miércoles, 11 de febrero de 2009

Los renglones torcidos / 7

Verónica le contó a grandes rasgos a Lupe lo que la carta oculta describía, añadió que le constaba no sólo aquel desliz, sino otros sucesivos o previos, la verdad es que no sabría ubicar el de aquella, que lo que quería es única, llana y simplemente hacerle daño; ni siquiera vengarse, porque la venganza necesita de tiempo y dedicación, sólo hacer daño, y que le redactara una carta para que a él no le quedara ni el más mínimo atisbo de duda que no había vuelta atrás, que ya no había ni una mínima, ni una remota posibilidad de nada, sólo, únicamente mantener la relación existente que ni era relación ni era consistente. Lupe se defendió, eran cosas demasiado personales, ella no podía traducir sentimientos, Verónica no me metas en líos, pero después fue cediendo ante las apelaciones al cariño, a los tiempos vividos, a las confidencias compartidas, a la amistad, no prometió nada ni en tiempo ni en forma, pero se hizo cargo del asunto.

Tres semanas después Verónica no tenía noticias de Lupe y le llamó por teléfono, Lupe le dijo que no se había a atrevido a decírselo, que ya lo tenía terminado pero que no le gustaba, y no sabía si redactarlo de nuevo o tirar la toalla o qué hacer. Verónica quería ver lo que había escrito y a la vista de ello tomar una decisión: Lupe, que no pasa nada, si no nos gusta lo dejamos y ya está.

Lupe sólo puso una condición: se verían una tarde, hablarían, ella le daría lo que había escrito, pero Verónica debería leerlo sola en casa, ella no quería estar presente mientras Verónica lo leyera, y así lo acordaron. Aquella tarde hablaron de la vida, de lo humano, de lo divino, de lo coyuntural y de lo trascendente, de su vida, pero no de la dichosa carta que estaba presente sin estar citada, y que esperaba su destino en el bolso de Lupe.

Al final, Lupe le entregó la misiva con un leve toma, ya me dirás, y un gracias fue la respuesta. Verónica contó los minutos en llegar a casa, ni siquiera se cambió de ropa, se sentó en su sillón, abrió aquellos folios y se aisló del mundo para ver lo que su amiga había escrito en su nombre.

“Me mandaste una carta a ninguna parte y yo te respondo, sabiendo que lo que te voy a decir tampoco llegará a ninguna parte. No pienses que esto es una venganza, o la forma de cobrarme todo lo que me has hecho padecer, porque no habría posibilidad de que en este mundo pudieras pagar lo que has hecho. No tengo nada que criticarte en cuanto a tu actitud, tu comportamiento, lo que has hecho o has dejado de hacer, mi gran reclamación es que has matado mi esperanza, mi ilusión, las razones que me hacían pensar que el mundo se mueve y que estar aquí no sólo es bueno, sino que es la mejor de las experiencias que nada ni nadie puede tener. Tú fuiste mi referencia, mi guía, el espejo en donde verme, yo no sólo te respetaba, también te admiraba, y estaba dispuesta a pagar el alto precio de la soledad diaria a cambio del bienestar de mis hijos que son los tuyos.

Pensaba que tú también te sacrificabas y que tras tantas horas de trabajo no tenías ganas de hablar, apenas de hacer el amor y ninguna de interesarte por la vida de nuestros hijos. Lo entendía, porque estabas de sol a sol trabajando para que nuestra vida fuera más sencilla. A duras penas entendía las comidas de trabajo, y jamás pude entender que tuvieras una mancha de carmín en las camisas que yo te lavaba, un penetrante olor a perfume en las chaquetas que yo llevaba al tinte, o cientos de miles de constancias de que tu dedicación a tu familia también tenia momentos de asueto que yo no tenía. No lo entendía, pero lo acepté la primera vez y después todas las demás, seguía sin entenderlo pero lo acataba, como un perro acata que su amo le pegue, como se adapta una rama a los vientos, como me enseñaron a hacerlo.

© 2009 jjb

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por enésima vez intentaré dejar este comentario,estaba esperando a las 0:00 para saber como serían hoy las cosas...maldito...nos vas a dejar esperar a mañana para saber el final de la carta??creo que soy una cotilla