martes, 14 de abril de 2009

Nueremberg /22

Solo quedaba ese día, las urgencias, el dolor de cabeza resumen de la noche anterior, los ojos pintados de rojo, la sensación de vértigo, la confusión, y el agua, que oxigenaba cuerpos castigados por la bebida.

El día en el curso fue amable, gracias, conformaciones, entregas de material, un pequeño cóctel estilo alemán, y sin que nadie lo esperara, un regalo, una calculadora científica difícil de encontrar en aquel tiempo, y difícil de utilizar salvo que tuvieras mucho tiempo para entenderla y una formación de ingeniero. Pero era la calculadora ideal para ponerla encima de la mesa y dejar que la vieran los demás. Siguieron las despedidas y quedaba Dalponti, él había sido el nexo de unión entre la frialdad eficiente alemana y el calor cercano mediterráneo, un confidente, una ayuda, un referente, y había excedido sus atribuciones en beneficio de los que asistieron a aquel curso, en una reunión de urgencia, imposible la noche anterior por el estado de los componentes, decidieron que a la fiesta de despedida de aquella noche, que también fue una decisión, pero que se dio por hecho, le harían un regalo a él y a su esposa, a los cuales invitarían. Y dicho y hecho, Dalponti dio las gracias, y rehusó la invitación, pero ante la desmesurada insistencia de todos, dijo que llamaría a su mujer, para ver cómo podían organizarse. Llamó y encontró una solución intermedia. Ella les agradecía la invitación, pero le era imposible ir porque no tenía a nadie con quien dejar a las niñas, pero él se acercaría, pero no estaría hasta el final, porque al día siguiente debería volver a su trabajo.

Formaron una comisión que comprara un regalo para los Dalponti, y decidieron que Ana debería formarla, pero ella aún no sabía ni de la fiesta de esa noche, ni ellos de que Ana tenía en mente otros planes, así que al decírselo ella se negó en redondo, con amabilidad y firmeza le decía a su traductor de cabecera que les dijera que ella no hablaba inglés, que además era mucha responsabilidad y que no conocía los gustos de aquella gente. Así que su gozo en un pozo, y tuvieron que crear otra comisión formada por el italiano, al que atribuían proximidad a Dalponti por la nacionalidad y Ian, que era el proveedor perfecto en cualquier circunstancia.

Y salieron de allí, cargados de papeles y bolsas, que amenazaban con hacer exceder el peso permitido en el avión y tener que pagar por ello. Le cantaron canciones al conductor del microbús, que sonreía mientras no entendía ni una sola palabra, y también por consenso, decidieron darle una jugosa propina por los días que les había hecho un momento de la mañana y de la tarde un poco más llevadero.

Ana antes de llegar al hotel le dijo que si daban un paseo antes de la fiesta, y así quedaron, unas horas después de llegar al hotel. Eran conscientes de que el reloj seguía su camino imparable, que ya no eran días, sino horas, el tiempo que les quedaba, y ambos querían medir sus palabras y sus movimientos con precisión de relojero para que nada se les escapara.

Para Ana la fiesta había sido un inconveniente, pero pasado el impacto inicial de nuevo apareció su tremendo sentido común, y aceptó el hecho como normal, era lógico que se celebrara aquella fiesta, aunque no estuviera dentro de lo que ella había previsto. Para él era no sólo lo lógico, sino lo deseable, estar con sus amigos recientes, compartir, loquear, beber, cantar, hablar, jurarse amistad eterna que seguramente no iría más allá de unos meses, o quizás ni siquiera eso. Pero una fiesta era una promesa, también es cierto que tenían pendiente Ana y él hablar unas palabras, fijar posiciones, admitir situaciones, llegar a un acuerdo. Y seguía sorprendiéndose cuando buscaba futuro con una mujer, cuando después de conseguirlas siempre lo que había pensado es en pasado.

A la hora señalada, él bajó, y quince minutos después bajó ella, y juntos se fueron al parque cercano, al que circundaba un río, y en donde ese verde intenso de los parques alemanes, inundaba todo. En un banco, en una vereda, junto al río, se sentaron para hablar.


© 2009 jjb


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