lunes, 5 de abril de 2010

Sancha /9

Las costumbres de la Corte estaban tan relajadas, estos tiempos modernos de finales del siglo XIX las cosas no son como eran. Las cosas no son como Sancha entendía ni como le hubiera gustado que fueran, y eso que ella se había ido adaptando a través de los siglos a todos los avances humanos, a ver como la gente envejecía más, a entender el libre albedrío y la frágil condición de los seres vivos. Pero Isabel, aquella reina fea y deseosa de vida, aquella mujer que no aceptaba su destino y quería ser simplemente mujer y amante y posiblemente provocadora de las mentes más cabales, pero no quería ser reina. O mejor dicho, no quería reinar, no quería las responsabilidades inherentes al cargo. Quería vivir, ser libre, escuchar aquella música celestial que le transportaba a otros lugares, ver los magníficos espectáculos de Ópera que en su teatro preparaban para ella, comer los mejores manjares, disfrutar de las más exóticas realidades, retozar como una campesina con un hombre sin más vínculo que la piel ni más compromiso que el placer. Quería ser mujer y no reina, quería vivir y ser ajena a todo lo que le rodeaba y aquello era imposible.

Vio a la reina Isabel, a sus hijos, que iban aumentando con el tiempo, Isabel, Alfonso, María de la Concepción, María del Pilar, María de la Paz y María Eulalia. Cada uno un nuevo escándalo, cada uno un nuevo rumor sobre quién era el padre. Lo único bueno que veía Sancha en todo aquel sindios era que mientras se hablaban de chismes, dimes y diretes se les olvidaba que morían sus jóvenes en guerras de nombre imposible, la guerra de África, la conquista de Saigón, la guerra de Conchinchina, y tras esos nombres más de trece mil jóvenes que no volvieron, trece mil familias que nunca olvidarían Saigón, Sidi Ifni o Conchinchina, como lo olvidamos todos los demás en aquel tiempo y en generaciones posteriores.

Ay Isabel, tantos problemas y tantas distracciones. Aquella época convulsa y tantas ganas de vivir sin problemas. Sancha la vio salir y reír, entrar y llorar, parir y mirar por el balcón del Palacio, muy cerca de ella, y un día la vio partir hacia Francia, exiliada, víctima de una revolución a la que le llamaron “la gloriosa” y que después fue conocida como la Primera Republica. Es curioso ver como la historia pone nombres a cosas y personas, porque años después le pusieron a la reina el nombre de “la Reina de los tristes destinos”.

En Francia vivió y vio lo que pasó en España. Añoraba Madrid y machacaba a preguntas a cualquiera que le visitara que hubiera estado recientemente en su ciudad. Preguntaba por la Opera, preguntaba por los actos sociales, preguntaba por las calles y los parques, preguntaba por las fiestas y después despotricaba contra el gobierno con su lengua de acero, y juraba que si le hubiera hecho caso el Parlamento y le hubieran nombrado Presidenta del gobierno otro gallo les cantaría.

El caso es que la Primera Republica fue un desastre y los diputados buscaron un rey por el mundo y encontrando en Italia a Amadeo que reinó durante dos años, Sancha vio con alegría que el 29 de Diciembre de 1874 coronaron a Alfonso XII hijo de Isabel como rey. Isabel seguía en Francia, y Sancha ni siquiera pensó unos segundos de quien sería hijo Alfonso.

En Francia estaba Isabel cuando murió su hijo el rey de España dejando viuda y dos hijas. Su segunda esposa María Cristina estaba embarazada cuando Alfonso murió y Sancha volvió a dejar sus lágrimas en la piedra. Ya lo había hecho antes por Alfonso, cuando al poco de casarse con María de las Mercedes, ella murió de tifus cinco meses después de su boda. No fue la única que lloró por María de las Mercedes.

© 2010 jjb

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1 comentario:

Flordegato dijo...

Las palabras, nos trasladan a otras
épocas, a otros mundos, a otras vidas.
Poder leerlas y disfrutarlas es
uno, al menos para mi, de los
dones más preciados que la naturaleza me concedió....
Bienvenido de nuevo.