lunes, 23 de marzo de 2009

Nueremberg /6

Discúlpame, se me había olvidado, no he cambiado pesetas en el aeropuerto, y a estas horas no habrá banco abierto en toda Alemania, su cara reflejaba el peso que le daba a aquella embarazosa situación, la sonrisa de ella mostraba claramente que a pesar de su juventud tenía esa carga de maldad profunda que le hacia regodearse de aquella situación que le ponía a su joven acompañante en una violenta postura, para después restarle importancia y así aumentar un poco, unas leves milésimas, la humillación bondadosa, su venganza de género, esas caras deberían haber engrosado el museo de la ciudad, él muy molesto, ella con ese brillo que da ser el primero de la fila, saber la respuesta del examen, conocer la trampa de tu enemigo, no te preocupes, yo te lo pago, no hay el más mínimo problema, y efectivamente aquellas dulces palabras dichas con aquel dulce acento aún subrayaban más la sensación de desesperanza de aquel pobre despistado.

Que no me des explicaciones, que ya me lo darás, que vamos a estar días aquí, mañana iremos a un banco, y si necesitas más yo te daré más, no hay problema, de verdad, no sigas, que no tiene la más mínima importancia.

Pero sí la tenía, o al menos eso le parecía, había quedado como un idiota, con lo bien que habían ido las cosas, qué noche, qué cúmulo de emociones, que atractiva era Ana, y quedaban muchos días, tengo que cambiar dinero, sin falta, y devolverle lo que me ha prestado, hoy mismo, sin falta.

Y así, en aquel rincón de Alemania que aún no había logrado situar en el mapa, con tantas cosas nuevas que metabolizar, con tanta adrenalina descargada que mitigar, poquito a poco, luchando contra tantos motivos para no dormir, fue cayendo poco a poco en brazos del hijo de Hipnos.

Se despertó media hora antes de que le despertara el despertador, había dejado dicho en recepción que le avisaran diez minutos después del despertador, pero su alarma interna le quiso despertar a esa hora, puso la televisión y corroboró su idea de que jamás entendería el alemán, pero la dejó para escuchar un ruido, se afeitó, se duchó, se planteó el día como pudo porque seguía pensando en Ana, se le nublaba la sonrisa cuando pensaba en su triste finalización de la cena, se puso el traje, la corbata y aún le quedaba media hora para la hora de la cita, pero bajó al pequeño comedor de desayunos, al que no entró, dejo en recepción su maletín y salió al exterior donde un frío que nada tenia que ver con la primavera le avisó de que no estaba donde conocía el clima. Así que volvió a entrar, fue al comedor y pidió un café diciéndoles en inglés que esperaría a la señorita para tomar el desayuno.

Ana no tardo mucho en bajar, tenía un aspecto fresco y elegante, no parecía una ejecutiva porque aún no había ejecutivas pero se notaba que había pasado tiempo eligiendo concienzudamente su vestuario y había acertado. Él se levantó cortésmente porque aún se llevaban estas cosas, y ambos se sentaron, ¿quieres café?, he venido antes porque te tengo que confesar algo que ayer no me atreví a hacer, él escuchaba con terror, ¿sería por las pesetas?, y te lo diré resumido antes de que llegue alguien, he venido al curso, pero no hablo una sola palabra de inglés, en mi empresa creen que sí, pero sólo conozco algunas palabras de lo poco que pude aprender en el instituto, de entender y de hablar, nada. Él no salía de su asombro, aquello no lo tenia previsto, le costó reaccionar, era más lento que ella, pero pronto se dio cuenta de que ésa era su oportunidad, que esa declaración de principios era su llave de entrada en el mundo de Ana. No te preocupes, yo hablaré por ti, nadie tiene que enterarse, en el curso siéntate a mi lado, no hagas preguntas, yo comentaré contigo y los otros cosas en inglés, cuando te mire sonríe y di yes, gracias, no te imaginas lo que te lo agradezco, creía que el primer día me tendría que volver a Canarias, ¿gracias?, pero si te debo dinero, eres mi banco, yo soy el agradecido, y acabaron aquella corta conversación con una carcajada tras la cual vieron que se dirigía a ellos un pelirrojo extremo, calvo a pesar de su apariencia de juventud, que en un perfecto inglés les dijo “Buenos días”, era Ian, un irlandés que también iba asistir al curso y al que se le notaba que tenía muchísimo más interés en Ana que en él. Ahí fue consciente aún más de la gran ventaja que le acababa de regalar Ana.



© 2009 jjb

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