jueves, 12 de febrero de 2009

Los renglones torcidos /8

Y te seguí adorando, aunque cada vez había más evidencias y menos momentos íntimos, a pesar de que cada vez había menos amor y más rutina, a pesar de que cada día se notaba más que tú gozabas de autonomía y yo de obligaciones. Nada podía cambiar las ideas que había aprendido, nada, salvo el aburrimiento, nada salvo el desarrollo de las cosas y el tiempo; nuestros hijos iban creciendo, cada vez dependían menos de mí, y cada vez tenía más tiempo para pensar en lo injusto que era el haber perdido una vida sin más apoyo que el que yo me daba, sin más cariños que el de mis hijos, pero ni ellos ni nadie me podían dar lo que necesitaba de ti. Y tú, tú, estabas en otras cosas, yo no era una de tus preferencias, ni siquiera de tus prioridades, yo era una constante, siempre estaba allí, no era necesario más atención que la necesaria, mientras te dedicabas a disfrutar de los placeres que la vida proporciona.

Mis únicos placeres eran ver crecer a los niños, tomarme un café a media mañana, y llegar al final del día y sentarme en el sofá pensando que un día menos, ya no un día mas, un día menos, las cuentas llegaron a ser negativas antes de que hubiera algo positivo. Un día te pregunté por qué estabas tan distante y entonces entendí perfectamente que me considerabas en el mismo apartado en el que estaba tu coche, tus escopetas de caza, tu carné del abono al fútbol y los relojes que te comprabas cada tres meses; en el apartado de productos que hay que conservar, que de vez en cuando hay que comprobar que están ahí, pero que son de tu colección exclusiva, de esos que tenias una tremenda ilusión, un sinvivir hasta que los conseguías, y una vez conseguidos los disfrutas durante un tiempo y después los archivabas en ese apartado que es de tu pertenencia pero que carece de tu cuidado. Y yo soy eso, un objeto, probablemente el más valioso de tu colección, probablemente el que mas te cuesta y probablemente el que menos frecuentas, pero así es. Sé que la chica de la que hablas en esa carta fue otro objeto cuya única virtud fue que no la conseguiste del todo, pero que hubiera seguido el mismo camino que los demás si hubieras obtenido la pieza, y lo mismo te ocurrió con otras antes de ésta; me callo pero no soy idiota, y seguramente habrá ocurrido con muchas otras después de aquella, al fin y al cabo ella obtuvo una recompensa inmediata, los demás solo hemos recibido de ti tus miserias.


Un día me hablaste de aquella juguetería en la que te parabas siendo un niño, de la mano de tu madre, y esa nariz que se pegaba al cristal admirando un juguete determinado que te impedía dormir, que te obsesionaba hasta que tu madre te lo compraba, y un rato después destrozabas con tus propias manos. Eso, exactamente ese, es tu modelo de relación con los demás, desea poseer, no querer, y cuando posees, destruyes, o al menos lo intentas, así te crees que eres mas hombre, mas… ¿mas qué?

No busqué ayuda en mi perdón, ni siquiera mi comprensión; entender lo que haces no significa que lo acepte; yo no te quiero, ni te odio, sólo te desprecio, no me produce tu presencia ni frío ni calor, ni siquiera piedad, ni siquiera prudencia, y sé, por tu forma de vida, por tu herencia, por muchas razones, que llegará un momento que enfermes y que necesites ayuda, y la tendrás, no te preocupes por ello, la tendrás con el mismo cariño y calor que tú nos has dado, exactamente el mismo, pero nada material te faltará.



© 2009 jjb

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ojo por ojo...diente por diente...todos somos responsables de nuestros actos y no deberíamos extrañarnos de que la vida nos pague con la misma moneda que utilizamos...pero es triste pensar en la venganza,en el desprecio...