martes, 20 de octubre de 2009

Veronica /19

Verónica pasó de su sitio frente a él al banco junto a él. Sus manos se volvieron huéspedes y de nada sirvieron sus apelaciones al qué dirán para que ella utilizara sus armas de manera efectiva y rotunda.

Nada le importaba que miraran, nada que los camareros se dieran codazos cómplices, de nada valía que él le dijera que por favor, que en aquel sitio no. Tú lo elegiste y tú sabías qué ocurriría. Nada ponía coto a su forma de actuar, ni siquiera los convencimientos que él tenía antes de que comenzara aquella conversación en terreno de paz y que llevaba todas las trazas de convertirse en zona de guerra, todos y cada uno de los razonables y sesudos principios se habían caído sin saber ni cómo ni por qué.

Sólo se le ocurrió una cosa, ¿y si nos vamos a nuestro banco?, ¿y perder la oportunidad de escandalizar a todos estos loros?, ni de broma, y allí siguió hasta que ella quiso cuando ella quiso. Jamás creyó demasiado en sus convicciones, pero allí, en aquel momento, supo que carecía de ellas y que estaba vendido a las convicciones que ella quisiera tener.

Un rápido adiós, un te llamaré, una huida en la noche por las estrechas calles de aquel barrio que tanto le gustaba, un reproche, una ilusión, un volver a empezar sin ninguna razón para volver a hacerlo, la desolación y de nuevo el caos ordenado, la reconstrucción a sabiendas que se iba a desmoronar el edificio en el momento que ella quisiera, pero ya estaba cansado, con las fuerzas justas para llegar a aquel banco refugio testigo de su impotencia y de su desolación.

Allí sospechó que la noche cambiaba la forma de vivir de las personas, que las horas marcaban la rutina del banco y que ella marcaba los tiempos y las pausas de la vida. No creía en nada, sólo en que ella podría hacer con él lo que quisiera y era consciente que ella lo sabía y lo utilizaba. Ella podía mover montañas, personas y cosas, pero sobre todo era el hilo que le movía a él por primera vez, por sorpresa, por equivocación.

Y qué era lo que le había llevado a eso, él lo sabía, no era tonto. Él mismo había utilizado aquella técnica, el desdén, sólo eso, si le hubiera hecho caso, si hubiera bebido en sus manos, si le hubiera seguido en su guión, ella sería ya un recuerdo más, pero le había dosificado los desencuentros, no le había hecho el más mínimo caso. El desdén, el mayor factor de atracción cuando las historias de amor recientes se empiezan a desarrollar. El desdén, el asomar y no seguir, el desaparecer, el no valorarle. Si ella se hubiera vuelto loca por él la despreciaría, al despreciarle, no podía estar sin ella.

Era tan básico y tan previsible, un comportamiento tan humano como despreciable y él había entrado en ese juego sin haberse dado cuenta, y ahora no tenía ya solución, pero tenía que buscar una vía, porque ya estaba loco por ella.

Se fue de la plaza y durante algunos días se ausentó del mundo, dejó de pensar y sólo se dedicó a sus cosas, se fue con sus amigos, bebió y bebió, buscaba evadirse de sí mismo y siempre se encontraba, siempre volvía al mismo sitio

Después de noches locas, después de días sin fin, de sequedad de garganta y dolores de cabeza, después de darse cuenta que suicidarse tan despacio carecía de sentido volvió a las viejas prácticas, volvió a Serrat y a Neruda, volvió a Lola y a la esperanza, volvió a la sensatez y al aburrimiento.

Lola le volvió a acoger sin preguntas, sin condiciones, lavando las heridas y haciendo terapia casera de futuro, jamás una mujer calló tanto ni un hombre fue tan canalla tantas veces, tantas ocasiones pidiendo árnica después de las batallas perdidas, perdiendo todas y no ganando ninguna.

Pero algo había cambiado, esta vez tenía necesidad inminente de contarle a alguien lo que le pasaba, de compartirlo, y había elegido a Lola porque era la única persona del mundo que conocía con una generosidad desmesurada, un hombro amigo, un silencio como respuesta a todo, aceptar lo que no le dicen y asumir las consecuencias, nadie le había querido tanto sin pedir nada a cambio.

© 2009 jjb

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