martes, 6 de abril de 2010

Sancha /10

Todo Madrid y toda España lloró por aquella niña que contra la voluntad de Isabel que no quería que su hijo se casara con su prima, quizás recordando su mala experiencia, logró casarse con Alfonso y sobre todo convencer a todos, humildes y ricos, poderosos y débiles, que aquel amor era verdad, que aquella boda Real, por primera vez en muchos años no era un apaño, no era una componenda, aquel amor era real.

Murió Mercedes y murió un poco Madrid y nadie supo lo que pensó Isabel pero ayudo a que la odiaran más sus compatriotas, a que en algún sentido el pueblo la odiara más, y el rey, solo y sin consuelo, fue más querido. El rey, o quizás el hombre, no se separó del lecho de María de las Mercedes en todo lo que duró su agonía. El rey, el hombre, jamás pudo superar en vida aquella pérdida de la que después llamaron la dulcísima esposa, y la gente no sólo lloró sino que crearon coplillas y dichos, pero esta vez llenos de ternura y cariño a aquella niña de dieciocho años, reina consorte, mujer enamorada de un hombre, se fue cuando comenzaba su vida.

Casó después Alfonso XII con María Cristina, una princesa austríaca hija del archiduque Carlos Fernando de Austria. Nunca se llevaron bien, quizás porque Alfonso aún recordaba a su esposa perdida, a su verdadero amor, o quizás porque el carácter tímido y sereno de aquella mujer rubia y de apariencia frágil chocaba con el carácter extravertido y volcánico de él.

Le dio dos hijas y cuando estaba esperando el tercero y rezando para que fuera un varón el rey murió dejando huérfanas a sus hijas, viuda a la reina y convulso el país que reinaba. Por eso Sancha lloraba de nuevo por saber que sería de aquellas niñas y de aquella mujer.

Nació un niño y le dieron por nombre Alfonso, sería con el tiempo Alfonso XIII y mientras no lo fue su madre, aquella niña tímida y frágil asumió la regencia con mano firme y decisiones sensatas que dieron como resultado diecisiete años menos convulsos de los que podían haber sido y cuando su hijo cumplió los diecisiete se convirtió en Alfonso XIII. Desde Francia, Isabel veía en la distancia como se había convertido en hija de rey, reina , madre y abuela de reyes, y a todos menos a su padre los conoció. Allá Isabel se alegró de ver a Alfonso XIII coronado y Sancha suspiró tranquila después de años en que los escándalos no fueron el pan nuestro de cada día, y amplió su sonrisa al ver que las cosas al final van saliendo con la ayuda del tiempo y las circunstancias.

Y la vida que vueltas da, pensaba Sancha en su pedestal, que cosas más inverosímiles pueden ocurrir y cuantos sufrimientos son posibles y probables. Los años hacían mella en su alma de piedra, hacían de Sancha un poco menos reina y un poco más humana. Y cada vez se encontraba más ajena en aquella plaza rodeada de reyes guerreros, incluído su marido, que flanqueaba el banco en el que se sentaban niñeras, jóvenes en edad de merecer, mocitos y manolas, a los que oía sus palabras intentando comprender lo que decían porque lo que realmente cambiaba era la forma de hablar. Ya que el fondo siempre era el mismo, el amor, las circunstancias, la vida, el dinero o la falta de él, siempre lo mismo, pero dicho de distinta manera.

Sancha tenía la convicción de haberlo visto todo. Disfrutaba con la idea de la próxima boda de Alfonso XIII que había cumplido 20 años, y así tranquilamente con la mejor de sus sonrisas disfrutaba de un respiro que sus vecinos del Palacio le regalaban y que ella apreciaba como si fuera oro lo que dieran.


© 2010 jjb

votar

Add to Technorati Favorites

No hay comentarios: