jueves, 5 de febrero de 2009

Los renglones torcidos /3

No sabía qué decir, pero si sabía qué quería decir. Quería llevármela a casa pero mi casa estaba ocupada y sin darme cuenta, poco a poco, empecé a tomarte manía a ti, a ponerte en el mismo nivel que aquel asqueroso que le ofrecía matrimonio a saber a cambio de qué. No caí en aquel momento en la tremenda injusticia que mis pensamientos implicaban, tampoco pensaba mucho en conflictos morales, ni en nada, sólo en cómo poder hacerle feliz y así que ella me lo hiciera a mí; era una básica y rápida forma de asegurarme el cielo en la tierra, de asegurar la felicidad permanente y no en pequeñas cápsulas de una par de horas al día y muchas horas para pensar en esas dos. Mi mente no paraba, intentaba luchar entre lo que debía decir, lo que podía decir y lo que quería decir, y ella seguía contándome lastimosamente todo, y todo se me venía encima: las luces tímidas de aquel sórdido lugar, las botellas que nunca se usaban, las demás chicas que no solía ver, el camarero con cara de mirar hacia otro lado; qué se yo. La vida estaba ya arreglada en sus términos justos y se me estaba desmoronando lo único cierto que tenia después de haberme cargado todo lo demás. Busqué una solución intermedia, y le dije que no tomara una decisión, que esperara hasta mañana y que yo pensaría la mejor solución para los dos, ganaba tiempo y ganaba perspectiva o al menos eso esperaba, la verdad es que no sabía qué hacer, o sabía que no debía hacer lo que iba a hacer.

Esa noche no dormí, dándole vueltas y vueltas al mismo asunto, que si me iba de casa, que si esto, que si aquello. Me afeité, me duché, me puse una camisa y anudé mi corbata, cogí el coche y al llegar a la oficina lo tuve claro: Maria, recoja sus cosas que está despedida; pero ¿por qué?, las cosas no van bien y usted cada día tiene más discrepancias conmigo, es una decisión irrevocable, pero no se preocupe que la empresa se portará adecuadamente con usted. Y se fue, aquella vieja compañera que me había ocultado, que había mentido, que había tapado agujeros, tapiado diferencias, amortiguado ciclones, que se había dejado su juventud en aquel despacho y que era yo cuando yo no estaba, es decir la mayor parte del tiempo, aquello era injusto, pero no me importaba y Maria se fue con sus pertenencias y sus lágrimas.

© 2009 jjb

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