jueves, 30 de abril de 2009

Camino /2

Camino amaba los libros, mas allá de su lectura entendía como muchos otros que el hecho de leer no es sólo interpretar el texto, es también un rito, una liturgia, que pasa por el tacto del papel, su olor, una postura, un momento, el texto y lo que ese texto puede significar en tu mundo, en tu vida. No es lo mismo leer un libro que leer un fichero de un ordenador, no es peor ni mejor, es otra cosa, leer es un acto íntimo propio del que lee y que necesita de elementos para conformarlo. Ella amaba los libros, como objetos, como nexo de unión del conocimiento, como parte de su imaginario personal. Y allí estaban libros que prometían ser muy antiguos, muy diferentes a los que estaban en las estanterías de su ciudad o en la biblioteca que visitaba con asiduidad.

Se acercó, se puso en cuclillas y tomó el primer libro de aquel montón, era un Amadis de Gaula antiguo, bastante antiguo, pero contemporáneo. Solo lo hojeó, le gustaba el tacto, y la sensación que le producía tenía que ver con recuerdos de la infancia, compartir con otras manos que antes lo hubieran ojeado, que antes lo hubieran leído. Cogió otro del montón, era la Antología de la nueva poesía española, que ella recordaba haber leído, pero en quizás en otra edición mas reciente. Aquella obra de José Luis Cano era de una edición de 1963, publicada por Gredos. Pocos o muy pocos son los que leen poesía, menos los que compran libros si no es por motivos de estudio, obligados por un profesor de literatura o para buscar inspiración cuando necesitan conjugar el idioma del amor, Camino era una de esas contadas personas, cierto es que comprar no compraba muchos libros, pero sí le gustaba leerlos en la biblioteca y descubrir sus fichas casi vírgenes de lectores que le producía una profunda tristeza.

Aquel libro estaba viejo, ajado por el tiempo, quizás por el uso, con esa pátina que solo tienen aquellas cosas que tienen la prueba del tiempo. Quizá por ese carácter de desvalido, de objeto roto, de objeto usado, de ser el último libro que compraría cualquiera, aquel libro le atrajo, y por un impulso que no logró entender en aquel momento, preguntó cuánto costaba, y ante la sorpresa de la dependiente que por primera vez oía preguntar por aquel cúmulo de polvo en forma de libro que tanto le disgustaba, le pareció un precio razonable y lo compró.

Camino salió de la tienda olvidando sus abanicos con una sonrisa pintada en la cara y creyendo que sólo por aquello que ella consideraba una joya y que llevaba debajo del brazo envuelto en el peor papel de envolver que había en aquella tienda, aquel viaje al paraíso merecía la pena. Pero allí seguían las calles del barrio viejo, los patios de las casas que eran verdaderos monumentos en miniatura, la reducción del arte en forma de sombra, de flores de agua y ese ambiente que le envolvía y le amparaba calle arriba, perdida entre las sombras del pasado y la felicidad del momento, contradictoria por ser feliz de saberse feliz y con ganas de contárselo a alguien y de no decir nunca aquel secreto menor para no compartirlo.

Una terraza al aire libre, un refresco, el sabor de la sombra en Córdoba, una mirada circundante y sus manos abriendo aquel paquete que envolvía su joya, su tesoro cordobés, interrumpida por la llegada del camarero que en su andaluz cordobés cerrado, sin apenas vocales, le ofrece raciones, pinchos, con nombres atractivos para un estómago que ya va necesitando un poco de combustible.

Camino mira su reloj y calcula en muy poco tiempo, que no es el momento de comer nada a pesar de que tenga ganas, han quedado los compañeros para comer juntos y la verdad, no quiere perderse la comida de ese restaurante que recuerda de otros años y que tan buenas sensaciones le provoca, a pesar de su apetito inmediato. No me traiga nada, muchas gracias, y aquel camarero se va farfullando palabras ininteligibles, posiblemente ofensivas, pero si algo tiene Camino claro es que nada ni nadie le va a estropear aquel día, ni camareros, ni eventos meteorológicos, ni cualquier elemento de la naturaleza, estaba contenta y así quería seguir todo lo que quedaba del día.


© 2009 jjb

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1 comentario:

Anónimo dijo...

En mi ciudad todos los años se celebra la feria del libro viejo y de ocasión. Me imagino a Camino trasteando entra las casetas y acariciando los libros.
Me gusta tu cuento y me gusta tu Camino