No esperaba encontrar mucho ni poco, nada era lo que siempre encontraba, pero era parte de ese juego de complicidad entre un libro antiguo y ella, en el que ella buscaba y el placer no estaba en encontrar nada, sino en la búsqueda, en la repetición de gestos página a página, muchos días, y su repetición en un momento de un día en el que volvía a recordar que allí seguía viviendo con ella esa parte de su tesoro y volvía a repetir sus ritos.
De repente, en la página 57, más concretamente entre la 56 y la 57, encontró algo que nunca jamás había encontrado en ningunos de los libros que había analizado, entre esas dos páginas había unas cuartillas dobladas, amarillentas, con el color del tiempo grabado en ellas, quietas, invitándole. Camino está muy alterada, aquello le produce una excitación similar a la que años antes tenía antes de los exámenes, y con la misma intensidad de cuando tenía que presentarse a las oposiciones, aquella sensación de ansiedad y ganas de que terminara todo que le producía una desazón cercana al paroxismo. Hasta tal punto que estuvo un buen rato mirando aquellas cuartillas sin atreverse a mover las manos del lomo del libro y dejar de tener aquella expresión en la que sus ojos estaban tan abiertos que podrían salirse de sus órbitas, sin mover un solo músculo, mirando aquellas aparentemente inofensivas cuartillas. Aquel momento se rompió cuando el camarero le preguntó ¿va a tomar algo más? en otro momento le hubiera sentado mal aquella invitación a tomar algo más o a irse, pero en ese preciso instante lo que le produjo es la necesidad de ocultar su descubrimiento y cerrar con cierta violencia el libro, que expulsó un poco de polvo; miró su reloj, soltó un urgente nada, gracias y salió con celeridad, ya había sobrepasado la hora a la que había quedado con sus compañeros y sin ninguna sensación de culpabilidad siguió su camino sin ver calles, ni gente, ni sentir olores, porque sólo pensaba en aquellas cuartillas que no se había atrevido ni siquiera a tocar, apenas a ver, que le estaban volviendo loca, ¿de quién serían?, qué tendrían escrito?, en el caso de que tuvieran algo escrito, debían ser antiguas porque su color no desmerecía en nada al color del libro. ¿Quién las habría puesto allí?, ¿cuándo?, ¿quién las habría olvidado?, ¿quién se habría deshecho del libro?.
Tuvo que soportar la sorna de sus compañeros que con una sonrisa le lanzaban epítetos, que dichos sin aquellas sonrisas hubieran sido motivo de duelo en una Córdoba de otros tiempos, se había ganado una merecida fama de impuntual, que ella se empeñaba en desmentir aunque siempre llegaba tarde.
Pasadas las bromas iniciales, ocupó el sitio que su compañera le había reservado a su lado, todos eran compañeros, pero siempre existen lazos que te unen más a una persona que a otra, sin que las otras sean ajenas. Ellas eran muy distintas y posiblemente esa era la razón por la que estaban tan unidas. Compartían secretos, secretos intranscendentes, compartían locuras pequeñas, transgresiones que les hacían reír y poner un paréntesis en una vida que a veces pesaba más que otras veces.
© 2009 jjb
1 comentario:
Un viejo libro de poemas, unas cuartillas amarillentas, una maestra soñadora…….. Esto empieza a parecerse demasiado a una historia de intriga.
Al principio pensé que Camino era una vieja maestra solterona un poco ñoña, pero ahora ya no sé qué pensar…anoche la has hecho reír, ser una pequeña transgresora y por lo que veo utiliza Internet además de libros ajados y polvorientos.
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