miércoles, 7 de octubre de 2009

Verónica /11

Paso la noche y paso la mañana consumidas lentamente en el insomnio y la rutina, dos horas antes de que llegara la hora ya estaba sentado en aquel banco con cara de que no iba a llegar porque vivía en la absoluta certeza que no vendría, estaba totalmente convencido de ello, pero esta vez no con esa convicción que vale para que después cuando las cosas salen bien nos alegremos doblemente, esta vez estaba seguro, no era ningún subterfugio.

En un momento determinado, después de tantas horas con lo mismo, asumiendo que no vendría, le dio por pensar en el, en revisar su vida y sus alrededores.

Siempre había hecho lo que le habían dicho, siempre se había comportado correctamente y cuando no lo había hecho había sabido tener la pericia o la picardía necesaria para evitar que le reclamaran o le afearan su conducta, tenia una merecida fama de buen chico y eso le proporcionaba el colchón necesario para hacer lo que quisiera con ciertos limites, pero con amplias posibilidades.

El sabia que ser un buen chico muchas veces era confundido con ser tonto, Pero tampoco le importaba, ser un buen chico era una forma amable de ser un mediocre, no brillaba como algún compañero ni era celebre por su impostura como algunos otros más.

Se movía tranquilo en es amplio terreno de la mediocridad que es tan confortable que permite tolerar a los impostores e ignorar a los brillantes. Por eso nunca había tenido necesidades, ni nada que hubiera querido lo había dejado de conseguir con la ayuda del tiempo y de los subterfugios que iba coleccionando a lo largo de su vida.

Un capricho, unas vacaciones, una mujer, una salida nocturna con los amigos, jamás le habían dicho que no, y este no que no era un no pero que perseveraba en la negativa le estaba contrariando mucho, muchísimo.

Y con tantas vueltas a lo mismo llegó la hora, paso la hora y el continuo ya lo sabias no lograba conciliarle con el genero humano y tenia ganas de gritar, de gemir, de bramar, estaba loco por que llegara y la estaba maldiciendo porque sabia que tampoco aquel día iba a llegar.

Esta vez no quiso saber nada del poeta, no quiso nada de Serrat, ni siquiera se planteó mitigar sus mas bajas pasiones con sus dos fieles amantes, necesitaba el cariño que solo una mujer le podía dar, necesitaba esa vertiente de afecto, de ternura, de dulzura, afabilidad, sensibilidad, sosiego, sobre todo sosiego, el necesario para poder ver las cosas con cierta distancia y así poder intentar entenderlas, buscar una explicación a todo aquel caos de sentimientos que le estaba ocurriendo y que irremediablemente se repetía una y otra vez.

Lola no hizo preguntas, pero supo de inmediato que esta vez no venia con las intenciones de siempre, unos besos, unas risas, un poco de sexo rápido, un cigarro y un te llamo que jamás se producía antes de una o dos semanas.

No le importaba a Lola porque sabia que solo era para el una constante, un momento de parada en su actividad, un paréntesis, una secuencia distinta, pero ella esperaba que algún día las cosas cambiaran y si eso ocurría, cosa que consideraba bastante improbable, ella tenia que estar allí y si no le admitía su actual relación desaparecería de su vida de inmediato.

El carácter de Lola no era agresivo, no tenía subidas y bajadas de humor, era una mujer templada, firme pero acogedora, suave en sus palabras y tranquila en su vida. No planteaba problemas porque no le gustaban los problemas ni las grandes tragedias ni las grandes pasiones.

Sabia que el necesitaba ahora un hombro amable en donde refugiarse y llorar sus penas, y ella se lo ofreció con generosidad y abundancia, sin hacer preguntas, con una sonrisa, con una mano tendida que buscaba mas pero que jamás iba a presionar para conseguirlo ni mucho menos aprovechar la circunstancia de la fragilidad de el.

Y él primero callo con un llanto seco, que no arrancaba, que estaba fuertemente asido a su interior y no quería salir y después exploto y le contó a ella lo que había ocurrido y sentimientos que estaban ahí y que el ni siquiera había notado hasta contárselos, y según le iba contando iba entrando en una situación cada vez mas aguda de paz interior, Lola no articulaba palabra, le limpiaba las lagrimas, le acariciaba la cara, le miraba con la profundidad del mar, asentía, bajaba la cabeza, le abrazaba pero no dijo una sola palabra ni mostró ninguno gesto de disgusto o de alegría, era su confesora y era la mejor confesora del mundo, le había absuelto antes de que ocurrieran sus pecados, antes de oírlos, antes de imaginarlos, y el encontraba allí el refugio que tanto necesitaba y, a veces, algunas respuestas a sus muchas preguntas.

© 2009 jjb

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Ay que bueno ese hombro amigo que siempre está ahí...aún cuando tu ni siquieras te das cuenta...el hombro que se deja empapar de lágrimas y que nunca te juzga ,solo te apoya y te acoje,me gustan los hombros amigos...