viernes, 6 de noviembre de 2009

Verónica /32

Tres días estuvo sin ir a trabajar. Una repentina gripe dijo. Tres días que iba de la náusea al nerviosismo, de la desesperanza al abismo. Escuchaba Cambalache cantada por Serrat, buscaba como un náufrago entre los restos de su naufragio razones para vivir, cosas en las que creer, motivos para salir a la calle y siempre encontraba la cama, no había salida ni había consuelo. Ni siquiera tenía el hombro que siempre estaba en los momentos que siempre había necesitado ese hombro y quería entender lo que estaba pasando y de nuevo seguía sin entenderlo.

Había tenido una educación machista, igual que la de todos en aquellos tiempos. Su madre jamás le permitió entrar en la cocina y ser uno más, al conjuro de cocinilla sabía que aquello era un sitio acotado, que sólo era para las mujeres. Asumía su rol de hombre, sabiendo que en la diferencia entre hombres y mujeres los que llevaban la voz cantante eran los hombres; así lo había visto en su casa, así lo había visto con sus hermanas, con sus amigas, así era y así debía ser.

Había aprendido a callar sus sentimientos por pudor, a no llorar porque era cosa de niñas, a ceder el paso en las puertas a las señoras, a ceder el turno, pero jamás había aprendido a entender el amor entre dos mujeres, ni siquiera a detectarlo.

Desde niño conocía a los que llamaba mariquitas, eran objeto de burla, estaban en muchos chistes, había visto a más de uno con pluma, pero jamás había conocido a una lesbiana. Sabía que existían pero no eran visibles, nunca aparecían por ningún lado. Quizás en los bailes del pueblo cuando las chicas bailaban una con otra, quizás cuando iban al baño de dos en dos, quizás no. Nunca había tenido ni siquiera la remota sospecha de que dos mujeres fueran amantes, jamás, nunca.

Por otro lado, en su imaginario personal cabía la posibilidad de que un hombre le arrebatara una mujer, que su novia, su amante, su chica se fuera con otro hombre por mil razones que posiblemente le disgustarían pero que estaban dentro de las posibilidades aceptables, pero su orgullo, su petulancia, su vanidad, su arrogancia, su presunción no podían admitir tener una rival femenina.

A veces pensaba lo que había pensado nada más enterarse, que aquello realmente no le estaba pasando a él, que era un sueño, una terrible pesadilla, que en cualquier momento se desvanecería y volvería la realidad, la rutinaria monotonía que tanto añoraba, aunque aún no lograba encajar en qué punto de su monotonía estaba su vida.

Quizás en el gato y el ratón que Verónica le había marcado con el único fin de que no viera a Lola, quizás en su despreciable actitud de buscar refugio en Lola cuando el mundo se le desmoronaba, quizás en querer lo desconocido y no apreciar lo real, quizás en esa inconveniente costumbre de creerse el cazador que sale de cacería y que se había visto cazado en la trampa de los que él creía las gacelas, no sabía cuál era su vida ahora, posiblemente porque todas las rutinas, las costumbres, los espacios comunes se habían desvanecido, se habían evaporado.

Y tenía que rehacer su vida pero antes que eso, para poder hacerlo, lo primero que debía hacer era aceptar lo que había pasado y ni siquiera después de tres días de reflexión, de desolación, había asumido ni una insignificante y mínima parte de la verdad. No quería aceptarla, quería que la realidad se convirtiera en sueño y que al despertar la realidad fuera otra, pero eso no ocurría, eso no pasaría.

© 2009 jjb

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1 comentario:

Anónimo dijo...

El amor, hay que asumirlo siempre
aunque haya formas de amar que nos
cueste entenderlas.
Látima que por culpa del "machismo"
los hombres se han perdido sensacio-
nes, momentos, sentimientos .....