lunes, 5 de octubre de 2009

Verónica /9

Por fin lo encontró, sabia que estaba allí pero no sabia ni donde ni que era, pero estaba seguro de que existía, estaba escondido entre sus poemas, eran todos bellos, pero el tenia la tendencia a buscar uno al que consideraba adecuado, como si la poesía fuera adecuada o útil, rentable o eficiente, pero eso creía y sobre todo en eso confiaba porque se le estaban acabando las razones para sobrevivir y eso era la antesala para empezar a buscar razones para vivir, si, quizás lejos de la búsqueda de razones para morir, pero muy cerca del abismo, pero el caso es que lo encontró, y como siempre disfruto frugalmente de su descubrimiento y se pregunto por que el poeta adivinaba sus sentimientos, y como siempre no paraba de repetir aquellas palabras como si fuera un conjuro, “para que nada nos separe que nada nos una”, ese era su refugio, ese era el lugar donde esconderse de tanta y tanta desazón, de miedos, de desencuentros, de infelicidad, de deseos no realizados, de ansiedad.

“Para que nada nos separe que nada nos una” y aun repitiéndolo una y otra vez seguía esperando verla al doblar una esquina, al enfilar una calle, al entrar en una tienda, al despertarse, también, solo veces, mientras dormía, en lo mas profundo, pensaba en que esa era la excusa, pensaba que ese podía ser el refugio ante tanto deseo desplegado no correspondido.

Poco le valió el refugio, poco le duraron las excusas, poco le sirvió el placebo, quería verla, estaba loco por ello y unas palabras no podían paliar su deseo, era consciente que era imposible, era conocedor que nada sabia de ella, ni siquiera su nombre, y estaba loco por conocerla, por saber como era, por intentar relacionarse con ella, por entrar en su vida, o mejor, que ella entrara en la suya, y seguía castigándose en su refugio aunque ya no fuera un refugio amigo, aunque ya carecía de sentido, y pensó, debo ser frío, calculador, pensar en la lógica de todo este desatino, de este lío, y así, estando ajeno a la pasión podría ver la realidad, y tampoco, no veía nada, solo quería verla y sus deseos no se conciliaban con la realidad, y desesperaba por ella, aunque debería haberlo hecho por si mismo, por su salud, por su alrededor, por las mujeres que no le pedían explicaciones y a las que había abandonado por una posibilidad imposible, por una esperanza vana, por nada.


Estaba ahí sin estar, lejos de cualquier posibilidad razonable, lejos de todo, ajena a sus sentimientos, remota, fuera de todo lugar, y el sin embargo la sentía tan cerca, tan próxima, tan inmediata, pero la derivada de hecho, la realidad, era un no, no, no estaba allí, nunca estaría allí, no podría conocerla.

Jamás sabría nada de ella, y so le estaba matando, le estaba consumiendo poco a poco, cada vez más deprisa. Sin causa ni razón, sin lógica, ni seso, si, pero así era, pobre. Y ella era inconsciente de todo, ajena a eso, ausente de todo, pero el seguía erre que erre.

Acepto el destino, y se dedico a lo cotidiano, buscaba un trabajo, follaba con ellas, sus dos constantes, no hacia de menos a otras propuestas, pero seguía refugiado en su excusa, en su liberación, era un pequeño bastardo, pero era su justificación, y seguía obsesionado por ella, buscándola, pretendiondola, siguiendo su curso con escaso éxito, con nulos resultados, con renovadas ganas.

De su cambio de actitud solo quedo una cosa, sus ganas de volver a aquel banco, y allá volvía, tarde tras tarde, esperando nada, yo que se, nada, y teniendo el mismo resultado cada tarde, nada de nada, solo las mismas caras, los mismos resultados inútiles, nada, ella no aparecía.

© 2009 jjb

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