viernes, 10 de abril de 2009

Nueremberg /20

Tienes razón Ana, es absurdo plantearse el futuro viviendo como vivimos un presente tan bueno, mintió él, no nos planteemos nada, dejemos que las cosas corran con libertad, disfrutemos del momento, vivamos el segundo, me gusta tanto estar contigo, me gusta tanto tener tu mano entre las mías, que me beses cuando menos lo espero, que me hables con ese acento que tienes que me pierde, que estemos aquí sentados en un restaurante griego en Alemania y parezca que llevamos viniendo aquí toda nuestra vida, estoy de acuerdo contigo, vivamos el momento, no pensemos más, y como me tienes muy harto con tus iniciativas, ahora seré yo, bésame.

Se besaron y se rieron con la ocurrencia, era el tercer beso, y la enésima explicación, eran un hombre y una mujer en sazón, que se deseaban y que prejuicios, ideas encontradas, ideas preconcebidas podían apartar de su deseo, pero que avanzaban con paso seguro camino a su destino, sea cual fuere, un poco más desinhibidos después de aquella copa que habían alargado con la conversación, y que en un momento dado entendieron por los ruidos en la cocina y los movimientos más frecuentes de los camareros, que era ya tarde según los cánones alemanes, pidieron la cuenta, pagaron añadiendo una generosa propina de nuevo, y de nuevo pasaron por el rendez vous de la plantilla al completo a la que debieron saludar en un interminable pasamanos digno de una recepción real.

Su camarero boliviano intuía que aquella despedida seria posiblemente definitiva, y tuvo palabras de cariño hacia ellos, ella se lo agradeció, y él también, pero con la profunda sensación de que quería ligar con Ana, cada vez se hacía mas extensa esa sensación, y ya pensaba eso del recepcionista del hotel, del holandés, del conductor del microbús, y hasta de Dalponti, aunque el síndrome avanzaba rápidamente, no quiso ni darle importancia ni a pensar el motivo de que fuera tan generalizado.

Y de nuevo un taxi, otro mercedes volando por las impolutas autopistas alemanas, la mirada del conductor por el retrovisor, la noche, y la llegada a lo que llamaban su casa, el recepcionista del turno de noche se lo dijo en un inglés con fuerte acento germano, les están esperando en el comedor, y allí estaban todos, totalmente borrachos, y encantados de verles entrar, tan encantados que sus sonoros gritos asustaron a la pareja, conocedores del estricto control que la dueña del hotel hacía del silencio respetuoso a los demás clientes. Ian había llegado a un acuerdo con la dueña, no había más huéspedes, les dejaría que utilizaran el comedor para hacer fiestas los días que les quedaban, les pondría bebidas alcohólicas sin límite, y a un precio muy favorable a sus intereses, pero le pagarían la cantidad incrementando unos pocos marcos las facturas de sus respectivas habitaciones, o lo que es lo mismo, fiestas interminables, alcohol y diversión, y el precio diluido en una formal y seria factura alemana de un hotel, ¿Cómo habría conseguido Ian convencer a la señora teutona?, el caso es que estaban allí, y a él le hubiera gustado tomar una cerveza, pero como era autoservicio, solo había bebidas fuertes y refrescos, el optó de nuevo por un escocés con soda y a Ana le cogió una botella de agua, que por defecto, y muy a su pesar, siempre era con gas.

Y se metieron en la fiesta, en la que de momento se les había asignado el papel de interrogados por el resto de los componentes, que sufrían de manera ostensible los efectos del alcohol. ¿Dónde habéis estado?, ¿Qué habéis hecho?, ¿sois novios?, ¿os vais a casar?, sobraban las respuestas porque nadie las esperaba, pero la bebida les había permitido al menos desplegar las preguntas, mencionarlas, aun a sabiendas de que no habría respuestas, ni siquiera habría mentiras, pero no estaban los interrogadores para fijar su atención mucho tiempo en un mismo tema, así que empezaron los cánticos regionales, las canciones de los Beatles, las declaraciones de cariño eterno y las fases de la borrachera que, por la experiencia de aquella noche son eternas y multinacionales. Exaltación de la amistad, cantos alegóricos y bailes regionales, las verdades y los me caes bien, aumento de la temperatura y acoso sexual, degradación del idioma, autosuficiencia moral y económica, desplazamiento o transmisión de la culpabilidad, repentina perdida del equilibrio, y algunas otras fases en la que los teóricos aún no se han puesto de acuerdo, la dueña del hotel hacia oídos sordos, quizás pensando en los marcos que se iban sumando a las cuentas de aquellos magníficos clientes, y todos parecían felices en la inopia, salvo aquella pareja que posiblemente tenía otros planes para aquella noche.



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