viernes, 30 de octubre de 2009

Verónica /27

Pasó otra noche en blanco, pero esta vez porque casi se había recorrido la ciudad en su paseo eterno. Tuvo el tiempo preciso para ir a casa, ducharse, tomar un café y salir corriendo para la oficina.

Dejó un tiempo prudencial y a eso de las once llamó a Lola, estaba contento, ¿quedamos hoy?, claro, nos vemos entonces esta tarde, adiós, hecho. Qué fácil era con Lola siempre, qué ciego había estado, qué tiempo perdido, qué absurdo.

Pasado el mediodía una llamada, es Verónica Martín de Arthur Andersen. Eso sí que no lo esperaba, tuvo un segundo de duda, una milésima, quizás menos, quizás más, pásamela, perdóname de verdad, me fue imposible ir, de verdad, y no podía avisarte, no te preocupes, mintió el, ¿quedamos hoy?, dijo ella, ni una décima lo pensó esta vez, no no puedo, imposible, bueno te llamaré pronto, por favor perdóname de verdad, no te preocupes, no pasa nada, adiós.

Lo había hecho, había sido capaz por primera vez en mucho tiempo de no plegarse a lo que ella dijera y decir que no, y sí, ya se estaba arrepintiendo, pero no, estaba claro, tenía que ver a Lola, se convencía de que había hecho lo que tenía que hacer, lo correcto y no tenía que arrugarse, además estaba hecho y no pensaba llamarle.

Así que a duras penas luchando entre lo que quería hacer y lo que debía hacer, con sus dos personalidades yuxtapuestas, su yo malo y su yo bueno, iba pasando la mañana con la sensación de que había ganado cuando en realidad estaba de vuelta de una derrota y camino de otras batallas cuyo final desconocía, pero que lidiaría en terreno amigo.

El día se le hizo largo, a última hora su jefe le encargó unos informes, vaya día el que eligió. Llamó a Lola, no es una excusa, me ha pasado esto, llegaré un poco más tarde, ¿no te importa?, nada, no hay problemas, ¿cuánto tardarás más?, un par de horas, sin problema, perdona, hasta luego.

Fueron menos de dos horas y en cuanto pudo se escapó de la oficina para llegar más pronto y para evitar la posibilidad de que su jefe le enganchara para otro trabajo de última hora

Aparcó el coche no muy lejos de casa de Lola, y como tenía tiempo se fue andando mirando los escaparates, buscando algo para comprarle, quería hacerle un regalo y no sabía qué. Encontró una floristería, le gustaba la idea de regalarle flores, pero no le gustaba nada ir por la calle con un ramo en la mano y ser el objetivo de todas las miradas.

Optó por una rosa roja, que era una flor con mensaje, pero con el tamaño necesario para poder disimularla mientras estuviera en su mano, se la envolvieron en papel de celofán transparente y se fue con ella convenientemente disimulada, estaba fresca y olía a flor, ese olor como un perfume tan característico que tanto le gustaba, y que estaba seguro que a Lola le gustaría.

Siguió caminando sin prisa en dirección a la casa de Lola, estaba ya enfrente esperando a que se abriera el semáforo, y de repente vio una visión como una aparición, de esa apariciones que te tienes que pellizcar para creer que te está pasando y aun así no logras asumirlo y piensas que estás soñando, como si se hubieran juntado personas dispares en el mismo sueño y con el único posible nexo de unión que el sueño era suyo, pero lo estaba viendo, estaba ocurriendo, no era un sueño, era la realidad.

Se echó para atrás para no ser visto, observó con los cinco sentidos alertas, con la sorpresa continuada, porque allí enfrente de él, en el portal de la casa de Lola estaban Lola y Verónica hablando, incluso aparentemente discutiendo y aquello no sólo era imposible, sino que aún le hacía más incomprensible todo lo que le pasaba, aquello no podía ser.

En un momento, sin que pudiera verlo nítidamente ambas se besaron y Verónica siguió su camino por la calle, Lola entró en el portal de su casa.

© 2009 jjb

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