martes, 10 de noviembre de 2009

Verónica /33

Haciendo de tripas corazón, con más disciplina que convencimiento, sin ninguna gana ni de salir ni de entrar, sin querer volver al mundo porque el mundo ya no iba a ser como unos segundos antes de que se le cayera encima, salió de casa al trabajo y todos coincidieron allí que se le había quedado la cara de circunstancias por la enfermedad, él no decía nada o lo justo para salir del paso.

Esperaba tener noticias, pero no había recibido ninguna llamada. No quería llamar, no estaba en condiciones de hacerlo ni de quedar con nadie, quería olvidar todo aquello, quería reconstruir pero partiendo de cero sin ningún tipo de lealtad con el pasado, de éste nada le servía, nada podía ser utilizado para crearse el refugio que pretendía crear.

Un refugio que impidiera a todo el mundo poder hacerle daño pero que fuera lo suficientemente permeable para que pudieran entrar los buenos sentimientos, las buenas vibraciones, los mejores deseos. Que esa coraza sólo valiera como defensa pero que no impidiera el paso de lo positivo.

Le habían dado en la línea de flotación de su orgullo, le había dolido incluso físicamente, no quería que le volviese a suceder, pero no ahora que aún le quedaban secuelas del dolor, no quería que le volviera a ocurrir nunca, jamás, en ninguna circunstancia, nunca más.

Y así, entre pensamientos y deseos iba pasando la mañana, iba adaptándose a la nueva situación haciendo lo mismo que hacía antes de que la situación hubiera cambiado, se iba llenando los pulmones de aire y el alma de razones nuevas. La rutina estaba haciendo su efecto placebo, la normalidad convertía a las aguas revueltas en un manso remanso de armonía.

Según iban pasando los días la normalidad iba tomando carta de naturaleza, el refugio se había convertido eventualmente en la carencia absoluta de relación con los demás, la secuela que le había dejado aquello era eso, su total aislamiento, su negación a cualquier tipo de relación social. No quería ver a nadie, ni a amigos, ni a amigas, a nadie. Era su sistema de protección infalible, no ves a nadie, sólo debes protegerte de ti mismo y de eso tenía la más larga experiencia posible.

Un día le dieron una nota de que alguien le había llamado mientras estaba en una visita, había sido Lola y decía que le llamara. Se quedó mirando aquella nota, intentado ver en ella lo que no había. Pero aún no estaba preparado, aún no estaba en condiciones de ver a nadie, mucho menos a Lola y volver a repetir una vieja historia que quería olvidar. Por otro lado tenía interés en saber de Lola, menos de Verónica, quería saber cómo se habían desarrollado las cosas después de aquel día, pero no, aún no estaba preparado, aún no podía asumir el riesgo de volver a sufrir por lo mismo.

Así que no devolvió la llamada, ni quiso recordarlo, pero no tiró la nota y de vez en cuando la miraba como si aquel trozo de papel fuera una parte de ella, como si fuera una reliquia, un objeto personal que ella hubiera tocado con sus manos, aquella nota era en aquel momento, para aquel hombre aislado, Lola.

Un día fue a tomar unas copas con unos compañeros de trabajo, sin ninguna pretensión, sin ninguna intención, con la única excepcionalidad que era la primera vez que salía en grupo a tomar copas desde hacía mucho tiempo. Ánimo festivo, compañeros de fatigas, copas, todo era normal, desenfadado, agradable.

Aunque quiso achacarlo a las copas que se tomó, aunque había olvidado los prolegómenos si es que alguna vez existieron, se encontró solo con una compañera en un garito distinto al que empezó la juerga, besándose, abrazándose, totalmente entregados a la labor, con ganas, con deseo.

© 2009 jjb

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