jueves, 16 de abril de 2009

Nueremberg /24

Siguieron en el parque, pero no salían de aquel circulo vicioso en el que él quería más tiempo y ella quería más acción, el problema es que él o no quería enterarse o no se enteraba, y Ana optó por seguir sus propias indicaciones, y pasoó a la acción, se sentó en sus rodillas mirando hacia él, le abrazó y empezaron una interminable sesión de besos, de abrazos, de acercamientos, de aproximaciones que casi acaban en la fusión de los cuerpos sólo separados por sus ropas, los alemanes seguían sonriendo y no parecían escandalizarse por aquello que en España era simplemente imposible, y allí siguieron, en momentos que recordarían en su conjunto y en sus partes, junto al río, el mismo río que interrumpe las mejores situaciones de amor aliado con el frío, porque la tarde estaba cayendo y el frío y los efluvios del río, a Ana, acostumbrada al clima cálido de su tierra, le estaban jugando una mala pasada, nada es peor para el amor que los elementos, nada puede más con la pasión de dos amantes que el frío extremo, así que desandaron el camino hacia el hotel, juntos como una sola persona al comienzo, y separados a una distancia en la que podrían ser vistos por alguno de los pocos conocidos que tenían en aquel pueblo.

Yo subo un momento a la habitación, ve, y él se quedó con sus compañeros que estaban entregados en cuerpo y alma a los mismo que el día anterior, a emborracharse, estaban en los preparativos, pero alguien, posiblemente Ian, recordó que había estado en España, en Mallorca, el año anterior, y había probado una bebida buenísima, no acertaba a decir su nombre, ¿platia?, tronquia?, ¿tranvía?, no había forma, le dijo que le explicara en qué consistía, vino, frutas, …, sangríaaa, sí, eso sí le sonaba, todos querían que hiciera una sangría, él era un negado para todo aquello que fuera manipulación de alimentos o de bebidas, tenía una idea vaga de cuando su madre hacia limonada en casa, lo llamaban cup de frutas, pomposamente, y era una sangría con muy poco vino y mucho aditamento no alcohólico, allí había un vino tinto alemán malísimo, y eél sacó toda su inventiva para poner mucho vino, algo de brandy alemán, diversas bebidas alcohólicas de las que no quiso ver su nombre, frutas cortadas por el holandés, y mucho azúcar, aquello fue un éxito, aquello le cosechó los mayores halagos que en su vida recibió ningún barman español, desató el entusiasmo de todos, incluida la dueña del hotel y el recepcionista, que también sucumbieron a la fiebre etílica, de Dalponti y al bajar Ana y probarlo, dijo que en su vida había tomado algo tan malo, lo que él tradujo de manera no literal para regocijo de todos, la fiesta estaba planteada, él estaba muy ocupado en hacer sangría y emborracharse, y ella optó por la única vía razonable, hablar con Dalponti, que, temeroso de la policía de carreteras, cosa que ni Ana ni su amigo español lograban entender, bebía agua con gas como ella.

Dalponti le contó que estaba muy contento porque después de años de esfuerzo le habían hecho coordinador y ahora viajaría a visitarlos a todos, Ana le contó que aquella había sido una gran ocasión de promoción para ella, ambos hablaron de lo brillante que era su amigo español y de la gran carrera que le esperaba, y contemplaban las locuras de aquel desatado grupo de personas, aparentemente sensatas hasta hacía un rato, y que ahora bailaban la conga con una corbata como cinta de cabeza.

Había estado comiendo, pero el eje central de aquello era la bebida, la sangría había dejado de existir hacia tiempo, pero las bebidas seguían apareciendo fruto del pacto realizado, de repente Dalponti puso cara de susto y se levantó de la silla como un resorte para sorpresa de Ana, ¡el postre!, y salió corriendo como una bala, lo había comprado antes de llegar a la fiesta, y lo había olvidado, salio disparado hacia el coche y eso les permitió organizarse para darle el pequeño homenaje que le tenían preparado.

Cuando llegó, todos de pie, le estaban aplaudiendo y aquel hombre, con una bandeja de dulces en la mano, y su cara de sorpresa, rompió a llorar, como no esperaba nadie que lo hiciera, Ana, por un efecto simpático, derramó unas lagrimitas, y se acercó a él como habían previsto, para entregarle el regalo, que ninguno supo qué era porque no quiso abrirlo hasta poder hacerlo con su esposa, en casa, Ana le besó en las mejillas, y después dio la mano uno por uno a todos los integrantes de aquella ONU en pequeño, después dejó los pasteles encima de una mesa, y todos le acompañaron a la puerta del hotel cantándole y vitoreándole, el sonreía y se dejaba llevar, en ese su minuto de gloria que después relataría en casa a los suyos.

© 2009 jjb

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