jueves, 19 de febrero de 2009

Gracia /2

Y juegan, en ese difícil juego que consiste en poner siempre cara de que no pasa nada aunque estés al limite de tus fuerzas, al saber que ya no te tienes en pie y aún te queda mucho día por delante, con ganas de renunciar y en constante lucha con lo que te gustaría hacer y lo que tienes que hacer. En casa nada sobraba, pero tampoco faltaba nada, posiblemente su matrimonio se había convertido en un poco rutinario por los niños, por la vida, por las cosas que ocurren, pero Gracia no dejó mucho tiempo al aburrimiento, no dejó tiempo para nada la verdad, y desde muy niña acaparó todos los minutos, todos los momentos, y se operó el milagro. Sus hijos, que hasta la fecha no habían movido un dedo para ayudar, empezaron a ofrecerse; su marido, que había sido educado como todos los hombres de su edad en verdades inamovibles como que el hombre no debía hacer ningún tipo de trabajo doméstico, que entrar en la cocina era cosa de cocinillas y que los hijos eran cosa de las madres, empezó también a ayudar, cuando llegaba del trabajo él se ponía con la niña a jugar, a tirarse al suelo con ella, a reír ambos en una complicidad que al principio habían visto sus otros hijos con reticencias, conmigo no jugaba así, pero que tras reposarlo se dieron cuanta que no les hubiera gustado que con ellos jugara así. Padre e hija estaban horas y horas sumidos en sus juegos, inventando mares, construyendo cabañas, cabalgando en unicornios, defendiéndose de los indios, atacando a los piratas, hasta que después de tantas horas de fiera batalla acababan los dos derrotados y mami se la llevaba a bañar y su padre se quedaba dormido en el sofá esperando la cena.

Y diariamente Gracia, que no lleva reloj, sabía perfectamente a la hora que llegaba su padre y le esperaba nerviosa para saber qué inventarían hoy, qué mares surcarían, que poderosos enemigos les atacarían, qué ropa se pondrían, y cómo acabarían toda aquella aventura que ocurría en casa de siete a nueve, con su padre y ella de protagonistas.

Mientras su madre podía ponerse al día con los multitudes de detalles que siempre le hacían sentirse culpable de algo, porque ella siempre se sentía culpable, de no haber terminado de leer la redacción que había hecho su hija mayor, de no haber visto la corbata que había comprado su hijo, qué se yo, había tantas cosas de las que sentirse culpable al cabo del día, que le hacían olvidar, a veces, su profundo problema que nunca quería hablar con su marido, ni con nadie, porque en lo más profundo de si ella creía que era la culpable de que su hija fuera así, ella era el fruto de sus errores, de sus pecados, de algo que había hecho mal, de un castigo. No sabía que podría ser, pero estaba segura que aquello no podía ser otra cosa, aunque intentaba ocultarlo para no admitir su asumida responsabilidad y esa losa que arrastraba todos los días, intentando evitar pensar en ello, buscando obligaciones menores por las que sentirse menos culpable al no cumplirlas.

Y se refugiaba en su casa en esas horas de liberación, viendo viejas fotos, ordenando viejas ropas, limpiando por enésima vez aquel armario, a veces cambiando de sitio mesas, camas, armarios y cuadro, en un desesperado intento de cambiar todo cuando todo era lo mismo.

Cuando llegaba el buen tiempo madre e hija se iban a la plaza tomar el aire, se sentaban en las afueras de la plaza, en un banco de piedra flanqueado por dos estatuas de dos hombres con aspecto fiero y antiguo, debían ser ídolos, o dioses, o reyes de la antigüedad, aunque tampoco reparaban demasiado en ellos, allí se sentaban esperando la llegada de su marido, al que Gracia intuía poniéndose nerviosa y preparando esa sonrisa que sólo ponía al ver a su padre. A veces Gracia le decía a su madre, mamá ese niño me mira mucho, no hija no, es que mira a las estatuas, mamá ese niño me mira mucho, no Gracia, cariño, no le hagas caso.


© 2009 jjb

1 comentario:

Anónimo dijo...

No se por que hoy tengo unas ganas horribles de llorar...las madres queremos protejer a nuestros hijos de todos los peligros...pero..unas veces dejaremos de estar ahí..otras veces ellos tomarán decisiones sin contar con nosotros y nos damos cuenta de que se fueron sin mas...a veces para no volver nunca