martes, 31 de marzo de 2009

Nueremberg /12

Tantas emociones trajeron como resultado una noche en blanco en aquellas dos habitaciones de aquel hotel bávaro, la mañana, y parecía que en Alemania amanecía y oscurecía mucho más temprano que en cualquier otro lado, empezaba con fuertes y sanos habitantes de aquel lugar en bicicleta, abuelos que parecían mas jóvenes, niños sonrosados, y en las dos habitaciones del mismo piso comenzaba un ritual que era muy distinto, él se afeitaba y después se duchaba, jamás le había parecido de hombres ni utilizar desodorante, ni mucho menos colonia, ni ningún otro tipo de afeite, había discutido con sus amigos, cuando el tiempo era un bien abundante, si era mejor afeitarse antes y después de ducharse, y aquella conversación había quedado como tantas otras, cada uno lo hacía como le daba la gana.

Ella comenzaba con la ducha y después seguía con una larguísma lista de alisamiento de pelos, maquillaje, sombra de ojos, para todo ello necesitaba una autentica colección de adminículos en forma de lápiz, pincel, cajita, bote, frasco, y mucho sitio en el bolso y en la maleta para aquella impresionante colección de elementos auxiliares de la belleza. También necesitaba mucho tiempo, salir a la calle no era automático, era un largo proceso que sistemáticamente le había proporcionado una cierta fama de llegar siempre tarde a cualquier sitio, y que su novio cada vez aceptaba mas a desgana, y reaccionaba ante ello de una forma menos agradable, pero no estaba para eso ahora, procuraba concentrarse en la línea del ojo, en la homogeneidad al aplicar un fondo, en labores mecánicas que le hacían olvidar un poco aquella confusa mezcla de sensaciones de felicidad y culpabilidad.

A pesar de haberse cepillado los dientes durante los tres minutos de penitencia que se había fijado hacía años, seguía teniendo aquel regustillo dulce del postre, que ella decidió, y así mantuvo durante toda su vida, que era el saber de aquellos besos robados al mundo, ¿cómo se llamaría aquel postre?, qué bueno estaba, tan dulce, tan crujiente, tan pequeño que te quedaba con ganas de más, y más, dios mío, era ya tarde, y aún le quedaba vestirse.

En el pequeño comedor todos le miraban con ojos cómplices, todos esperaban una detallada sucesión de hechos heroicos de su joven amigo español la tarde anterior, pero como nada había sido formal, como las excusas que habían utilizado eran consistentes, él dio una vuelta y fue el que les preguntó por sus amigos, sus restaurantes, sus trámites, de nada sirvió que ellos le dieran la vuelta a las preguntas intentando que el desvelara secretos inconfesables, y el tiempo jugaba en su contra, porque Ana estaba a punto de bajar y ella no contaría nada por ser mujer, pero sobre todo por no saber una sola palabra de su lengua franca.

Así fue, ella llegó iluminando la mesa con su sonrisa, un grupo de ojos ávidos de ver lo que no verían, estaban posados en ella y él, para ver su reacción después de aquella noche, pero nada se salía de la rutina, nada indicaba ninguna alteración del estatus quo, se iban a quedar con las ganas, con una sola aportación positiva, él pudo comprobar que no sólo sus amigotes españoles eran unos cotillas, también sus recientes amigos internacionales estaban enfermos de aquel mal tan común.


Después de nuevo la procesión con el mismo destino, a su llegada, Dalponti les esperaba con noticias, esta tarde no hagáis planes, os invito a cenar a mi casa, ya he hablado con el conductor del autobús y os llevara directamente desde aquí, con una parada en el hotel, que está de camino, por si queréis dejar o recoger algo, ¿Qué dice?, se lo tradujo Dalponti directamente a Ana, que se comportó como una perfecta actriz simulando que estaba encantada con la idea, los demás se movían en la incertidumbre sobre si aquello sería un error o un acierto, pero agradecieron el detalle de Dalponti, aún más al tener la certeza de que ellos no lo hubieran hecho.

Pasaron el día, procurando no exteriorizar el volcán interno que ambos tenían, mirándose apenas unas veces, y con alguna leve sonrisa descuidada al control férreo que ambos se habían impuesto sin necesidad de haberlo hablado, sus mirada se buscaban instintivamente y sus manos también, pero ninguno quería darle tres cuartos al pregonero ni tener que dar explicaciones innecesarias, las cosas estaban bien como estaban y así iban a seguir. La invitación no les gustó a ninguno de los dos, pero por educación, por prudencia, por deferencia y por respeto, la única posibilidad era exteriorizar su alegría por la invitación y por conocer a la esposa de Dalponti que con toda seguridad estaría loca por oír hablar de su país y de lo que pensaban dos jóvenes españoles que no habían ido a Alemania por necesidades económicas, la primera vez que conocía un caso de ese tipo.

© 2009 jjb

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