miércoles, 15 de abril de 2009

Nueremberg /23

Ayer estuvo bien la fiesta, ¿verdad?, Ana tenía un carácter calmado, pero podía ser explosivo en un momento en el que le tocaran las narices, o ella pensara que lo hacían, pero había aprendido hace tiempo a temperarlo, a contar hasta cinco, e incluso hasta diez, y ésta era una de esas ocasiones. Un anodino sí, solucionó un problema de cuantas y carácter, y con todas sus ganas se propuso olvidar aquel comienzo, he pensado mucho en lo que hablamos el otro día, yo también, y él dijo que entendía perfectamente que había que vivir al día, que entendía con absoluta claridad que ella aún estuviera viviendo los efectos secundarios de una relación que se le había hecho monótona, que comprendía que sus pasos les habían llevado poco a poco a una atracción que era real y certera, pero que él seguía sintiendo por ella algo más que atracción, algo más que deseo, que creía que estaba enamorándose de ella, con una fuerza que desconocía, de una forma que nunca había sentido.

Ana le miraba y no lograba ponerse en situación, le habían contado mil y una vez que los hombres sólo pensaban en lo mismo, que su única motivación era llevarlas a la cama, abusar de ellas, y una vez que obtenían lo que querían, las abandonaban, incluso a veces sin hacerse cargo de los resultados de aquella experiencia, y ella, que precisamente quería que aquel garañón, que hiciera lo que estaba previsto que hiciera, que se comportara como un asqueroso hombre sin principios, como un joven desatado por las fuerzas de la naturaleza como estaba ella, para una vez que sacaba los pies del tiesto, le salía un romántico, sinceramente le apreciaba, era buena gente, pero si no fuera por aquello, pensaría, quizás lo pensara en lo más profundo de sí, que era tonto, o bobo, o ciego, se estaba ofreciendo sin condiciones, se estaba entregando como ninguna mujer de su época se atrevería hacer, y él le decía lo bello que era el amor.

Pero de nuevo salió su parte práctica, quizás no se lo había sabido explicar de manera adecuada, quizás él, que era inteligente, o al menos eso suponía, no había captado el mensaje alto y claro que le había enviado. Por eso cambio su estrategia, por eso intentó de nuevo expresarle lo que realmente sentía.

Mira mi niño, dijo mientras cogía su mano, yo estoy saliendo de una relación que sabe de obligaciones, de madrugones, de horarios, de cumpleaños, de fútbol los domingos por la tarde, y fútbol los miércoles por la tarde, de padres y madres, de suegros, de comuniones en mayo, y besos contados, sexo milimetrado y obligatorio a ciertas horas, en ciertos sitios, vengo de una seguridad que tiene como precio el aburrimiento, y tiene como castigo que nadie te entienda, y estoy un poco cansada y sobre todo, no quiero volver a repetirla, te encontré a ti, y me gusta estar contigo, me encanta estar contigo, pero no quiero jurarte amor eterno, prometerte el resto de mi vida, sentarme contigo a calcular una hipoteca, cambiar los lugares y mantener las costumbres, no quiero reemplazar una obligación por otra, no quiero cambiar algo, para que todo siga igual. Quiero vivir el momento, no perder un segundo de estar contigo, compartir contigo todo, y darte a ti todo lo que tú quieras, y que me des todo lo que tú puedas, entiéndeme, no quiero perder ni un segundo de mi vida, quiero ser feliz y creo que tengo derecho a ello.

Claro que sí, él había asentido primero, y había bajado la cabeza después mientras ella estaba hablando, sí, estoy de acuerdo contigo, y yo tengo la misma idea, carpe diem, vive al día, disfruta del momento, porque mañana puedes ser el último, eso es, ella sintió que le había entendido, se acercó más y le besó, le besó con más ganas aún de las que ella pensaba, con todo el fuego que había ido acumulando en aquellos días en Nueremberg, en aquellos años de olvido y tedio, con la fuerza de sus pocos años y sus muchas necesidades, como una amante, como una esposa que acaba de recibir a su esposo que vuelve de las cruzadas tras veinte años de espera, como una mujer, con las hormonas locas y con cada uno de los poros de su piel sintiéndose cómplices de aquel beso que producía millones de efectos primarios y que les hacían sentir, a ambos, órganos de los que antes desconocían su existencia, sonidos que jamás habían oído antes y bombas en su interior que detonaban todos sus mecanismos de defensa y de actividad, un beso con aún más ganas y con aún más intención, un beso que duró más de lo imprevisto, más que lo deseable y mucho menos que el deseo que quedó vigente tras el tercer beso consecutivo, los viejos alemanes del parque miraban y sonreían sin escándalo ni sorpresa, a aquella joven pareja que estaba haciendo lo que ellos habían hecho antes probablemente en el mismo sitio, tras el tercer beso, y esa marca de un beso que ella le dejaba en los labios y que a él le volvía loco, quedaron mudos una eternidad de dos minutos y el dijo, yo te deseo, como no te puedes imaginar que se pueda desear a alguien, yo siento cuando te beso que el mundo esta a punto de pararse, o de girar más rápido, o yo que sé, porque tampoco me importa, porque yo lo que quiero es que ese beso dure mucho, que después de ese beso haya muchos más, que esto no sólo sea un momento, porque yo te estoy empezando a querer y quiero respetarte.

Dios mío, de nada había valido el sentido común, Ana se desesperaba, parecía que había captado el mensaje, fuerte y claro, y otra vez volvían a lo mismo, y cuantas más veces volvía a lo mismo, más le deseaba y menos ganas tenía de tener una relación estable con él.


© 2009 jjb

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