lunes, 20 de abril de 2009

Nueremberg /26

Intentaba poder centrar su pensamiento, lograr que su mente funcionara a la velocidad adecuada, entender lo que estaba ocurriendo, pero no estaba el horno para bollos, y la velocidad de crucero de su cerebro apenas le permitía procesar tres datos.

Ana estaba delante de la cama, en jarras, con una sonrisa que no auguraba nada bueno, él la miraba con una patética cara a mitad de camino entre la estupefacción y el miedo, y por algún motivo inexplicable sólo acertaba a decir Ana yo, como una letanía, como un rezo, como una oración que hiciera el exorcismo necesario. No estaba claro si aquello era disculpa o ruego, si lo decía para pedir indulgencia o ayuda, el caso es que él decía aquello, mientras Ana sólo dijo unas pocas palabras, ya hemos hablado mucho, sobran las palabras, y le agarró de la camisa medio abrochada y le atrajo hacia sí. El seguía repitiendo aquella cantinela, mientras ella, con un dedo de la mano que le quedaba libre, le tapó la boca, él miraba y se dejaba hacer, mientras Ana le había desabrochado ya la camisa y había empezado un abrazo que en él, a pesar de todas las cosechas de alcohol que corrían por sus venas y embotaban su cerebro, produjo un efecto mayor que varios litros de café y muchas horas de sueño. La abrazó, en un abrazo de pasión y deseo, quería decir algo, pero no sabía qué.

En ese efluvio alcohólico que le inhibía, lograba percibir el cuerpo de Ana que en todo su esplendor rozaba el suyo, aquel cuerpo que había querido respetar, y que ahora producía reacciones cercanas al pecado. De nuevo le vino a la cabeza aquel silogismo que tenia instalado, debía respetarla si realmente quería algo de futuro con ella, y rompió aquel instante de deseo y silencio, Ana yo quiero respetarte, no sé si hacemos bien, Ana yo…, si realmente me respetas, demuéstramelo aquí y ahora, soy una mujer y tu eres un hombre, nos deseamos, y estamos aquí, tu y yo, ambos deseamos lo mismo ¿Qué te pasa?, ¿no quieres o no puedes?, eso se lo dijo mirándole a los ojos, y aquello tuvo el efecto del bálsamo de Fierabrás, aquello era un misil dirigido directamente a una de las partes mas sensibles de un joven en celo, su masculinidad, su hombría, su valor testicular, aquello recompuso neuronas y trasladó hormonas, aquello le hizo callar y oír y entregarse a Ana con ganas, como hubiera hecho con otra que no hubiera sido Ana.

Le abrazó, y ya no hubo respetos que valieran, eran un hombre y una mujer en una habitación y allí no había más reglas que las que ellos quisieran imponer y ninguno de los dos tenia la mas mínima intención en aquel momento de limitar su libertad. Querían placer, y él, apartado aquel componente de respeto en el que se había instalado hasta ese momento, se había convertido en lo que era, un joven con una fogosidad extrema, al que su promiscuidad le había permitido la experiencia necesaria para ser un buen amante, y ella, que tenia solo en su haber la llamada de la selva, esa necesidad universal que los humanos, y mas concretamente las humanas de aquel tiempo, trataban de ahogar por motivos morales, religiosos o familiares, había dejado todas aquellas zarandajas a la puerta de la habitación y quería solo la felicidad física, quería lujuria, abyección, bajeza, degradación, fango, ignominia, impureza, vileza, desenfreno, deshonestidad, impudicia, indecencia, inmoralidad, libertinaje, liviandad, sensualidad, quería eso y todos sus sinónimos, y los sinónimos de los sinónimos, y todas las vertientes de todas las palabras que delataran esa atracción volcánica que sentía hacia él.

El tomó la iniciativa por primera vez, y sus manos hábiles buscaron los lugares del placer de Ana, activaron los centros de producción de gozo, hicieron que Ana sintiera el placer y ambos lo compartieran. Sus manos recorrían el cuerpo de Ana con la habilidad del cirujano y la paciencia del relojero, yendo despacio para desatar aún más deseo y placer, besándola profundamente mientras sus manos le exploraban, recorriendo su cuerpo con su boca, haciéndole encontrar a Ana placeres inesperados y localizaciones inéditas, haciendo en ella que cada poro de su piel estuviera vivo y atento a cualquier llamada de las manos de él.


Poco a poco, aquellos prolegómenos se perdieron en la cama y dieron paso a la posición horizontal, y los dos estaban entregados a aquel viejo juego, y los dos vieron el cielo cuando él empezó a poseerla y ella sintió acercarse el placer infinito y, sin poder evitarlo, como nunca antes le había ocurrido, empezó a gritar de placer , en un grito intermitente, desgarrado, expresivo, sensual, brutal, definitivo, Ana por favor, nos pueden oír, y continuaba poseyéndola aun con más ganas, Ana por favor, y Ana no podía evitar su tremendo placer con aquellos gritos que no podía controlar y que iban in crescendo, Ana nos oirán todos en el hotel, pero a pesar de que quería que callase, quería que siguiese, aumentando su excitación y la cadencia, Ana se había instalado en aquel lugar tan cercano al paraíso y ambos estaban probando el alimento del cielo, sudando, y olvidando todo lo que no fuera el placer, el momento.


Los gritos de Ana, aquella pareja haciendo el amor con fuerza, casi con violencia, auguraban que Ana estaba muy próxima al delirio, y él, que alternaba entre la entrega y la solicitud de silencio, seguía poseyéndola y seguía excitándose con los gritos en una fase final que ambos recordarían siempre.


© 2009 jjb

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