miércoles, 1 de abril de 2009

Nueremberg /13

La casa de Dalponti era una construcción unifamiliar, de dos plantas, dentro de una urbanización de casas idénticas con muchísima proximidad entre unas y otras, en un pequeño pueblo que había crecido demasiado, en las afueras de Nueremberg, es el mismo modelo de otras ciudades europeas de distintos países, el mismo que existiría en España unas décadas después. Al llegar vieron a un vecino arreglando sus flores, y un niño jugando a la pelota, según Dalponti era un pequeño asesino nazi, con cara de pequeño asesino nazi, lo cual escandalizó a buena parte del grupo, realmente a todos menos a Ana, pero porque no le entendió, ese niño le había roto dos veces los cristales, una vez el cierre del garaje, y una múltiple lista de infamias menores de las que posiblemente aquel rubio niño con cara de travieso no fuera culpable ni de la mitad, pero llamaba la atención que Dalponti se refiriera a los nazis, de los que nadie hablaba allí en Alemania, con toda naturalidad, y tan mal, de Mussolini no decía nada, ni nadie le preguntó.

Su esposa, Julia, había arreglado la casa como si fueran a venir a una inspección de sanidad y daba gusto ver aquella casa en perfecto estado de revista, como los chorros del oro. A pesar de lo heterogéneo del grupo una amplia sonrisa y un sonoro Hola en español fue su saludo, todos le entendieron, y todos respondieron en español, besó a Ana, y para sorpresa de todos, le besó a él, al que su marido le había debido definir con precisión, porque acertó a la primera, a los demás les tendió la mano, con unos gestos que se veía perfectamente que habían sido estudiados y aprobados por la familia antes de la visita.


Los españoles besan sin problema en la mejilla a desconocidos con independencia del sexo, pero en muchos países el contacto está o mal visto, o simplemente no aceptado, en algunas ocasiones hasta chocar la mano no es una costumbre habitual, esto que al principio le costaba aceptar, fue con el tiempo una de las cosas que él asumió y que cuidaba con escrupulosa atención porque la opinión de otras personas podía formarse en base a un gesto inadecuado.

Pasaron al comedor, en donde ya estaban preparados algunos platos con comida, alemana y española, una atractiva tortilla de patata, un codillo asado al gusto alemán, chucrut, salchichas de distintos tipos y tamaños, y directamente pasaron a sentarse, y tras unas brevísimas dudas sobre la colocación en la mesa, se sentaron y empezaron a degustar aquellos manjares, Dalponti había comprado un barril de cerveza y su grifo, y no paraba de escanciar cerveza en aquellos vasos enormes tan típicos de Baviera, la cerveza no estaba muy fría, pero nadie decía nada, y los españoles ya lo aceptaban resignadamente.

Fue muy agradable, la esposa de Dalponti no paraba de traer cosas, sus hijas pequeñas, miraban asombrados a aquellos extraños que hablaban distinto, salvo Dalponti que hablaba inglés, en aquella casa sólo se hablaba alemán, español e italiano, las niñas perfectamente los tres, y los mayores sólo hablaban bien cada uno el suyo, y con los años ya ni el propio, por la mezcla de idiomas y la falta de actualización.

La comida estaba exquisita, el ambiente era bueno, aunque estaban solos en la casa porque los anfitriones estaban demasiado ocupados en proveerles como para poder atenderles, la única que estaba encantada por poder entenderse con alguien distinto era Ana, que se había apropiado de las dos hijas pequeñas, las tres estaban encantadas jugando y cantando canciones infantiles españolas, Ana estaba en su salsa, las niñas oían otra vez sus canciones de cuna en una voz distinta a la de su madre, con una acento muy distinto al que estaban acostumbradas a oír.




© 2009 jjb

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