miércoles, 14 de abril de 2010

Sancha /16

Después de aquel estruendo, después de los gritos, después del miedo, vino el pavor. Nadie tiene razón en una guerra y si alguna de las partes la hubiera tenido en un momento dado, una fracción de segundo, ya la habría perdido en el transcurso de los acontecimientos. Sólo existe la razón de la fuerza, entraron desfilando las fuerzas victoriosas en aquel Madrid que habían destruido, con ganas de venganza, teniendo en la mente cuentas pendientes, asuntos a saldar, con la vocación de dejar pequeñas las atrocidades de los otros. En aquel desfile de la victoria también desfilaron personas sensatas, pero eran tan pocos y eran tan rápidamente acallados por los que practican la impostura que aquel desfile triunfal era el presagio de años de abusos y desvaríos.

No le quita una micra de culpabilidad a los que abusaron de sus compatriotas, de sus hermanos. Pero posiblemente, si los ganadores hubieran sido otros, el escenario y los resultados se hubieran calcado casi milimétricamente. Una semana antes de que entraran aquellas tropas victoriosas y hambrientas de venganza, los comunistas habían hecho ya su pequeña guerra dentro de la guerra y se habían llevado por delante a unos cuantos y encarcelado a otros. No todos eran culpables, el problema es que había muy pocos inocentes y todos tenían una larga lista de razones para comportarse como asesinos, como inhumanos, como se comportaban los otros y los otros siempre eran los malos, fuera quien fuera el que hacía el análisis.

Muchos se fueron de España. Sus vidas corrían peligro en algunos casos y en otros no aceptaban la posibilidad de la humillación o la asunción de un riesgo insalvable. Otros se quedaron y llevaron la tremenda carga de la injusticia, el hambre y el abuso. Sorprendentemente años después se les homenajea a los que huyeron y se olvida a los que se quedaron y recibieron la carga de la venganza.

A Sancha le quitaron los sacos terreros y por fin pudo ver aquel Madrid con heridas por todas partes, triste de muerte, temeroso y silencioso. Con susurros donde antes había voces, con silencios profundos que sonaban más fuertes que un grito.

Colas ante los camiones que traían patatas de estraperlo, abrigos, ropa que hacía años que debería estar en la basura, zapatos que mostraban dedos, hambre y miedo, hambruna y muchas mujeres con maridos en la cárcel. Matrimonios anulados porque no se habían hecho en la Iglesia, ilusiones pérdidas, hambre reciente, esperanzas rotas. Cuando acaba una guerra y la máquina criminal de los vencedores busca la venganza redentora, nada ni nadie está ileso. Nada ni nadie es impune al odio, todos son culpables: los verdugos y las víctimas, los mansos y los violentos. Nada es ajeno a la mano de la venganza y el castigo. Todo está permitido, todo vale cuando todo está perdido, cuando las pistolas se hacen cargo de la voluntad y el delirio se hace el dueño de la situación.

Y Sancha llorando otra vez por esta nueva España que tampoco le gustaba, que era tan triste que le hacía añorar su venda de sacos terreros, que no quería aceptar. Además nadie había en Palacio y muy pocas personas descansaban en su banco, porque estaban en otras cosas más importantes, más de necesidad y premura. Sancha echaba de menos aquellas bromas de los madrileños, su ironía, su retranca, pero sabía que cuando el estómago está vacío poco queda para la broma y el alboroto. Cuando nada tienes que darle de comer a los tuyos uno y otro día, buscas y buscas y no descansas hasta que encuentras algo, aunque ese algo sea sólo una excusa, sea sólo una razón para seguir buscando mañana. A Sancha le volvía a doler España, pero tenía la esperanza de que las cosas milagrosamente cambiarían y miraba a su alrededor buscando una razón para cambiar de opinión.

© 2010 jjb

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