miércoles, 14 de octubre de 2009

Verónica /15

No sabía qué decirle, ni sabía dónde estaba aquel garito. Buscó el sitio y eligió la opción de ya veremos qué pasa, que tan buenos resultados le había dado en el pasado reciente.

Era un sitio de entrada pequeña que daba a unas escaleras que bajaban a un sótano muy oscuro y de aspecto francamente preocupante, una barra convencional, bien iluminada y a ambos lados, casi en penumbra mesas pequeñas, un pequeño escenario y a su derecha otra amplia sala con mesas pequeñas y con las mismas o parecidas condiciones de luminosidad que la entrada.

Había mucha gente negra, hombres y mujeres, lo cierto es que él no tenía nada contra los negros pero le rondaba la curiosidad por si esos negros tenían algo en contra de aquel blanco que solo estaba en su local. Verónica no estaba y se dirigió a la barra, el camarero era blanco y parecía amistoso, era brasileño, como el local, como aquellos negrazos a los que había mirado con miedo. Posiblemente Brasil sea el único país del mundo en donde los negros y los indígenas sean tratados a nivel de igualdad, dentro de un orden, los ricos ricos y los pobres pobres, pero sin distinción de colores.

Le preguntó qué era costumbre tomar allí y el camarero le recomendó una caipiroska y eso pidió, el primer trago de aquello le supo a gloria, fresco, suave pero fuerte, era lo mejor que había bebido en su vida, quizás un poco fuerte, pero la dulzura final mitigaba cualquier sabor doliente.

Contra todo pronóstico media hora después de la hora Verónica apareció bajando la escalera, radiante en la sencillez de su pantalón vaquero y su camiseta blanca en la que se podía leer en grandes letras EN CASA SOY PEOR, hola, te gusta, sí está bien, ¿qué tomas?, una cosa buenísima que tiene nombre ruso, una caipiroska, eso, yo quiero un vodka con naranja, vamos a una mesa, y hacia la mesa más alejada de la barra se fueron y se sentaron. Ella parecía que había estado toda la vida allí y era ajena a las miradas que de todos lados median sus movimientos, bebió un pequeño sorbo de su bebida y dijo, ¿me has echado de menos?

Todos en el departamento financiero te hemos echado de menos, has dejado una gran huella y difícilmente podremos superar la pérdida de la auditora morena con rizos, por cierto, ¿la primera vez que te vi tenías rizos?

Ella rió ampliamente. Sé que me merezco tu ironía, lo sé, pero no la esperaba, lo cierto es que apenas nos conocemos, nuestra relación ha sido tan intermitente. Verónica, ¿qué relación?, no ha habido ninguna relación, sólo una larga sucesión de citas que no has cumplido y encuentros casuales increíbles pero ciertos, no ha habido nada más. Y si eso es así, ¿Por qué me has echado tanto de menos?

Verónica por favor, no seas presuntuosa, tú tienes tu vida, yo tengo la mía, reconozco que sentí una atracción hacia ti, pero incluso una fuerte atracción se disuelve si ves que no hay nada, que sólo hay paja, nada.

Y siguieron hablando, y hablando. Se reprocharon poco y se contaron mucho, y ella se iba acercando poco a poco y él cada vez iba viendo más mujer en ella. Se tomaron una segunda copa y ella se sentó en sus piernas y ajena a todo le besó intensamente, con mucha más intensidad que nunca, rodeándole el cuello con sus brazos, mientras él le atraía hacia sí con las manos que se movían por su espalda.

Justo cuando el beso estaba tendiendo a convertirse en horizontal, una banda empezó a tocar en el escenario ritmos cariocas, todos negros, con tambores enormes, instrumentos tropicales y la fuerza de Rio de Janeiro. El beso se interrumpió, se dejaron llevar por la música y se quedaron secuestrados por aquel ritmo que les retumbaba en los cuerpos y les hacía mover las piernas, sólo sus manos quedaron unidas como recuerdo de aquel beso de pasión en el sótano del pecado, en un pequeño trozo de Brasil en Madrid, en la antesala del cielo de los pecadores.

© 2009 jjb

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