiado aquel estrecho y aburrido escenario por este espacioso, bello y en el que podía enterarse de las cosas que pasaban con más cercanía.

Pero también Sancha había sido madre y reina, y le angustiaba un poco ver a aquella niña desbordada por los problemas de estado a merced de sus consejeros y mentores. Le apenaba que aquel volcán estuviera permanentemente apagado por la tristeza y el peso de la responsabilidad desde niña.

La casualidad quiso que el emplazamiento de Sancha en la plaza de Oriente estuviera muy cercano a los balcones de las habitaciones privadas de Isabel, y la veía salir a los balcones casi siempre llorando, casi siempre buscando el amparo de la noche para que no hubiera testigos de su infelicidad y sus miedos. Y Sancha la miraba desde su sonrisa de piedra y le deseaba suerte. Pero no hay suerte cuando estás contra el destino y a merced de los elementos. Allí recordó una frase Sancha que le hubiera gustado dar a conocer a la niña reina, “Dios perdona siempre, los hombres algunas veces, la naturaleza nunca”.

Sabía Sancha que la reina Isabelita dormía en la esquina antagónica a su marido, su primo. Sabía Sancha que el esposo de Isabelita vivía, y posiblemente dormía con su secretario. Sabía que rara vez se juntaban la reina y el rey y que siempre que aquello ocurría había antes una negociación en la que siempre se hablaba de dinero. Lo sabía y no le gustaba, porque Sancha era de otro siglo y no podía aceptar esas cosas, esas costumbres modernas.

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lunes, 8 de febrero de 2010

Sancha /6

Ni el cine le pudo hacer olvidar aquello. Y sobre todo su auténtico dolor, una historia que le atormentaba junto con la de Sabatini que pertenecía más a las leyendas que a las realidades, y de la que ni siquiera aquel magnífico programa doble podía hacerle olvidar.

Ella supo, al fin y al cabo está en la calle todos los días, que Fernando VII, el noveno hijo de Carlos IV y sucesor del que aplanó y limpió la plaza Oriente, se casó con una sobrina hija de su hermana menor, María Cristina de las Dos Sicilias. Antes se había casado con dos primas y con otra señora de la que no era familiar hasta el casorio.

María Cristina le dio al Deseado dos hijas, una de las cuales fue Isabel, Isabel II. Pero Fernando VII murió cuando su hija Isabel tenía apenas tres años de edad, y ella tuvo que asumir el cetro de reina ayudada por la regencia de su madre, hasta los trece años, fecha en la cual el Parlamento le hace mayor de edad y asuma con todos sus poderes y parabienes la corona de España. Ella es la reina, que en aquel entonces reinaba y gobernaba.

La reina más castiza, más española, que tuvo la mala suerte de que en su época se inventara la fotografía, porque así pudimos comprobar que los cuadros que de ellas teníamos nada tenían que ver con su fisonomía real. Que fue la culpable de no atajar las guerras carlistas y con ello impulsar el retraso de España en todo, en casi todos los avances que Europa tuvo en aquella época.

Pero amaba Madrid, y amaba la vida. Nunca hubo en ningún lugar del mundo una persona que amase tanto la vida y despreciase tanto las obligaciones.

Reina ya, casaron a la niña con su primo Francisco de Asís cuando la reina niña tenia dieciséis años, es decir llevaba tres años de reinado. Isabel estaba enamorada de su primo y tenía verdadera ilusión en casarse con él. Él era un hombre apocado, sin carácter, un adonis para ella que enamorada esperaba el momento de la boda.

Se casaron el 10 de Octubre de 1846 en el Salón del Trono del Palacio Real, y esa misma noche ella pudo comprobar que aquella boda fue un error. Años después, para explicárselo a una amiga comentó lo que pensó sobre Francisco de Asís en la noche de bodas: “¿Qué pensarías tú de un hombre que la noche de bodas tenía sobre su cuerpo más puntillas que yo?”. Ni siquiera esa noche durmieron juntos, porque a su primo, a su marido, a Francisco de Asís, le gustaban los hombres, no las mujeres, y mucho menos Isabel. Aceptó casarse con ella por motivos de estado, pero sólo eso, nada más.

La niña, ese día, empezó a dejar de ser niña.

Su marido Francisco de Asís tomo aposento en el ala izquierda de la planta principal de Palacio. La reina en el ala derecha de la cara norte de Palacio, en esquinas antagónicas, en mundos separados.

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viernes, 5 de febrero de 2010

Sancha /5

Eso le hacía que a veces se cansara, se aburriera de oír siempre lo mismo, de ver repetirse las cosas. Y estaba tan aburrida que a veces, sólo algunas veces, bajaba de su pedestal y se marchaba sola a ver en el cine Príncipe Pío su magnífico programa doble. Hoy era uno de esos días que le pesaban más que otros, así que no lo dudó, se bajó de su sitio, se fue, y yo con ella.

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jueves, 4 de febrero de 2010

Sancha /4

Y Sancha subida en su pedestal, con su sonrisa de niña, con su mano derecha en el corazón y la izquierda sosteniendo un papel, muy femenina, no mira al palacio, ni siquiera al que fuera su esposo, que tiene al lado. Sólo separada de él por el banco de piedra, parece mirar al final de la plaza Oriente, casi al Teatro Real.

Dicen que estuvo algunos siglos mirando al palacio que tiene tan cercano. Le gustaba ver la sobria elegancia de aquel palacio pero dos experiencias negativas le hicieron torcer el rostro y dejar de mirarlo.

Un día supo que cerca de ella, en el techo del palacio, estaba el busto de Sabatini, uno de los arquitectos de aquel edificio, sin brazos. Oyó a unos transeúntes decir que el rey que le había encargado el trabajo le cortó los brazos al terminarlo para que no pudiera construir otro igual. Y ella quiso creer lo que decían cuando cierto tiempo después, quizás decenas de años después, volvió a oírselo a otro viandante que se lo contaba a sus amigos.

Aquello le rompía el corazón a doña Sancha, que entregada a la belleza de aquella soberbia construcción, admiraba a quien dirigió sus obras, y era cierto. Ella podía ver aquel busto en piedra sin brazos, a diferencia de las otras estatuas, lo cual le daba la verosimilitud que unida a la coincidencia le había convencido. Qué crueldad tuvieron sus descendientes al cortarle sus miembros superiores a aquel arquitecto italiano que no utilizó maderas para evitar que se volviera a incendiar el palacio, como le había ocurrido al anterior en un fatídico día de Nochebuena. Mucho después de su muerte y mucho antes de estar en aquel pedestal, en piedra, observando lo que ocurría a su alrededor.

Ese fue su primer disgusto, pero no fue definitivo. Alguien había mandado matar a su amado en su día y ella pudo entenderlo pensando en razones de estado. También es cierto que no le conocía, con lo cual su afecto por él era nulo, pero fue su primera experiencia y no la última en ver que a ella le podían ocurrir ciertas cosas que al resto de los mortales no le ocurrían por ser una persona principal. Nada menos que hija de rey y hermana de rey. Y eso que aún no sabía que sería futura reina, aunque jamás ejerciera esa labor dejándosela a su marido y ella encargándose de la gobernanza de un monasterio. Una comunidad mucho más reducida que un reino y sobre todo mucho más homogénea porque entonces era necesario ser rica para ser monja.

La muerte y la vida no tenían mucho valor en aquellos tiempos y mucho menos cuando había valores supremos de estado que prevalecían sobre cualquier otro principio o derecho. Tampoco había derechos salvo los de los nobles, pero Sancha siempre entendió la vida de otra manera y sufría como propia la muerte de los demás aunque fuera necesaria para los intereses de su Casa. Sabía que debía obedecer y seguir lo que le indicara su padre, después su hermano y después su marido, sin decir esta boca es mía. Pero había ciertas cosas que no le gustaban y llevaba mal interiormente.

Ni qué decir tiene que desde que acabó su vida y después, fue materializada en piedra. Su corazón se había humanizado aún más y se sensibilizaba con cualquier circunstancia en la que interviniera la injusticia, la violencia o la impostura.

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miércoles, 3 de febrero de 2010

Sancha /3

Si no haces lo sencillo, si no cruzas frente al palacio. O mejor dicho, junto a la puerta del Príncipe, la que todo el mundo cree que es la puerta principal y es una de las laterales, porque la entrada principal está en la plaza de la Armería. Si desandas el camino, vuelves hacia el Teatro Real y desde allí comienza el otro pasillo de reyes y bancos, de estatuas podremos ver a Ramiro I, Ordoño I, Wilfredo, Alonso III, Ordoño II, Ramiro II, Fernan González, Alonso V, Ramiro I, Fernando I y por fin a quien había venido a buscar, a Doña Sancha.

Dicen que estuvo prometida a García Sánchez, conde de Castilla. Cuando iba a conocer a la infanta, éste fue asesinado por la familia Vela en las calles de León, pero hace tiempo. Hace más o menos mil años desde que naciera y lleva siglos inmortalizada en piedra, ella, la única mujer entre sus compañeros de piedra alrededor de la plaza Oriente.

Fue abadesa seglar, es decir, una monja casada, porque hace mil años ese problema parecía estar resuelto en el seno de la Iglesia. Tuvo cinco o seis hijos, depende del historiador. De ellos, tres fueron reyes, de Castilla, de León y de Galicia, y dos infantas que fueron señoras de Zamora y Toro. Hija de reyes, hermana de reyes, reina y madre de reyes.

Pero no es su historia biográfica lo más interesante. Lo que más me gusta de esta mujer es lo que nadie ha investigado y muy pocos han visto. Todos los reyes en esta plaza tienen un imponente porte severo y fiero, con facciones duras y frías como la piedra de la que están extraídos. Sin embargo Sancha, doña Sancha, tiene una cara suave, joven, muy joven, un aspecto bondadoso, unas manos minúsculas y cuidadas, una sonrisa de cariño que contrasta con la seriedad de su esposo que ocupa la otra parte del banco que ambos vigilan.

Sí, es muy posible que el escultor lo hiciera hace siglos con esa visión machista y masculina del mundo, pero en aquellos tiempos esa era la postura única y el hecho de haber hecho más llevadera la figura de la reina. Es un regalo para los que siglos después la observamos.

Contrasta con la imagen de la estatua ecuestre de Felipe IV, en el centro de la plaza. Una joya escultórica, pero tan lejana que sólo con unos prismáticos o acercando la lente de una cámara podemos ver la terrible venganza que el autor hizo de aquel rey que aparece en su magnifico caballo con un rostro que más parece una caricatura que un elogio. Comparando ambas se ven las reacciones y emociones que los escultores sentían por los reyes, ver que no eran neutrales en su obra.

© 2010 jjb

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martes, 2 de febrero de 2010

Sancha /2

En las paredes de ese edificio, a la manera de un graffiti sobrio y elegante, diseñado en un estudio y no en la calle o en las tinieblas donde los grafiteros urden sus fechorías, no, con letra aristocrática y buen tamaño se puede leer: “Nulla aesthetica sine ethica”.

Un poco más allá en la misma pared, con el mismo tipo de letra se puede leer: “Nulla ethica sine aesthetica”. De las ventanas que se abren en esos muros graníticos de vez en cuando, por la tarde, sentado en el banco que corona la cuesta de Lepanto camino de la Plaza Oriente, se pueden oír las notas de una viola, de un trombón, de un violín o de un saxo. A veces se oye un instrumento más sofisticado, una voz humana que traspasa los muros y llega a los oídos de los que por allí pasean y medran. Muchos no leerán el mensaje de las paredes, pero todos escucharan la música de los instrumentos que allí tocan.

En ese banco se domina desde lo alto la plaza Oriente, a la que ya acordamos quitarle la de porque así es un nombre más madrileño, se ve también la plaza Ramales y transportados en el tiempo se puede oír relinchar a los caballos de los coraceros franceses que atacaban a los vecinos del barrio de aquellos tiempos.

Desde ese mismo banco, escrito en el suelo se puede leer:”Un 7 de Octubre de 1571, Miguel de Cervantes Saavedra a bordo de la galera Marquesa, fue testigo del triunfo de la flota española, veneciana y pontificia en las aguas del golfo de Lepanto, en Grecia.”

Aquella victoria de la flota tan dispar le costó al insigne escritor ser apodado “el manco de Lepanto”, amén de tener que valerse de una sola mano para sus restos. Pero posiblemente aguzó su ingenio y le proporcionó un tema de conversación cuando se aburriera de comentar sus libros. Aquella batalla da nombre a esa empinada calle y la plaza que limita, una de las dos que flanquean la plaza Oriente.

Bajando Lepanto, torciendo a la izquierda, viendo de nuevo las estatuas de aquellos reyes guerreros, imponentes, con aspecto fiero, con semblante de entrar en batalla, oteando al enemigo en la lejanía. Ese paseo viendo las estatuas emparentadas de dos en dos y repitiendo de nuevo esos nombres tan enrevesados, tan inverosímiles: Ramiro 1, Alonso 2, Iñigo Arista, Alonso 1, Don Pelayo, Wamba, Suintila, Leovigildo, Eurico y Ataulfo. En ese orden, en ese pasillo lateral que acaba junto al palacio Real, vaya nombres y que paz da sentarse entre dos de ellos, en el banco de la misma piedra de la que están hechos.

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lunes, 1 de febrero de 2010

Sancha

Calle Amnistía hacia adelante, llegando a la Plaza Ramales, quizás aquí este enterrado Diego Velazquez, quizás no. Antes he pasado por la calle de la Unión, y en la esquina de Amnistía con la calle Santa Clara puedo ver la lápida que recuerda que allí se suicidó Mariano José de Larra, Fígaro. Quien escribió ese artículo, ese opúsculo, que me hubiera gustado escribir a mí, pero se me adelantó, lo escribió en enero de 1833. Me siento un poco en el absurdo objeto que ha depositado allí el ayuntamiento. Lo ponen para evitar que aparquen los coches, pero lo utilizamos los que no podemos andar mucho trecho sin tener que descansar. Posiblemente sea una excusa para pensar, pero me gusta. Sí, es cierto que la superficie de asiento es pequeña e incomoda, pero hace su labor, un rato, hasta que se recupera el resuello y de nuevo buscas otro trecho hasta encontrar un refugio.

Larra se suicidó un 13 de enero de 1837. Yo en mi refugio donde me siento pienso que jamás me suicidare, o quizás que jamás tendré el valor para hacerlo. Me gusta vivir, me gusta estar aquí y recordar a mis vecinos pasados, como Larra, un romántico. Yo, que no soy nada romántico, admirando aquel vecino ignoto con lápida recordatoria y busto en la calle Bailén. Él, que sólo quería el amor de su amada, y yo sentado aquí. Todo esto empieza a asustarme. Él a pesar de estar casado con Josefa Wetoret amaba a Dolores Armijo, que le visitó acompañada de su cuñada ahí, en el tercer piso del número 3 de la calle Santa Clara, la fatídica fecha del 13 de febrero de 1837, segundos antes de que se pegara un tiro y acabara con su vida. No me asusta la forma de morir de Larra, no comparto su decisión pero la entiendo. Lo que es horrible es que tras su entierro en el que fue glosado por Zorrilla, sus restos mortales fueron trasladados de cementerio en cementerio, describiendo la crónica del crecimiento de Madrid y la necesidad de alejar los camposantos a lugares que no tuvieran aún la voracidad inmobiliaria que la ciudad tenía, hasta llegar a la Sacramental de San Justo, San Millán y Santa Cruz, donde aún permanecen a la espera de que aquellos terrenos sean el objetivo de promotores o constructores.

Pero sigo mi camino y llego a la Plaza Ramales. Los madrileños eluden el “de” de los lugares y así convierten la plaza de España en Plaza España, o la plaza de Oriente en la plaza Oriente. En esta plaza hay dos palacios olvidados por la gente; la casa palacio de Domingo Trespalacios y Escandón del Consejo y Cámara de Indias. Este caballero casó con la hija del marqués de Altamira, su escudo nobiliario en piedra se conserva en la fachada de la casa palacio.

El otro, la casa palacio de Ricardo Angustias, es una joya de la arquitectura, no sólo por la dificultad técnica de su construcción sino por su belleza. Desde todos los puntos de vista es preciosa, pero quizás ese detalle característico es la virgen que hay en una hornacina en el lateral de la casa, protegida por un cristal que da a la calle y con acceso desde el interior de la casa. Tras un atentado terrorista en ese lugar hace ya algunos años, los desperfectos fueron generales en la fachada menos en ese lugar.

Me siento en uno de esos cuadrados graníticos de la plaza Ramales, digamos de la plaza de Ramales, y sigo viendo. Me han quitado el colegio Eva Duarte de Perón justo en la esquina. Ahí iban mis amigos, y lo que es más importante, mis amigas. Era mixto, absolutamente incompresible para aquella época de separaciones prematuras de sexos. En aquel colegio municipal, en donde se votaba en falso en la dictadura y de verdad después, aquel colegio desapareció. Fue uno de los pocos edificios que desaparecieron del barrio, protegido de la piqueta, quién sabe por qué.

Ahí, ahora, se ha levantado un nuevo edifico, un edificio importante que intenta imitar el granito del palacio, pero que se queda en la realidad del soviet, en la Rusia comunista y su estética. No es feo, es sólo soviético.

© 2010 jjb

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