martes, 24 de noviembre de 2009

Hablar por hablar /4

Nos da igual lo que haya hecho, es un loco, sólo a un loco se le pueden ocurrir esas cosas, y ya está, no mamá, tiene que haber muchas causas que lleven a un hombre no sólo a hacerlo, sino a contarlo, no debe ser fácil. Sólo quiere llamar la atención, ni más ni menos. No sé, a mí me da que pensar, pero la verdad es que suicidarse no es una opción nunca, con lo bonita que es la vida sobre todo para que tu madre te regañe, y le abrazó, y a su madre se le olvidaron los reproches venida a sus arrumacos, me voy, venga, que llegas tarde.

También se lo contó a Ana aquella tarde, Ana era más receptiva y hablaron sobre las razones, las causas y las probabilidades. Ana estaba segura que quería llamar la atención o simplemente era un teatrillo que se había montado un gracioso, ¿gracioso? protestaba Joaquín, pues menuda gracia, asustar a la gente, pues sí, hay gente que le gustan esas cosas, pero tendrán algún filtro, comprobarán las llamadas, sí, digo yo que sí.

Pasaron varias noches y nadie volvió a hablar de aquel hombre, parecía que había un pacto de silencio no escrito sobre aquello, y sucedieron otros casos, la mujer adúltera, el dieciochoañero que no quería ser padre, el padre que decía no ser católico y que queriendo darle una alegría a su niña preguntaba si era necesario bautizarse para recibir la primera comunión, la mujer que lloraba tanto que apenas se le podía entender lo que debía ser una gran tragedia. El suicida en ciernes pasó a la historia, de él no se sabía nada.

Aunque seguía oyendo la radio todas las noches, a veces le vencía el sueño, quizás por una ley de la naturaleza o bien porque lo que oía no le interesaba lo suficiente como para estar permanentemente atento y sin darse cuenta se dormía, como un niño. Lo más curioso es que cuando despertaba con la radio encendida se sentía culpable, como si el escuchar la radio fuera una infracción, como si le hubieran pillado haciendo un crucigrama a las diez de la mañana en la oficina, pero ese cargo de conciencia apenas duraba unos minutos y después volvía de nuevo a los brazos de Morfeo.

Le gustaba a Joaquín salir los sábados al campo, caminar con su mochila y después pararse a ver el paisaje, siempre con Ana, siempre en las montañas cercanas a su ciudad, siempre las mismas rutas en donde sabían los lugares donde tener las mejores vistas, siempre parando en sus sitios, aquellos en donde la rutina y la experiencia les hacían parar y al mediodía daban cuenta de lo que su madre les había preparado y llevaban encima, sentados uno junto al otro era el momento mientras comían y bebían agua de sus cantimploras de hablar de aquello y de lo otro, de esto y de lo de mas allá, de reír a veces con alguna ocurrencia de Joaquín o a veces mirar en silencio aquel paisaje tan conocido como magnifico, dejándose llevar por lo que la vista les regalaba y esperar a que el tiempo pasara, hasta que de repente Ana introdujera el sentido común y apremiara para que se fueran por si se les hacía de noche a la vuelta porque aún les quedaba camino por andar.

Apenas anocheciendo se liberaban de la impedimenta, se quitaban las botas al lado del coche y se comían una naranja cada uno como si se tratara de su copa de champagne de celebración de la aventura. Les quedaba la sensación de euforia después del ejercicio, la saturación de paisajes y la bendita búsqueda de una ducha y el sofá de casa que cada uno buscaba, Joaquín con el complemento de los cariños de su madre, duraba despierto muchísimo menos de lo que habitualmente solía.

© 2009 jjb

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