viernes, 2 de octubre de 2009

Verónica /8

En aquel banco de piedra era mayor el miedo que tenia a que ella no viniera que la excitación que le producía volverla a ver, quizá el roce de sus labios de nuevo, quizás una mano, un deseo, una mirada, y se le amontonaban los deseos y los pensamientos, y las horas esperadas y no vividas, y los segundos que contaba con la fe de los condenados, uno tras otro, allí estaba sentado en aquel precioso lugar preparándose de nuevo para lo peor aunque deseaba que ocurriera lo mejor, ensayando sin saberlo la cara que se le pondría si ella no aparecía, si de nuevo le dejaba allí, solo, totalmente solo y desolado de nuevo, y la hora ya había pasado, y seguía solo en aquel banco flanqueado por aquellos reyes de piedra testigos mudos de su nuevo fracaso.

Y no apareció, apuró hasta un limite descabellado su estancia allí, y allí nadie apareció salvo los paseantes y los que apresuradamente parecían tener mucha prisa para llegar a algún sitio, cuando había pasado tanto tiempo que parecía razonable que ya no apareciera, empezó a pensar en ella y sus detalles, intento ponerle un nombre, una palabra, una forma de pensar, y fue creando una nueva desconocida que era exactamente igual a la mujer que siempre había buscado y no lo sabia. Los días siguientes en cualquier lugar, incluido aquel banco al que acudía en peregrinación esperando un milagro o un error al entender la fecha lo cual también hubiera sido un milagro, pero en aquella plaza, a aquella hora, en aquel rincón, no se producían milagros, pensaba en la mujer que estaba construyendo basado en pocos detalles y mucha imaginación, buscando retazos de aquí y de allá, poniendo en juego su imaginación y sus mejores deseos, pretendiendo crear de donde nada existía salvo la inmensa decepción repetida y aumentada.

Ni al día siguiente, ni a los dos días, ni en toda la semana, ni en lo que quedaba de mes apareció, lo que si apareció fue una especie de obsesión en el que le hacia ir a deshoras al banco de piedra y al lugar donde la vio pasar y se produjo el milagro de aquel beso. Solo sirvió para aumentar su deseo de volver a verla, ni siquiera se enfadaba ya por aquel embuste continuo y repetitivo, tenia la sensación de que si no había ido era por alguna razón y la tendencia a creer que esa razón era licita y razonable, su desconocida en la versión que el había creado era buena gente, incapaz de hacerle una jugarreta con el único fin de hacerle sufrir. El era de esas personas que creyendo que son buenos suponen que los demás lo van a ser con el, de los que están seguros que por ser vegetarianos un toro bravo jamás les embestiría en el campo, y aun no había tenido tiempo para comprobar con la experiencia que eso es radicalmente falso y excesivamente ingenuo.

A veces creía verla al final de la hilera de estatuas avanzando con una sonrisa hacia el, a veces creía morirse al comprobar que no era ella, solo un espejismo con la misma altura y proporciones, a veces se desesperaba y otras se animaba, pero al día siguiente volvía a aquel banco a esperar que se yo, a buscar algo que no podía definir, alguna cosa inexplicable le llevaba a aquel lugar y le impelía a tener en tensión todos sus sentidos para que ningun detalle se le escapara.

Pasados mas días de los razonables dejo de ir a aquel banco y se volvía a entregar a la música de Serrat y los poemas del que el llamaba el poeta, volvía a dar vueltas y vueltas a lo mismo, a enredarse en teorías inútiles, en rebuscadas teorías que volvían al comienzo sin aclarar nada o confundir mas, estaba perdido en sus recuerdos, pero después pensaba que era imposible tener recuerdos cuando apenas nada habían tenido en común, cuando seguía siendo una desconocida, y pensaba que no existía, que estaba inmerso en un sueño, en una pesadilla, excesivamente larga, excesivamente compleja.

Algo tenia que hacer, pero por otro lado la vez anterior lo que mejor le había ido era no haber hecho nada, fue la casualidad la que actuó, y se daba largos paseos por calles por las que antes no había pasado, volvía al lugar donde le besó, después al banco de la plaza, y no pasaba nada, y volvía a recorrer su camino como una procesión, como una penitencia, como un vía crucis.

© 2009 jjb

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Pero que cabrito eres!! como te gusta hacernos sufrir!!,me gusta esta Verónica que sin saberlo alimenta las ilusiones de alguien....