jueves, 9 de abril de 2009

Nueremberg /19

Eso salvó unos escasos minutos, un poco de tiempo, justo el necesario para poder pensar, colocar las cosas en su sitio, conformar posiciones, fijar conceptos, no esperaba esa reacción de él, es más, esperaba que actuara como ella pensaba que era, desenvuelto, disoluto, un poco canalla, superficial, machista, obseso con el sexo, poco romántico, materialista y torpemente carnal, una bomba sexual carente de sentimientos y con miles de neuronas recorriéndole el cuerpo cada vez que una mujer andaba por los alrededores, le había observado cómo a pesar de que se le veía atento con ella, observaba las mujeres con esa mirada que tanto había odiado otras veces y que tanto agradecía que él tuviera, las diseccionaba, las imaginaba en sus brazos, las seguía con la vista con descaro y con la mayor naturalidad del mundo, le sabía desenvuelto y sin inhibiciones, y eso era lo que ella deseaba, sólo eso, tampoco estaba muy segura de lo que quería pero estaba totalmente segura de lo que no quería, y no quería obligaciones, ni tedio, ni hacer el amor con hora, ni regatear en momentos, ni repetir la gimnasia, ni fingir un orgasmo, ni decir te quiero cuando hubiera preferido decir no es esto, quería sentirse mujer en los brazos de aquel que no volvería a ver, y abandonarse al deseo un segundo, el tiempo necesario para sentirse viva en brazos de otro, el tiempo justo, para poder de nuevo incorporarse a la rutina, a sensatez y a la rutina. Quería parar el reloj, hacerse aquel regalo prohibido, darse una pequeña satisfacción que redimiera años de buen comportamiento y prestara una razón para pensar en algo que nunca paso, pero que fue cierto, lejos de la isla, lejos de su vida, muy cerca de su piel y de sus sentidos.

No quería dejar una rutina por otra, plantearse una situación de dependencia que reemplazar a otra, no quería pasarse la vida arrepintiéndose de no haber hecho lo que le pedía el cuerpo por evitar las llamas del infierno, Y el infierno no le preocupa en absoluto, lo que le preocupa eran esas llamas internas que le estaban quemando y que en un segundo, hacía nada, se habían apagado momentáneamente oyendo lo que no hubiera querido oír.

¿Pero cómo te vas a enamorar?, somos jóvenes, estamos juntos, entre ambos hay atracción, estamos en un sitio precioso, y estamos disfrutando del momento, sigamos haciéndolo, es mejor vivir este momento que ha surgido entre nosotros, vivirlo intensamente sin pensar en mañana, en pasado, en toda la vida, disfruta del momento.

Carpe diem, pensó él, carpe diem, lo que toda su vida había puesto en práctica, la vieja frase de Horacio que aquel viejo profesor de latín que dejaba que la ceniza de sus cigarros hiciera una interminable fila en su mano, de dedos amarillos por la nicotina y doscientas manías que le hacían ser acreedor de los más terribles motes, se había empeñado en que al menos todo un curso de la lengua muerta, sirviera para algo, y les explicara con detalle. Carpe diem, literalmente “cosecha el día”, aprovecha el día, no lo malgastes, vive al día, mañana quizás no estés aquí, el eterno recurso de la literatura de todos los tiempos, la razón de su vida, la excusa perfecta para justificar sus excesos, y ahora lo estaba oyendo de aquélla que le quitaba el sueño, la aplicación práctica de lo que él practicaba sin contar con nadie. Carpe diem.

No dijo nada, seguía mirándole a los ojos mientras mantenían juntas sus manos, ella calló un momento y siguió hablando, yo salgo de una relación que ha sido muy intensa, que aún hoy es muy intensa, y me gusta mucho estar contigo, me gusta mucho saber que estás ahí, tengo la impresión de que siempre has estado conmigo, y no sé por qué, pero cuando estoy contigo me siento segura, no necesito palabras para comunicarme, y me das confianza en mi misma. Él estaba esperando el “pero”, pero no llegaba, y ella siguió hablando, en un discurso que le conducía, aunque era una declaración de principios y de acercamiento, a la impresión de que le estaba enviando un mensaje, un sí pero no, un no te acerques pero acércate, y eso le hacía aún más atractiva, aún aumentaba su potente atracción hacia ella, su mecanismo de precaución para no tratarla como a las otras, para respetarla, para respetarla, lo razonable, lo que jamás hacía, era precisamente lo que en esta ocasión le distanciaba.


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