martes, 3 de febrero de 2009

Los renglones torcidos

Quería haberte dicho tantas cosas … me hubiera gustado explicarte aquello, quizás lo otro, pero hacía tiempo que en nuestra relación dábamos todo por hecho, posiblemente porque nada teníamos que hablar y desde hacía tiempo había dejado de tener cosas en común. Yo lo sé, tú no hablas demasiado y yo hablo por ambos y a veces mi exceso verbal me lleva a decir cosas que carecen de sentido, o carecen de momento, o carecen de todo, pero tú te habías limitado a hacer mecánicamente un sucedáneo de amor al que habíamos llamado matrimonio, que consistía básicamente en traer niños al mundo y después tú cuidarlos y yo cumplir con los horarios laborales y las fiestas familiares, tú preocupándote por los muebles y la ropa de la casa y yo de traer el dinero necesario para que pudieras hacerlo. En ese contrato apenas cabía el amor, porque el amor debía adaptarse a las necesidades del momento, y al cambio de las costumbres, y a la sucesión de hechos. Tú eras Verónica, tú eras mi reina, la reina de mis sueños probables y de historias posibles, lo que siempre busqué y después logré. Sabía perfectamente que después de que el mundo se acabara tú seguirías allí, que nada había mas seguro que tú, allí, guardando la casa, construyendo diariamente lo cotidiano, fabricando cotidianamente el aburrimiento, siendo el referente perfecto a una pareja modélica, el espejo de las nuevas generaciones, la finalidad del amor.

Soy consciente que todas aquellas tardes que me iba a una barra americana, que siempre ha sido un nombre perfecto para enmascarar un prostíbulo, no era algo para contar, pero tampoco tenía mucha importancia. Mujeres jóvenes, sexo fácil, un precio, un momento, una historia clandestina que se convirtió en una costumbre primero de los martes, después de los jueves, mas tarde de los martes y los jueves, y después de todos los días de la semana menos los viernes que los niños salían antes del colegio, y no había razón para quedarse en la oficina.

Aquello también me supo a poco, y también confieso que cuando conocí a Ágata no pensé que tuviera más importancia que el resto de mujeres con las que me había acostado en aquel lugar. Recuerdo que un día me pareció verla al salir de misa, pero no, no podía ser, ni por la zona, ni por el momento, pero aquella chica de la que me distanciaban no solo los años ni la posición social, sino la cultura y la forma de entender la vida, aquella mujer en ciernes, me volvió loco, como hacía mucho que no me había ocurrido, como no pensaba que volviera a ocurrir.


© 2009 jjb

No hay comentarios: