viernes, 16 de octubre de 2009

Verónica /17

Volvieron a pasar días, volvieron a pasar semanas, meses quizás. Lola por primera vez le llamó preocupada, le extrañaba que hiciera tanto que no le llamara, ¿te pasa algo?, no Lola, es sólo una mala época. En el trabajo le notaron raro, pero iba sacando a duras penas las cosas adelante, volvió a sus fuentes, leyó al poeta, descubrió de nuevo que le retrataba y adoptó aquellas bellas palabras como letanía que repetía a todas horas, en cualquier momento.

“Amor, cuántos caminos hasta llegar a un beso, ¡qué soledad errante hasta tu compañía!”

Pensaba que se había inspirado en él para componer aquellas joyas, olvidaba que el amor es eterno, como lo es la magia de los poetas y la soledad de los enamorados no correspondidos, olvidaba que las palabras son sólo el reflejo de un estado de ánimo de alguien que sabe colocarlas en su debido lugar a su justo tiempo, buscaba medicina y sólo encontraba el efecto placebo de saber que alguien había pasado ya por el camino que él ahora recorría.

Tentado estuvo de llamarla a su empresa, pero no quería tener otro desaire esta vez más directo, llevaba el teléfono en su bolsillo y de noche lo miraba como si fuera lo único que poseía de ella, acabó aprendiéndoselo de memoria y cuando lo hizo fue consciente de la cantidad de tonterías que se pueden hacer cuando estás loco por una mujer.

“Amor, cuántos caminos hasta llegar a un beso, ¡qué soledad errante hasta tu compañía!”

Dale que te pego, repitiendo insistentemente aquel rezo, aquel conjuro y buscando otra vez más los mismos lugares, cliente habitual del Oba Oba le rogaba el camarero que no tomara más caipìroskas, que ya tenía demasiadas en el cuerpo, preguntaba por ella y nadie le sabía decir, la última vez que la vieron fue con él y cuando lo repetía por décima vez le decían que no bebiera más también los músicos, los amigos de los músicos y los clientes habituales del local.

Al día siguiente, con una tremenda resaca que le daba la impresión que le iba a explotar la cabeza y la garganta seca como si hubiera atravesado diez desiertos, se iba al banco de la Plaza de Oriente a pasar la resaca en un escenario no alcohólico y ecológicamente saludable, pero ella seguía sin aparecer por ningún lado.

Lola le volvió a llamar y quedaron un día, esta vez lloró en su hombro sin decirle lo que le pasaba y sin que ella le preguntara lo mas mínimo, fueron horas de llanto silencioso que acabaron en la cama y en el refugio de su abrazo sin pedir explicaciones. Aquella medicina tenía efecto inmediato pero no muy duradero y al poco tiempo volvía otra vez a sumergirse en su profunda tristeza y su desasosiego, pero ella no daba señales de vida.

Poco a poco, muy despacio, volvió la rutina del aburrimiento, volvió a importarle el trabajo, a quedar con Lola como si su relación fuera de noviazgo, a pensar menos en Verónica y más en sí mismo, a frecuentar a Julia en horas perdidas, irse de juerga con sus amigos y en definitiva en volver a ser el canalla que solía ser antes de convertirse en un triste fantasma, en un alma en pena errante de su ansiedad a su estulticia, en un pobre muñeco en manos del desdén de una desconocida.

Y se volvió a acostumbrar a él y a disfrutarlo, la rutina despeja dudas y evita controversias, no hace pensar y mecaniza los sentimientos, evita el tener grandes pasiones pero también grandes disgustos, la rutina minimiza todo y evita el dolor, aunque mitiga las alegrías.

Estaba ya instalado en su vida anodina, estaba ya consolidando su relación con Lola y acondicionando su vida para que no fuera una sucesión de situaciones previstas y asumidas, cuando un día como cualquier otro, después de una interminable reunión en la que llegaron al final a las mismas conclusiones que tenían al principio, con un dolor de cabeza en ciernes, a la vuelta a su mesa, encontró un papel que borraba de un plumazo todas las convicciones y certezas, los protocolos de actuación y la nueva sintonía, que alejaba el sentido común y lo razonable, ese papel escrito a mano por la telefonista rezaba así:

Te ha llamado Verónica Martín de Arthur Andersen, que la llames

© 2009 jjb

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