viernes, 23 de octubre de 2009

Verónica /22

Cansado de dar vueltas y más vueltas, harto de aquel absurdo placebo que sólo le hacía sentirse muerto, volvió a sus actividades clásicas, su trabajo, Neruda, Lola, la neurastenia, Serrat y poco más.

En Neruda volvió a encontrar la terapia que él hubiera escrito, “¿Sufre más aquél que espera siempre que aquél que nunca esperó a nadie?”, y aquella pregunta le reconfortaba, no buscaba respuesta, su mera formulación le despejaba los fantasmas, le aclaraba las nubes negras de su mente, le limpiaba las metástasis de dolor de su alma, “¿Sufre más aquél que espera siempre que aquél que nunca esperó a nadie?”, y de nuevo adoptó esa frase sublime y la repetía como una oración.

Con Lola fue distinto, al principio la notó esquiva, diferente, pero con el tiempo, convirtiendo sus encuentros en rutina, en asuntos cotidianos, casi como si fueran una pareja, se dio cuenta que no había reticencias por parte de Lola, era él el que se acercó con miedo al rechazo de ella, con precauciones, sin ganas de que le pudiera hacer daño, Lola sólo hizo lo que hacía siempre, aceptarle y no preguntar.

Abrió así una época de tranquilidad y sosiego, otra, y como tantas veces anteriores le gustaba la seguridad del hombro y la cama de Lola y cuando sus heridas estaban curadas echaba de menos la locura de Verónica. De Lola sabía prácticamente todo y casi todo le gustaba, sus silencios, sus sonrisas, le gustaba hacer el amor con ella y cómo lo hacía, le gustaba que no le pidiera explicaciones, sus caricias cuando estaban tranquilos sin hacer nada.

De Verónica no sabía nada, sólo que aumentaban sus preguntas cada vez que la veía al mismo tiempo que aumentaba su atracción por ella, ¿Por qué?, sabía que era injusto, sabía que carecía de lógica y racionalidad pero era así y no podía hacer nada por evitarlo, o quizás no quería, pero el caso era igual, era consecuente y sabía que estaba utilizando a Lola como terapia cuando no tenía noticias de Verónica y era consciente también que sólo una llamada de Verónica serviría para que su relación con Lola se interrumpiera de manera drástica.

En ese interregno de bonanza vivía, esperando una llamada, una señal, un encuentro fortuito, algo; y según pasaba el tiempo se iba afianzando en él la certeza de que ya no habría más llamadas, no tendrían más encuentros, que Verónica desaparecería como había llegado sin estridencias y por sorpresa, que aquel sueño se evaporaría y sólo quedarían de él unos momentos, recuerdos, olores, posibles evocaciones y poco más.

Es para ti, Verónica Martín de Arthur Andersen, qué sorpresa, esperaba que esta vez me llamaras tú, pero ya perdí la esperanza y por eso te llamo, ¿cómo estas?, ¿quedamos?

Quedaron cinco días después de aquella llamada, quedaron por primera vez a la puerta de un cine para ver la película, él compró las entradas y esperó pacientemente hasta que apareció justo después de cinco minutos desde el comienzo, así nos evitamos los anuncios, dijo a modo de justificación y se metieron en aquel universo de pantalla inmensa y olor a palomitas.

Nunca logró recordar la película que vio, realmente no la vio, porque en el momento en que se apagaron las luces, una mano de Verónica se deslizó sigilosamente hasta que encontró lo que estaba buscando y allí se quedó de manera permanente para sorpresa de él primero y desasosiego después, como si su mano fuera independiente del resto del cuerpo, de vez en cuando ella le miraba y le sonreía, él no acertaba siquiera a mentir una sonrisa.

© 2009 jjb

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