viernes, 24 de abril de 2009

Nueremberg /y 30

Según iba avanzando el viaje, más iba avanzando la conversación, más terreno iba ganando en aquella estrategia que tan buenos resultados le había dado y que ahora engrasaba adecuadamente en su versión internacional. Cuanto más hablaban más contento estaba de haberla conocido, más sobrado se encontraba. Con discreción de portero de prostíbulo observaba las formas de aquella Venus teutona y cada vez le gustaba más lo que veía. Estaba tan dentro de su papel que ya pensaba cuando le contara a sus amigos el regalo que se había traído de Nueremberg y cómo le iban a envidiar, con esa envidia insana que no se disimula.

Ana logro aislarse de la alemana, que aburrida de que Ana no hiciera el más mínimo esfuerzo para entenderla había atacado a otra abuelita alemana que estaba sentada unos asientos más adelante. Y entonces Ana se percató, su tesoro, se le había ido el santo al cielo, abrió con parsimonia el bolso y sacó aquella caja primorosamente envuelta con un precioso papel y sujeta con hilo blanco grueso, con un lazo como sólo los buenos pasteleros saben hacer. Lo abrió, sin prisa, deshaciendo los nudos para mantener el hilo, desdoblando el papel para que no se rompiera y por fin, abriendo la caja y viendo su botín: allí había por lo menos docena y medía de baclavas que Dalponti había llevado a la fiesta en el último momento y que ella había robado sin que ninguno de sus compañeros, ocupados más en la bebida que en la comida, se hubiera dado cuenta. Y allí estaban aquellos dulces que tantos recuerdos le traían, que tan dulces momentos le recordaban.

Ania apenas conocía nada de España, y parecía encantada con aquel joven español que a diferencia de lo que decían todas sus amigas no era bajito y con patillas y que además hablaba inglés, otra de las cosas que le habían dicho que no encontraría, un español que hablara razonablemente inglés. Además demostraba un gran conocimiento de Madrid y, lo que era más importante, de los sitios que estaban de moda, lo que le hubiera costado a ella meses en encontrar. Había química entre los dos y él sabía perfectamente crear la situación de dependencia afectiva necesaria para llevarla directamente a la posición horizontal y en este caso concreto, mantener esa postura durante tres meses; aunque no le gustaban las historias largas, por aquella mujer podría intentar sacrificarse tres meses.

Pensó guardarlos todos hasta llegar, pero qué narices, uno de celebración, y cogió con delicadeza uno de aquellos tesoros, mordisqueó un fisquito, como decía ella, una porción mínima de aquel tesoro y aquello fue el detonante de noches, de manos, de paseos, de murallas, del frío de la noche y el calor de aquel restaurante, de taxis y taxistas y más paseos y más manos entrelazadas, de aquel beso en el parque y de esa noche y con sólo pensar en ella volvían a ponerse en tensión todos los mecanismos de placer, le entraba una sensibilidad extrema y despertaban zonas erógenas desconocidas en cualquier pliegue de su piel. Aquella noche, dios mío, aquella noche.

Al primer sitio donde te voy a llevar es a Tímpano, es una discoteca a la que sólo dejan entrar a personas seleccionadas y que siempre está llena, después tenemos que ir a las terrazas de la Castellana, es increíble, te va a encantar, cierran a las cuatro de la mañana y de allí iremos a un garito cerca de la puerta Alcalá, que tiene un negro altísimo de portero y que te dan lentejas hasta las nueve de la mañana. Y cuándo dormís, preguntaba ella, Madrid no duerme, siempre hay gente en la calle, siempre hay un sitio abierto. No lo puedo creer. Lo que si te va a gustar es el Joy Eslava, un viejo teatro convertido en discoteca, te volverá loca.

Trocito a trocito iba saboreando el baclava, y trocito a trocito iba saboreando los recuerdos que se habían quedado atrapados en su despensa de inolvidables, que le harían feliz en momentos perdidos y con los años no sólo le harían feliz, sino más joven, transportándose a un lugar y a una época que era como la tierra prometida, el lugar donde los sueños inútiles, las locuras imposibles y las fantasías improbables, se podían hacer realidad sin forzarlas, sin sufrirlas, sin llorarlas. El lugar en donde se refugiaba cuando la tormenta arreciaba, cuando el aburrimiento se empezaba a convertir en depresión, en la tabla donde se agarraba cuando la tormenta destrozaba el barco y su vida naufragaba.

Jamás le volvió a ver, jamás lo intentó, jamás lo olvidó, y con el tiempo no sólo le recordó, sino que le creó de nuevo, le fabricó a su medida, le idealizó y convirtió a aquel canalla débil con ella, en el príncipe del cuento, el galán de la película, el capitán de las batallas justas ganadas, en otro que en poco o en nada se parecía a aquel que estaba volando por otros cielos, por otras rutas, por otros horizontes. Jamás le quiso contar a nadie nada, y el único signo externo visible, fue su desmesurada afición por los baclavas, que nadie sabía de dónde podía venir. El último mordisco a aquel placer de pequeño tamaño, también le trajo el sabor de un beso, un beso robado al sentido común y la razón.




© 2009 jjb


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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Preciosa historia de principio a fin.
Y mas vale un caja de dulces a nuestro lado que un canalla...Aunque ese canalla llene nuestra mente de los que quizás sean los únicos recuerdos que nos hagan sonreir.
Te felicito Icaria, escribes muy
bien.

Anónimo dijo...

FELICIDADES, por estos cuentos tan fantasticos, me encanto Nueremberg.
Esa Ana lanzada con ganas de aventuras, pero que guardo siempre en su corazon, saboreando su baclava, y Él en unos minutos, ya estaba pensando en una nueva conquista, hombres!!
Espero que me vuelvas a sorprender con el proximo, que estoy segura que asi sera.
beso

Anónimo dijo...

Lo bueno de releer algo, es que no solo vuelves a disfrutar de lo que tanto te gustó la primera vez, sino que descubres cosas que te habían pasado inadvertidas, palabras, sentimientos, momentos...un fisquito de cada.