miércoles, 21 de octubre de 2009

Verónica /20

Arreglándolo a su favor a veces, en una versión beatífica, inconcreta, subjetiva pero que se parecía un poco a la que realmente le había ocurrido, se lo contó a Lola.

A veces dramatizó, a veces se quedó corto, nunca contó todo pero sí el fondo, su fracaso continuo y total; ahí se dio cuenta de que no podía haber habido fracaso si él no tuviera pretensiones dudosas con aquella extraña mujer, así que le dio un giro anecdótico, quitándole hierro, buscando la indulgencia y consiguió enmarañarlo de tal manera que lo mismo podía ser un sainete que una comedia pero jamás un drama.

Ocultó el nombre de ella sin saber por qué y cuando ya era necesario utilizar uno porque no podía eludirlo más, bautizó a aquella que le volvía loco y se le ocurrió ponerla de nombre Ana, un palíndromo que Lola apreció porque le gustaba coleccionar palíndromos aunque siempre fue incapaz de crear uno.

Qué cosa más rara, es lo que dijo Lola después de oír aquella larga historia, no tenías por qué contármelo, jamás te he preguntado nada y no es necesario que me des explicaciones, yo nunca te las pedí ni te las pediré, Lola no es eso, quería que supieras la extraña historia que había pasado que me tenía un poco revuelto, sólo eso, bueno, pero no es necesario.

No era eso lo que esperaba que le dijera Lola, hubiera preferido un reproche, una interpretación de lo que estaba pasando, una visión femenina de aquel dislate, algo más que lo que siempre le decía, y es que tanta comprensión empezaba a molestarle, jamás se ponía celosa, jamás le censuraba su comportamiento, parecía que era su alter ego, era más benevolente ella con él que el mismo.

Por eso buscó a Julia, necesitaba contárselo a alguien más. Apenas varió la versión, unos pequeños toques, y con ella sí obtuvo respuesta, en forma de las cientos de preguntas que nunca antes le había hecho.

Como un cirujano con su bisturí le iba preguntando lo que nunca hubiera querido responder; él, acosado e inerme, salía como podía de aquel laberinto en el que se había metido notando que cada vez se liaba más la madeja. Desviaba respuestas, eludía otras, contestaba con otra pregunta algunas de ellas y Julia se crecía ante las imprecisiones de él, ante las dudas y las inflexiones de su voz.

La conclusión de Julia fue contundente, estaba loco por una desconocida que no le hacía ni caso, le tomaba el pelo y con la que no tenía ni la más mínima posibilidad de llegar a nada. Esa parte del análisis le ayudaba, lo peor vino después.

Y estás loco por una tía de la que no sabes nada mientras te entretienes conmigo y no me haces ni el más mínimo caso ni me tienes el más mínimo respeto, pues sabes que te digo, que te quedes con tu desconocida y olvídate de mí, Julia, Julia, pero Julia había iniciado ya un camino sin retorno y él la veía desaparecer sin mover un músculo, pensando que era el precio de una confidencia, sabiendo que había roto un hilo que le unía con el pasado.

Pero después de haber compartido su carga, o al menos haberlo intentado, otra vez se encontraba solo, otra vez estaba en proceso de convertir en virtud la necesidad, buscando el refugio de lo seguro, tierra firme donde asentarse, convicciones en las que creer, otra vez salía del pozo confuso y desolado, otra vez empezaba a reconstruir maltrecho lo que no quería llamar su futuro.

Y cansado y difuso volvió de nuevo a la rutina de la vuelta, pero esta vez se juró que nunca más, que no volvería a caer en la trampa de hacerse ilusiones, que diría no cuando le llamara, que no habría más decepciones ni más diálogos que conducían a ninguna parte, se juró ser fuerte y no volver a repetir sus errores.

Se lo decía una y otra vez intentando convencerse de ello y según lo iba repitiendo era más consciente de la inutilidad del conjuro, sabía que una sola llamada, una palabra, vencería todas sus resistencias, abriría todas las puertas, vencería reticencias.

© 2009 jjb

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