No quería dejar una rutina por otra, plantearse una situación de dependencia que reemplazar a otra, no quería pasarse la vida arrepintiéndose de no haber hecho lo que le pedía el cuerpo por evitar las llamas del infierno, Y el infierno no le preocupa en absoluto, lo que le preocupa eran esas llamas internas que le estaban quemando y que en un segundo, hacía nada, se habían apagado momentáneamente oyendo lo que no hubiera querido oír.
¿Pero cómo te vas a enamorar?, somos jóvenes, estamos juntos, entre ambos hay atracción, estamos en un sitio precioso, y estamos disfrutando del momento, sigamos haciéndolo, es mejor vivir este momento que ha surgido entre nosotros, vivirlo intensamente sin pensar en mañana, en pasado, en toda la vida, disfruta del momento.
Carpe diem, pensó él, carpe diem, lo que toda su vida había puesto en práctica, la vieja frase de Horacio que aquel viejo profesor de latín que dejaba que la ceniza de sus cigarros hiciera una interminable fila en su mano, de dedos amarillos por la nicotina y doscientas manías que le hacían ser acreedor de los más terribles motes, se había empeñado en que al menos todo un curso de la lengua muerta, sirviera para algo, y les explicara con detalle. Carpe diem, literalmente “cosecha el día”, aprovecha el día, no lo malgastes, vive al día, mañana quizás no estés aquí, el eterno recurso de la literatura de todos los tiempos, la razón de su vida, la excusa perfecta para justificar sus excesos, y ahora lo estaba oyendo de aquélla que le quitaba el sueño, la aplicación práctica de lo que él practicaba sin contar con nadie. Carpe diem.
No dijo nada, seguía mirándole a los ojos mientras mantenían juntas sus manos, ella calló un momento y siguió hablando, yo salgo de una relación que ha sido muy intensa, que aún hoy es muy intensa, y me gusta mucho estar contigo, me gusta mucho saber que estás ahí, tengo la impresión de que siempre has estado conmigo, y no sé por qué, pero cuando estoy contigo me siento segura, no necesito palabras para comunicarme, y me das confianza en mi misma. Él estaba esperando el “pero”, pero no llegaba, y ella siguió hablando, en un discurso que le conducía, aunque era una declaración de principios y de acercamiento, a la impresión de que le estaba enviando un mensaje, un sí pero no, un no te acerques pero acércate, y eso le hacía aún más atractiva, aún aumentaba su potente atracción hacia ella, su mecanismo de precaución para no tratarla como a las otras, para respetarla, para respetarla, lo razonable, lo que jamás hacía, era precisamente lo que en esta ocasión le distanciaba.
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