martes, 7 de abril de 2009

Nueremberg /17

Nunca es lo mismo el día después, se han liberado las hormonas, los sentimientos han aflorado, se han dicho tantas cosas sin decir, y quedan tantas por callar, que nunca es lo mismo, es, muchas veces, mas difícil, pero no es lo mismo, volvieron a huir por aquellas calles tan distintas y tan cercanas, volvieron a cogerse de la mano sin decirse nada, pero flotaba en el ambiente que tenían que hablar, y ninguno de los dos tenía muchas ganas, posiblemente les hubiera gustado quedarse en el hotel, en una de las dos habitaciones, qué complicado podría ser elegir cuál, pero aquello era imposible, no había excusa que soportase el tamiz de la lógica para estar los dos sin aparecer, uno sí, dos imposible, pero daba igual, estaban juntos y ajenos a cualquier cosa que no fuera ellos dos, que no fuera ese deseo irrefrenable en las parejas que siempre queda relegado por otros más profundos, el mero hecho de estar juntos, de conocerse, de ir poquito a poquito ocupando parcelas del otro y sentirse el otro, a veces sentirse orgulloso de que el otro sea como es, siempre buscando y siempre intentando darse a conocer, en ese apasionante juego que tiene como fin el querer y ser querido pero que desborda de placer durante todo el recorrido.

Se sentaron en otra terraza distinta a la anterior, y Ana empezó a hablar, volvió a tomar la iniciativa contra toda la lógica anterior de él, apenas sé de ti, no me has contado nada, y seguro que tienes mujer y cinco hijos y pretendes seducir a una pobre canaria que visita a Alemania por primera vez, se rió, por la desmesura, se rió también porque le estaba diciendo dulcemente quiero saber más de ti, y el quería que ella supiera todo de él, y se lo contó, le habló de sus noches locas por Madrid, antes cuando estudiaba y no tenía dinero, y ahora que trabajaba y tenía dinero, le habló de sus recursos para ganar dinero mientras estaba estudiando, y le contó lo que ella quería oír, relaciones sucesivas, relaciones simultaneas, una novia a la que quiso mucho y un día se dio cuenta que no quería compartir la vida con ella y con veinte mujeres más, de su búsqueda de la mujer ideal a través de la cantidad, de la sorpresa de encontrarla allí y de lo mucho que le gustaba estar con ella, le dijo también que era consciente de que les separaban miles de kilómetros, un mar y, apostilló, por supuesto, tu esposo y tus doce hijos.


Ella buscaba una vía de escape, posiblemente la confesión de él de tener una novia esperándole, y no la escuchó, no encontró la vía para poder decirle la verdad, no tuvo valentía ni arrojo para contarle una cruda realidad, porque tampoco tenía valentía para cortar aquella relación que no había empezado, ni su relación de futuro, de niños, de gritos y de pañales, de noches y días, y meses, y estaciones, y cumpleaños y domingos de fútbol, y pasiones marchitas. No supo decirle que diariamente le llamaba desde el hotel a su novio, aprovechando lo temprano que se dormía en Alemania y la hora de menos que Canarias le regalaba, para mentir a su novio y decirle lo muy aburrido que era aquello y lo estirados eran todos aquellos asistentes a los que no entendía, no le dijo que por primera vez en mucho tiempo lo que sentía, antes que cualquier otra cosa, por delante de cualquier otra posibilidad, era tener con él una ardiente historia de amor que había empezado hacía unos días y que terminaría en un aeropuerto en donde sus destinos se bifurcarían. Quería solo una relación de pecado, pecar, volverse loca con él en una cama y recordarlo toda la vida sin poder contárselo a nadie, y no le importaba ni la moral, ni sus padres, ni el qué dirán, ni nada, absolutamente nada, sólo él, sólo su cuerpo, sólo el deseo.

Ella le dijo que sí, que había tenido una intensa relación, muy formal, muy familiar, pero que se habían distanciado, que estaban replanteándose todo, que estaban en una situación de espera con plena libertad ambos para vivir sus días, y que ella no quería plantearse nada, por lo menos en una larga temporada, que quería vivir, era una mentira, era evidente, pero le había dado un pequeño toque de dignidad porque no quería sentirse totalmente mal con una mentira desorbitada, lo que ella no sabía, es que él estaba completamente entregado, y que poco o nada le iba a importar ni siquiera que ella cumpliera la broma, y tuviera un marido y una familia numerosa, según iba contándole esa realidad inventada más iba creyéndosela, y más a gusto se encontraba en ella, el oía y sonreía, con la guardia bajada, con el instinto cazador desactivado, disfrutando como hacía mucho tiempo no lo hacía, con sensaciones más leves, menos cinegéticas, pero igualmente intensas.


votar

No hay comentarios: