lunes, 2 de noviembre de 2009

Verónica /28

No sabía qué hacer, no sabía qué pensar, no sabía cómo actuar. Venciendo sus dudas, salvando sus reticencias, franqueó el camino que le separaba del portal, oteó por dónde se iba Verónica, subió en el ascensor y llamó a la puerta de Lola que le abrió con una sonrisa, con su eterna sonrisa.

Estaba tenso, Lola lo sabía y también estaba tensa. No tardó en decirlo, la he visto, era Verónica, ¿Qué tienes con ella?, cálmate, estás muy nervioso, Verónica es mi amiga, fuimos compañeras en la Facultad, fuimos cómplices de mil historias, es Verónica mi amiga, nada más.

Tenía que medir sus palabras, milimetrar cada frase, dosificar los adjetivos, pero estaba furioso, tenía ganas de culpabilidades y culpables, quería saber más de lo posible y lo razonable, quería sangre y no explicaciones.

No estés así, hablemos, intentaba razonar Lola sin ningún éxito, ¿Qué tenemos que hablar?, tú me tienes que explicar quién es Verónica, tú, no yo, pero razona, tú también la conoces, ambos la conocemos, yo no tengo nada que ocultar, jamás te he preguntado nada, jamás me has contado nada, hablemos, simplemente, cálmate y hablemos.

Vale, vale, ya estoy calmado, ¿te parece bien así de calmado?, ¿sí?, y no estaba calmado, lo cierto es cada vez estaba más alterado, le delataba su tono de voz, su expresión, su cara congestionada por la ira, todo, cuéntamelo, dímelo.

No valieron de mucho las palabras de sosiego de Lola que más que un bálsamo eran un estímulo para que se irritara más y más, hasta límites intolerables, hasta proporciones desconocidas en él. Justo en ese punto donde ya iba a cruzar el límite de lo aceptable, Lola se levantó, le dijo que así no se podía hablar con él y se fue a su habitación cerrando por dentro.

Él se quedó allí con su ira y sorprendentemente a pesar de su excitación pensaba que la habitación tenía un candado y no se había dado cuenta hasta ahora que había intentando abrir la puerta preso de su furia, ¿para qué tendría candado si vivía sola?, bueno es igual, y poco a poco fue recomponiendo su impostura, se sirvió un licor de hierbas, que nunca probaba pero cuya botella estaba visiblemente saliente en la estantería del mueble, su sabor dulce le empalagaba, pero el alcohol hacía su primer efecto relajante que necesitaba.

Calmado, relajado y un poco afectado por el alcohol volvió a la puerta de la habitación y con el mejor tono que pudo mintió unas excusas, perdóname Lola, no sabía lo que decía, estaba muy nervioso, ya estoy bien, sal por favor y hablemos. Lola se había cambiado de ropa y llevaba puesta una larga túnica que se ceñía a su cuerpo y remarcaba sus formas, Lola tenía un cuerpo especialmente bello y no sólo lo sabían los demás, ella también sabía cómo remarcarlo, acentuando partes y mitigando otras.

Su mirada era serena, su voz firme, vamos al salón Atila, y él rió sinceramente la ocurrencia. Se sentaron, se miraron, y Lola empezó a hablar, mira, sé que esto no te va a gustar y sabes que en mi carácter no entra el juzgar a nadie, ni siquiera a mí misma, me acepto como soy y acepto a los demás como son o los evito, pero jamás pido justificaciones, jamás intento cambiar a las personas, jamás hago juicios de valor, pero posiblemente mereces una explicación que no soy yo quien debería dartela, pero que sé que si no te la doy yo, nadie te la dará.

Él pasaba de la estupefacción al balbuceo, no sabía si estar más sorprendido por lo que estaba oyendo o porque Lola jamás había articulado una frase con más de seis palabras pero su expectación era tan grande que no perdía ni una sílaba, ni un gesto, ni un ademán de manos, nada, no quería perderse nada.

Y pasada la larga introducción inicial Lola empezó a entrar en harina.

© 2009 jjb

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