jueves, 2 de abril de 2009

Nueremberg /14

Por fin la esposa de Dalponti pudo sentarse, y lo hizo junto a Ana y a sus hijas, hablaban las cuatro ajenas a los hombres que se habían agrupado alrededor de Dalponti y discutían de fútbol, todos menos al que contrariamente al resto de la humanidad, en este caso europea, no le gustaba el fútbol. Por eso se apartó del grupo y fue al más pequeño, el de las mujeres, muchas gracias por todo, no tenias que haberte molestado, estaba todo buenísimo, y la tortilla, menudo regalo, gracias de verdad, no, que va, la alegría es mía, tener aquí a mis paisanos, y tú de Madrid, háblame de Madrid, ¿sigue abierto San Ginés?, ¿Celia Gámez está en el Eslava?, ¿hay muchos coches?, ¿es verdad que están haciendo aún más ciudades dormitorio en las afueras?, y allí estaba él contándole las novedades, contándole lo que ya sabía porque le habían contado sus hermanas, pero que ella quería oír de su joven paisano, le habló de las obras, de la operación asfalto, de los atascos, de aquellas cosas que eran nuevas, y de aquellas otras que eran antiguas, pero ni ella le preguntó, ni él le dijo nada de Franco, ni se su salud, ni de la ETA, ni de todas aquellas cosas que los de sus generaciones habían tenido como algo de lo que no se puede hablar, y que ellos cumplían.

Hace ya diez años que no voy, queremos, cuando las niñas sean mayores, irnos a vivir a Madrid, allí tengo a mi familia, y Enzo está de acuerdo, le gusta mucho España. Enzo, qué curioso, no habrían sabido ponerle nombre a Dalponti, que seguiría siéndolo de por vida, y con más razón, per
o de repente su esposa dio un grito en español, ¡Dios Mío!, ¡Enzo, los dulces!, y Dalponti, embarazado por la situación, reconoció su olvido, había comprado unos dulces en la mejor confitería de Nueremberg, y los había olvidado en el coche.

El paquete era grande, y cuando lo abrió aquello era espectacular, todos los pastelitos eran iguales, y para sorpresa de Ana eran del mismo tipo del que había comido en el restaurante húngaro. Todos se acercaron para coger sus pastelitos, y volvieron a su animada conversación futbolística con Dalponti, y allí se quedaron en torno a los dulces los que ya estaban, Ana se atrevió, y le dijo a la esposa de Dalponti, Julia, yo los he probado, son húngaros. El la miró con un cier
to aire de censura. No, no son húngaros, o sí, es una bella historia, que tiene mucho que ver con la historia de Europa, con nuestra historia.

Julia era una gran aficionada a la historia, y más concretamente a la historia de Europa, a esa explicación, desconocida prácticamente en España, de dominaciones árabes no sólo en la p
enínsula sino la más fuerte del Imperio Otomano que había dejado como consecuencia una importante herencia de personas de religión musulmana y raza árabe en el centro de Europa, lo que sus jóvenes amigos españoles desconocían, en los Balcanes, conviviendo con católicos y protestantes, allí siguen importantes comunidades que aún siguen conservando sus costumbre y su cultura, incluida la gastronomita. Pero el baclava tenía su origen en Mesopotamia, y de allí lo trajeron los marinos griegos, después pasó a Constantinopla, y por esos avatares de la historia llegó también al imperio austro húngaro, y en todos aquellos vastísimos territorios existe el baclava con pequeños cambios, y con la certeza de todos ellos, que el baclava es originario de allí, y sólo después de siglos los austriacos llamaron al baclava original Strudel, añadiéndole ciertos licores.

Ana estaba impresionada con la historia, que era una historia de siglos, de migraciones y de satisfacciones para el cuerpo y el espíritu, le preguntó que tenia para estar tan bueno, es una pasta de nueces, que se trituran, y se distribuyen en varias láminas de hojaldre y se bañan en almíbar o jarabe de miel. En algunos sitios, incorporan también pistachos, semillas de sésamo y amapola, y otros granos. Esta buenísimo, esta muy bueno, sí. Y Ana no le dijo, que cuando saboreaba aquel baclava le recordaba intensamente los besos, esos besos tan recientes y tan int
ensos, ese pastelito era él, y aquella historia le había hecho reafirmar su teoría, recordar aquellos besos y desear de nuevo su boca, sus brazos, y sabía que no debía hacerlo.


© 2009 jjb

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