viernes, 23 de abril de 2010

Sancha /23

Con el tiempo también iban cambiando los coches, que cada vez en más número iban y venían atravesando veloces la calle Bailen, hacia la plaza España, o hacia San Francisco. Daban vueltas a la plaza, se paraban en los semáforos, pero no cerca de la posición de Sancha. Porque el semáforo que allí estaba era sólo intermitente, que protegía, levísimamente, a los peatones que cruzaban la calle sin detenerse nunca a mirar a Sancha.

Los niños se habían hecho adolescentes y los adolescentes casi adultos, pero otras generaciones ocupaban su espacio de edad. Todo seguía un orden y los de la misma edad se juntaban en grupos que jamás aceptaban a otros más pequeños, aunque la diferencia de edad fuera sólo de un año. También había un agrupamiento geográfico de más difícil explicación que el de las edades, los de la plaza de Lepanto que tenían además sus grupos de edades, los de la Encarnación, que también, los del Cabo Noval. Esos eran los grupos geográficos, amigos y distantes, y bajo los puntos de vista de aquellos muchachos también distintos aunque nadie podría ver las diferencias.

Esos mismos grupos con el tiempo se disolvían, se transformaban, se destruían. Y los que fueron amigos del alma después se fueron distintos caminos, cuando ya no importaba ni la edad, ni el lugar de la plaza donde se reunías, ni aquella eterna separación entre chicos y chicas que se buscaban evitándose, que intentaban conocer lo desconocido y se asombraban al sentir cosas que antes nunca habían sentido y que ni sus padres, ni los libros de texto, ni ninguno tipo de libro, les había explicado.

En aquella plaza se empezaron a construir historias muy parecidas a las que se escribieron antes. Se empezaron a crear cuentos iguales y distintos, parecidos y semejantes. En aquella plaza había vida y cada tarde el mundo se volvía a inventar con juegos, historias, canciones, mentiras, verdades y cuentos. Muchos cuentos que alguien tenía que contar en algún momento y que eran como las tardes que en aquel momento del mundo allí transcurrían, ajenas al tiempo y al espacio, ciertas y vanas, dolorosas y ambiguas, profundas o superficiales. Porque aquellas gentes que ocupaban la Plaza, sin que lo supieran, sin apenas darse cuenta, sin tener consciencia de ello, eran la Plaza.

Pero Sancha sí lo sabía. Había pasado tantos y tantos años allí o en los alrededores, al aire libre o en un almacén o embutida en sacos terreros, que era sabia, y aún lo es más hoy después de los años. Ella era consciente que cada día de paz y tranquilidad, de repetición de hechos, de rutina persistente y aburrida, era un gramo de paz para hacer granero. Ella sabía que aquellos gritos de niños que jugaban a ser lo que nunca serían, que volaban a sitios aún no descubiertos, que imaginaban cosas que aún no habían ocurrido, era una parte del futuro. Y lo más importante, era lo que en el futuro ellos llamarían con añoranza “mi niñez”. Sabía también que algunos se quedarían por el camino por esa tontería que empezaba a ver y que era la muerte empaquetada en jeringuillas. Sabía que otros se quedarían por el camino porque se les quitarían las ganas de seguir. Estaba segura que nadie le recordaría, y tenía serias dudas si al menos uno se habría fijado en el nombre que ponía en el pedestal, su nombre. Estaba casi convencida que como mucho sería uno de los reyes godos, sin más precisión ni certitud, pero le daba igual. Había visto tantas cosas, había llorado tantas lágrimas de granito, le había dolido tanto España, que lo que veía y oía le gustaba y mucho. Estaba contenta y su sonrisa se amplió milagrosamente haciendo más grande la parte de la boca que la delimitaba, subiendo un poco más el labio superior para hacer aún más patente su alegría.

Sancha de nuevo había vuelto a tener esperanza, no en los hombres de los que ya no esperaba nada, sino en aquellos niños que cuando llegaran a ser hombres ya no tendrían los odios que sus abuelos y sus padres habían acumulado durante siglos. Sancha sabía que nunca más volverían los negros pájaros de las tinieblas. Sancha podría equivocarse, pero por primera vez en mucho tiempo tenía esperanza.

© 2010 jjb

votar

Add to Technorati Favorites

No hay comentarios: