jueves, 5 de noviembre de 2009

Verónica /31

¿Cómo puedes decirme eso Lola?, ¿Cómo puedes comparar una cosa con otra?, no te conozco, de verdad, tú y yo hemos estado juntos mucho tiempo, tú jamás me dijiste que te gustaban las mujeres, a mí me gustabas tú, no soy capaz de entenderlo.

Y el tema de Verónica y tu aventura con ella lo olvidas, sólo existe un pecado, dos mujeres juntas y tu orgullo por los suelos, jamás podrías haber imaginado que te ponía los cuernos tu chica con otra chica, pero dime, ¿quién es tu chica?, ¿quién te ha puesto los cuernos?, ¿Verónica o yo?

Era un tema sin final, de nada valían las palabras, Lola no parecía ella, nunca podría haberse imaginado aquello y cada palabra de Lola incrementaba su ira, aumentaba su mala sangre que ya estaba en un punto más alto de lo deseable. ¿Por qué le pasaba a él aquello?, pero aún su insoportable amargura le había impedido darse cuenta de que le habían tomado el pelo, se habían reído de él y él no se había dado ni cuenta. Había sido víctima de los caprichos de una mujer que sólo buscaba alejarle de Lola, sólo eso y él había picado como un idiota, sin haber sospechado lo más mínimo, sin tener la más mínima presunción del engaño.

Aquella conversación con Lola la necesitaba, pero no podía continuarla, era tanto lo que tenía dentro, tanta su confusión, tanta su sensación de vergüenza, de vacío, de desamparo, que no podía seguir, tenía que pensar, necesitaba tiempo para poner en orden sus ideas y sobre todo sus sentimientos. Tenía que irse, no quería, porque en el fondo tenía miedo a que cuando saliera por la puerta, Verónica sólo tardara unos minutos en entrar y no soportaba la imagen de aquellas dos mujeres juntas, pero debía irse.

Lola no puedo seguir hablando, necesito aire, necesito distancia, necesito tiempo, quiero hablar contigo pero no puedo, dame tiempo, poco, y hablaré contigo de manera más coherente, sólo te ruego que hasta que hables conmigo no hables con Verónica, déjame que sea yo el que te explique todo. Está bien, si es así no hablaré con ella, siempre y cuando no pasen meses hasta que vuelvas a llamar, tómate tu tiempo pero por favor que no sea demasiado, sí, será cuestión de días, adiós, adiós.

Y salió de aquella casa herido en su orgullo, fulminado en la línea de flotación de sus principios o de lo que él creía que eran, con la pesada losa del no saber qué hacer ni cómo ni cuándo. Bajó los peldaños, salió a la calle, aún le quedaron fuerzas para, semi escondido en la acera de enfrente, comprobar si Verónica acudía a la casa en los siguientes treinta minutos, cuarenta y cinco minutos, una hora, y se fue, vencido y confuso, derrotado sin saber ni siquiera dónde se libró la batalla ni cuándo le clavaron el estoque de muerte.

Vagó sin rumbo fijo pero no tuvo fuerzas para repetir sus interminables paseos y se fue a casa, se emboscó en su habitación y soltó su rabia sin que se le escapara una sola lágrima pero con el profundo dolor de la impotencia. Se enfrascó en su propio ajuste de cuentas, buscó culpables externos, intentó justificarse y cuando ya no le quedaron excusas intentó comprender las razones de lo que había pasado, pero no pudo, porque seguía sin saber qué había pasado.

En su cama, tumbado, intentando evadirse del mundo, sin encontrar una salida ni una palabra amable, el desierto, la total oscuridad. No podía salir de aquella encrucijada, no sabía cómo hacerlo y le pesaba cada vez más toda aquella historia de desencuentros, citas y ausencias, de amor entre dos mujeres y deseo entre un hombre y una mujer, ni encontraba atajos ni la puerta de salida y cada vez se extendía más la mancha negra en su corazón.

© 2009 jjb

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