lunes, 6 de julio de 2009

Maribel /5

La tarde del día antes de irse a la mili aquello parecía un funeral, sentados en el parque, mirando al suelo, de vez en cuando se miraban y después volvían a bajar la mirada. Maribel le había hecho por enésima vez la lista oral de cosas que tenía que meter en el petate, aquella enorme bolsa de color tan feo como su nombre, caqui. Había aprendido por las vecinas todos los tópicos que se sabían, no te presentes voluntario para nada, no te hagas ver, no llames la atención, busca un buen destino, no te metas en líos, no discutas con nadie, parecía su madre y Joaquín pacientemente oía de nuevo todo aquello que ya había oído de su madre, de sus tías, de sus vecinas, de todo el mundo.

Aquello llevaba trazas de seguir igual y cuando empezaba a oscurecer, de forma milagrosa, Joaquín pronunció uno de los mayores discursos de su vida, Maribel, que quiero que sepas, que a mí, vamos que yo, que a mí me gustas, y Maribel calló, por una vez en su vida no sacó su extensa locuacidad, se acercó con él y le besó en la boca, bueno, no exactamente, acercó su boca a la de Joaquín y así permanecieron un buen rato con los ojos cerrados, pensando en que algo debían estar haciendo mal, pero sin atreverse a romper aquel momento. Después se separaron un poco, se miraron y una lágrima recorrió la cara de Maribel desde el lacrimal hacia abajo y a la altura de la barbilla una caricia de Joaquín impidió que cayera al suelo, a mi también me gustas mucho, escríbeme, si es que yo no escribo, escríbeme, vale, te escribiré, vámonos. El adiós en el portal, la mano que se separa, la tristeza de la escalera, su casa y su madre que después de años cambia la conversación de la comida y le dice, si te quiere volverá, no te preocupes y se abraza a su madre y no puede evitar esas enormes ganas de llorar y llora, para liberarse y por impotencia, y porque ya era el momento de que afloraran sus sentimientos y la palabra se hiciera lluvia, gotas de deseos que salían a borbotones y ese hipo contenido y esa sonrisa que parecía el arco iris en mitad de la lluvia, mamá, le quiero, lo sé hija, lo sé, es un buen chico.

No quería que se fuera y no tenía referente para explicar el vacío que tenía, a África además, al ejército, lejos, qué le podría pasar y sobre todo, allí podría encontrar a otra, a una lagarta que le quitara a su Joaquín, aquello no le gustaba nada y cada vez le gustaba menos, pero pobre, mañana salía de la estación de Atocha, en tren hasta Almería, sabe Dios cuántos cambios de tren harán y después el ferry hasta Melilla, ¿Qué le harán? ¿ qué comerá en el camino?, lleva comida y bocadillos de su madre, irá con amigos, pero como no habla, no le hacía ninguna gracia y no estaba prevista la separación, ni pensaba que iban a durar tan poco los meses que mediaron entre el día que se lo dijo y el día de hoy, así que lloró y lloró y siguió llorando toda la noche imaginando lo que iba a suceder.

Los ojos a la mañana siguiente parecían dos puñaladas en un tomate, la cara estaba acartonada, no había cosméticos que pudieran salvar aquel desaguisado, tampoco le preocupaba demasiado, con más pena que gloria se levantó, se preparó y se fue a la tienda, donde doña María le estaba esperando con su mejor sonrisa, vamos, vamos, que hay mucho que hacer, aquel día trabajó como nunca antes había trabajado, había cientos de cosas que hacer que normalmente no se hacían, recados con el tiempo limitado porque después tenía que hacer algo más, contar los botones que nunca se contaban, limpiar los escaparates hasta el extremo más distante; era un no parar y cuando creía que ya iba a tener un respiro, doña Maria ya tenia otra labor preparada, hasta que se dio cuenta, doña Maria, lo esta haciendo aposta, ¿el qué hija?, vamos no te entretengas que hay mucho que hacer, doña María, lo esta haciendo aposta, no se qué me preguntas, no pregunto, afirmo, lo está haciendo aposta, vamos, vamos que hablas mucho y haces poco, vaya día que llevas hoy hija, venga.

© 2009 jjb

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